"Fanatismo religioso y derecho natural" Julio Puente López: "Ponerse en el lugar de las personas trans no es fácil, pero es de justicia y de fe cristiana"
"El periodista americano Michael Sea Winters afirma que se está produciendo un cisma de corte jansenístico en la Iglesia americana que ha infectado a la jerarquía y al clero"
"La radicalización, como vemos, no es algo exclusivo hoy de la lucha política y de la sociedad civil. El sector integrista sigue sin aceptar la realidad de una Iglesia que ha dejado atrás la ideología de cristiandad"
"No es fácil ponerse en el lugar de las personas trans, comprenderlas. Pero tenemos que hacerlo por deber de justicia y de fe cristiana. Tiene que haber protección legal para los millones de personas trans que hay en el mundo"
"Las rutas de la renovación son como un laberinto... La futura ley trans española, redactada desde el conocimiento científico y la sensatez, debería alcanzar el máximo consenso posible y contar con el asesoramiento y la experiencia de las personas de ese colectivo"
"No es fácil ponerse en el lugar de las personas trans, comprenderlas. Pero tenemos que hacerlo por deber de justicia y de fe cristiana. Tiene que haber protección legal para los millones de personas trans que hay en el mundo"
"Las rutas de la renovación son como un laberinto... La futura ley trans española, redactada desde el conocimiento científico y la sensatez, debería alcanzar el máximo consenso posible y contar con el asesoramiento y la experiencia de las personas de ese colectivo"
| Julio Puente López
“¿Es el presidente de la Conferencia Episcopal ahora el gran imán de cada católico de Estados Unidos?” Es la pregunta que se hacía en el NCR el periodista Michael Sean Winters el pasado 27 de enero. Se refiere al arzobispo Gomez, miembro del Opus Dei. Winters afirma que se está produciendo un cisma de corte jansenístico en la Iglesia americana que ha infectado a la jerarquía y al clero. El influyente laico católico George Weigel, biógrafo de Juan Pablo II, sería uno de los que está flirteando con este tema.
Con motivo de la proclamación de Biden como nuevo presidente de Estados Unidos al Arzobispo Gomez le faltó tiempo para recordarle la doctrina de la Iglesia, la del aborto en concreto, que si este ignora le inhabilitaría según muchos neoconservadores para recibir la comunión. ¿Sería este un sacramento para los puros al que los débiles no podrían acudir para hacer más fuerte su fe? El papa Francisco no es de esa opinión.
La radicalización, como vemos, no es algo exclusivo hoy de la lucha política y de la sociedad civil. La Iglesia católica sufre también en su seno profundos enfrentamientos. Con nostalgia de la ideología de cristiandad o del Estado confesional, la oposición de carácter ultraconservador al programa de reformas del papa Francisco tiene las características de los comportamientos sectarios.
El sector integrista sigue sin aceptar la realidad de una Iglesia que ha dejado atrás la ideología de cristiandad. “El Vaticano I hablaba de la Iglesia como “sociedad perfecta”; el Vaticano II habla de la Iglesia como “necesitada de continua renovación”, leemos en la Historia de la Iglesia editada por la editorial San Pablo. El historiador Guido Zagheni dedica a este tema un capítulo de casi 70 páginas titulado “El proyecto de “cristiandad”: Modelo de relación entre la Iglesia y el mundo”. Su conclusión es clara: con el Vaticano II se ha superado la ideología de cristiandad.
Pero las rutas de la renovación no son fáciles. Son como un laberinto donde todos andamos dando vueltas sin encontrar la salida de Mt 6, 24: Dios o el dinero, evangelizar o colonizar. Y el clero renuncia, sí, al sexo, o lo intenta, pero se enreda siempre en los juegos del poder y de la acumulación de bienes, sin querer comprender que el cristianismo que cree que hay acceso a Dios desde el apego al dinero es falso. Es el problema que tienen todas esas personas tan amantes de las tradiciones religiosas y de la estética litúrgica, pero no tanto de la justa distribución de la riqueza.
