"Esta crisis amplía nuestra percepción de lo que es el prójimo" Juan del Río: "La fraternidad y la solidaridad son los anticuerpos sociales del coronavirus"
"Esta pandemia está causando entre otros muchos males, una desestabilización existencial que está fuera del alcance de la ciencia, de la técnica, de la política y del sistema terapéutico"
"La oración por los enfermos, palabras de consuelo, los auxilios espirituales y el servicio samaritano son una realidad viva"
| Juan del Río Martín, arzobispo castrense
La humanidad se debate sobre dos interrogantes bíblicos: “¿Dónde está tu hermano?” (Gn 4,9). “¿Y quién es mi prójimo?” (Lc 10, 29ss). Hasta hace muy poco la llamada sociedad o estado del bienestar estaba centrada en un individualismo feroz que de alguna manera consagraba la máxima latina de Plauto: “El hombre es un lobo para el hombre” (Homo homini lupsus) y que Hobbes en el siglo XVII popularizó presentando el egoísmo como base del comportamiento humano.
Pero de pronto, con la llegada de la pandemia del Covid-19 se pone en crisis el modelo de desarrollo que había hasta ahora y como dice el Papa Francisco: “Nos damos cuenta de que estamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos” (Vaticano 27.3.2020). Surgen pues, las respuestas a las cuestiones planteadas: únicamente superaremos esta plaga recuperando la fraternidad entre los hermanos y la solidaridad con el prójimo, ellos son los anticuerpos sociales del coronavirus. Sin estos dos principios, la vida personal es insoportable y la decadencia de la sociedad es inevitable.
Esta pandemia está causando entre otros muchos males, una desestabilización existencial que está fuera del alcance de la ciencia, de la técnica, de la política y del sistema terapéutico. Además de buscar medicamentos y vacunas, también es necesario recomponer a la persona interiormente ayudándole a asumir la realidad de que somos seres menesterosos e interdependientes y necesitamos la ayuda divina.
Así resulta que nos aislamos unos de otros como defensa frente a los contagios del virus, pero echamos de menos al hermano, al prójimo. Es decir, a nuestros seres queridos, a los amigos, a los compañeros, y crecemos en deseos de vivir con los demás. Notamos la ausencia de la presencia física, las historias de cada día, los abrazos y besos como expresiones máximas de que estamos vivos y que nos necesitamos. Esto sucede, porque percibimos con mucha mayor evidencia que tenemos una naturaleza común, un mismo origen y destino. En definitiva, somos hermanos universales.
También esta crisis está sirviendo para ampliar nuestra percepción de lo que es el prójimo, que no es solamente mi compatriota, sino todo hombre, sin límite de raza, religión, clase social e ideología. Al que me debo aproximar respetando su dignidad, libre de intereses partidistas y ofreciendo el bálsamo del amor (cf. Lc 10,25-37).
El sentido de fraternidad y solidaridad se ha dejado sentir entre los españoles en estos dos meses que llevamos de confinamiento y leve desescalada. Son muchos los ejemplos que tenemos, que van desde la generosa entrega del personal sanitario, seguido de todos aquellos colectivos profesionales que son apoyos imprescindibles para frenar la epidemia, como es el caso de las actuaciones de las Fuerzas Armadas y Cuerpos de Seguridad del Estado.
Además, esta catástrofe mundial está suscitando una oleada de compasión y voluntariado. Las organizaciones no gubernamentales se han unido a la lucha contra esta nueva plaga. La Iglesia Católica desde el primer momento ha tenido un papel muy activo, queriendo estar al lado de los españoles, sobre todo junto a los más vulnerables.
Pastores y fieles trabajan unidos en los diversos frentes de esta guerra contra el coronavirus. Lo hacen desde su fe en Jesucristo, mediante la oración, la plegaria por los enfermos y el sufragio por los difuntos, por las palabras de consuelo, los auxilios espirituales y el servicio samaritano. También a muchos de ellos les han llegado el contagio y se cuentan más de un centenar los sacerdotes, religiosos y religiosas que han fallecido. Se vaciaron los templos, pero la Iglesia está más viva que antes.
De las asambleas cristianas presenciales hemos pasado de golpe a una Iglesia digital donde la rica creatividad en las redes está revelando el celo apostólico que hay en “nuestras bodegas interiores”. Eso mismo, lo muestra la eficaz labor de Cáritas y de otras instituciones que están haciendo que la fraternidad y la solidaridad sean una realidad medicinal que sane el alma dolorida de esta humanidad caída.