En la década de los setenta el sociólogo alemán Franz-Xaver Kaufmann escribió un libro titulado “Theologie in soziologischer Sicht” (Herder, 1973). El autor dedica un capítulo a estudiar el papel que ha jugado el pensamiento iusnaturalista en la estabilización del catolicismo, sobre todo en la sociedad alemana. Fue el fundamento ideológico que hizo posible la aparición de una subcultura católica unida, cerrada y partidista en la esfera política. Desde Pio IX hasta el concilio Vaticano II el papado se sirvió de la teoría del derecho natural y de la apelación a la ley natural para marcar la frontera con la sociedad secular y dar cohesión a la comunidad de creyentes.
El Vaticano II supuso el fin de esa ideología, pero Juan Pablo II y Benedicto XVI volvieron a insistir en la teoría del derecho natural reivindicando un liderazgo moral del papado no solo para la Iglesia, sino también frente a la sociedad civil. Benedicto XVI en su viaje a España esgrimió el derecho natural al enjuiciar la ley del aborto y la ley del contrato civil entre personas del mismo sexo. La España laica entendió que era “una extorsión a la libertad de conciencia”. “La coartada justificadora era la supuesta violación del derecho positivo de una ley natural que solo la Iglesia católica se halla en condiciones de conocer, interpretar y aplicar” (Javier Pradera, El País, 10 de noviembre de 2010).
Y ahora los obispos de Estados Unidos, como si quisieran ser la tercera cámara del Estado, no han perdido ni un minuto en hablar al presidente Biden de la ley del aborto para influir así en su conciencia. Se olvidan de que el cristiano mayor de edad juzga por sí mismo lo que cree justo (cf. Lc 12, 56-57). Se olvidan de la legítima autonomía de la ciencia, de la autonomía de lo temporal, de que los obispos no pueden substituir la conciencia de los fieles, de que la misión de la Iglesia no es de orden político, económico o social. Estos obispos ignoran todo aquello que enseñó el Vaticano II en la Gaudium et spes.
La Iglesia anterior al Vaticano II era una sociedad que se decía perfecta y que constituía una cultura aparte y a la defensiva frente a lo que venía de fuera, que creaba una sociedad paralela con escuelas, universidades, hospitales, medios de comunicación y toda clase de sociedades y organismos a los que se añadía el adjetivo de “católicos”. Esa Iglesia no daba siempre un testimonio auténtico del Evangelio, porque conseguir influencia y poder no es evangelizar. Tradicionalista y dogmático, el catolicismo era visto por muchos como una secta. En América se usaba con frecuencia la palabra inglesa “sectarian” para referirse a ese tipo de creyente católico. Ahora volverá a haber nuevos motivos para hacerlo.
Pero una Iglesia así, de doctrina y ritos que no cambian y que promete la salvación frente a un mundo extraviado, sigue teniendo sus adeptos. Ahí tenemos a los grupos católicos federados en “Una Voce”, y a los clásicos grupos ultraconservadores y fundamentalistas españoles de todos conocidos, con su interpretación al pie de la letra de la Escritura, su intransigencia y su rigidez dogmática.
Wolfgang Waldstein, el famoso jurista de Salzburgo que el papa Benedicto XVI citó en su discurso en el “Reichstag” de Berlín, gran defensor del iusnaturalismo tal como lo explicaba el magisterio hasta hace poco, fue nombrado presidente de honor de la asociación laica alemana “Pro Missa Tridentina”. El cardenal Rouco Varela reflexionó en 2019 sobre ese discurso del papa Ratzinger en el Parlamento de Berlín en 2011. En su artículo, “¿Un nuevo retorno del derecho natural?” publicado en Ius Communionis, presenta Rouco el discurso de Benedicto XVI como una propuesta para recuperar el “derecho natural” como categoría intelectual y como valor ético-jurídico.
Todo ello es legítimo y tiene su sentido, pero conviene no olvidar que un “corazón dócil, que sepa escuchar para juzgar, para discernir entre el bien y el mal”, como pedía Salomón (cf. 1 R 3, 9), es algo que no le es negado a ningún hombre honesto. Benedicto XVI cita ese pasaje con la expresión de “un corazón oyente” (“ein hörendes Herz”) y también cita el versículo de Rm 2, 15 que habla de una ley escrita en el corazón, en la conciencia de todo hombre, no solo en la de los cristianos. Ya nos dijo Ebner, y luego Rahner, que el hombre es “Hörer des Wortes”, “oyente de la palabra” divina. Y es la “”confianza en la palabra” lo que constituye para el personalismo la última instancia, el fundamento de la vida social, de la ley y del derecho. Aunque Ebner nos recuerda, citando Dt 30, 14, que Dios ha puesto su palabra en nuestro corazón para que la podamos poner en práctica, nos dice en sus “Glosas al prólogo del Evangelio de Juan” (1921) que “no es necesario en absoluto entender esta confianza en un primer momento en sentido religioso”. Tal vez los estudiosos del derecho podrían encontrar aquí un puente entre el positivismo jurídico de H. Kelsen, contemporáneo de Ebner, por cierto, y el iusnaturalismo.
La ley natural no se encuentra en ninguna caja fuerte del Vaticano bajo siete llaves teniendo acceso a ella solamente el magisterio del papa. Que su fundamento sea la ley eterna de Dios no anula la capacidad de todo hombre para razonar. Como enseñó hace años el profesor Stephen Buckle “la idea de derecho natural no proporciona atajos al razonamiento moral”. La promulgación de esa ley y de ese derecho corresponde, como ya defendió Santo Tomás de Aquino, a la inteligencia humana. En ese sentido, como muestra Buckle, la ley natural bien entendida tiene capacidad para incorporar el cambio.
Siguiendo las enseñanzas del profesor Jesús Vega López, si le he entendido bien, esta ley no puede interpretarse en un sentido radicalmente contrario a la idea de igualdad en su sentido moderno y contemporáneo, puesto que incluye la noción de universalidad normativa que da origen a la idea de “ley moral”.
El contenido de la ley natural ha de ser interpretado, pero sin apelar a una antropología natural inalterable, porque entonces estamos haciendo una interpretación no igualitaria negando los hallazgos del razonamiento crítico jurídico que reconoce que existe un derecho fundamental a la igualdad de trato y a la no discriminación. La afirmación de este derecho constituye la base de las legislaciones de los Estados occidentales que reconocen las uniones civiles de las personas del mismo sexo y los derechos de las personas con sexualidades diversas. Sin reconocer este derecho a la igualdad de trato, que la Iglesia debería aplicar a sus propios fieles, a las mujeres y a las minorías sexuales, resulta difícil ver que las pretensiones de la Iglesia en estas materias puedan tener acogida en un Estado constitucional laico. No aparecerían ante los ciudadanos como una doctrina moral “razonable”.
No es de extrañar que las reformas del papa Francisco encuentren oposición cuando queriendo ser fiel al espíritu de “aggiornamento” y de renovación de la Iglesia del Vaticano II afronta los problemas sin recurrir a esa teoría del derecho natural. El cardenal Müller se expresó así en una entrevista del Corriere della Sera: “La palabra de Dios vale para todos los tiempos. Y habla del derecho natural, moral. La constitución antropológica no se respeta en esta nueva antropología LGTB”. Según Müller “el papa es el primer intérprete de la ley natural”. Y pregunta: “¿Por qué interviene en estos asuntos de los Estados sin subrayar la dimensión de la ley natural?”
Se ve claramente el interés de los ultraconservadores por usar ese concepto como un comodín dialéctico con el que hacer oposición. Müller, con el puritanismo ajeno al Evangelio que desde San Pablo impregna la enseñanza de la Iglesia, e ignorando la sexología, recuerda que “las relaciones sexuales están reservadas exclusivamente al matrimonio”. Reprocha así al papa que hable de las uniones civiles entre personas del mismo sexo, del derecho de todos a tener una familia y una protección legal.
En 2019 este cardenal viajó a Estados Unidos y se vio con los miembros de la Corte Suprema y católicos conservadores, Samuel Alito y Brett Kavanaugh, así como con Brian S. Brown, conocido activista homófobo y con la princesa Gloria von Thurn und Taxis, una millonaria de Ratisbona amiga de los que se oponen a Francisco. Esta empresaria ultraconservadora, que ve en Müller al Trump de la Iglesia, fue la que puso al cardenal en contacto con Stephen Bannon. Uno recuerda aquellas palabras de Ebner cuando se preguntaba en su escrito “El escándalo de la representación” qué espera la aristocracia de una victoria de Dios. “Nada cuando se da en el corazón del hombre. Pero ¿qué de esta en el mundo?”
Los grupos de presión que mezclan política y religión son, como vemos, especialmente activos en América. Francisco parece estar en buena forma, pero ya se han publicado libros que nos hablan de cómo debería ser el próximo papa. George Weigel y Edward Pertin han publicado sendos libros con el mismo título, The Next Pope. Si en Roma o en la iglesia alemana se estudia la posibilidad de dar la comunión a los divorciados que han vuelto a contraer matrimonio Weigel, haciendo una interpretación burda del Evangelio, se apresurará a señalar que el papa no puede cambiar la doctrina de Jesús sobre la indisolubilidad del matrimonio. Es una táctica común en el sectarismo refutar lo que el adversario no ha sostenido. Lo que técnicamente llaman “mutatio elenchi” si se hace a sabiendas. Una forma de acusar falsamente. Además se pasa por alto Mt 19, 9: “a no ser en caso de porneia”, algo que rompería el matrimonio.
Weigel no ha dudado en tergiversar la doctrina social del papa Juan Pablo II en la encíclica “Centesimus annus” (1991). Pero el texto es claro: “Queda mostrado cuán inaceptable es la afirmación de que la derrota del llamado “socialismo real” deja al capitalismo como único modelo de organización económica. Hay que romper las barreras y los monopolios que colocan a tantos pueblos al margen del desarrollo, y asegurar a todos —individuos y naciones— las condiciones básicas que permitan participar en dicho desarrollo” (Centesimus annus, 35). No es pues verdad como afirma Weigel que el papa apoyara la doctrina de la autorregulación libre de los mercados.
El sectarismo ultraconservador se hace con frecuencia fanatismo obsesivo en los temas de la sexualidad y de las relaciones humanas. Así, por ejemplo, el que fue arzobispo de San Luis, el conservador americano Carlson, hoy ya retirado, insistía todavía en 2020 en que “la comprensión católica de la persona humana sostiene que el sexo y el género no pueden separarse”. Pero la realidad de la vida hace pedazos la rigidez de esa doctrina de la Relación final del Sínodo de los obispos de 2015 recogida luego en otros documentos.
Un caso real lo puede mostrar. Recordemos a J. Morris. Falleció el 20 de noviembre de 2020 a la edad de 94 años. Sirvió en el ejército británico durante la segunda guerra mundial, se graduó como oficial de inteligencia en Sandhurst, trabajó como periodista y, como miembro de la expedición de Hurt y Hillay en su conquista del Everest, dio la noticia en exclusiva para The Times en 1953. Morris, después de estudiar en Oxford, contrajo matrimonio con Elisabeth Tuckniss, la mujer de su vida con la que tuvo 5 hijos. Escribió más de 40 obras, entre ellas Pax Britannica, una historia del imperio británico en tres tomos y libros de viajes traducidos a muchos idiomas. James Morris, nacido biológicamente como varón, siempre supo que era mujer.
En 1972 James Morris viajó a Casablanca para someterse a una reasignación de sexo. Lean su obra “Conumdrum” (Enigma). Desde entonces y hasta que murió en 2020 fue Jan Morris. Tras un divorcio al tener que someterse a las leyes, de nuevo la unión civil con Elisabeth Tuckniss, el tú de su yo, más allá del sexo y de la orientación sexual. Fue una mujer transgénero primero, mujer transexual después de la operación, en una larga lista en la que están Lili Elbe, Virginia Prince, Caitlyn Jenner, Georgine Kellermann y millones de otras. Y habría que hablar también de los hombres trans, que nacieron con el sexo biológico de mujer. Está claro que el sexo y el género no siempre van de la mano. Son cosas diferentes. Y otra cosa distinta de ambos es la orientación sexual. Y eso simplemente es lo que afirman los estudios de género.
No es fácil ponerse en el lugar de las personas trans, comprenderlas. Pero tenemos que hacerlo por deber de justicia y de fe cristiana. Tiene que haber protección legal para los millones de personas trans que hay en el mundo. La futura ley trans española, redactada desde el conocimiento científico y la sensatez, especialmente en los que se refiere a los menores, debería alcanzar el máximo consenso posible y contar con el asesoramiento y la experiencia de las personas de ese colectivo.
La comunidad transgénero de Estados Unidos (cerca de un millón de personas) le hizo saber al arzobispo Carlson que su doctrina desconocía su problemática. Si se evitan las posturas sectarias no tendría por qué ocurrirle lo mismo a la Iglesia en España.
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