"Ellos son ventanas que lo comprenden todo" Manuel Mandianes: "Nuestros muertos hacen la diferencia"
"El día 1 de noviembre los celtas apaciguaban los poderes del otro mundo y propiciaban la abundancia de las cosechas con la celebración de la fiesta Samhain, la cual era, para unos, el comienzo del invierno y, para otros, el final de verano"
"El bosque y el templo eran, para los celtas, nociones equivalentes o intercambiables"
"Durante la preparación de parentalia, los romanos ofrecían a sus muertos, que habitaban las profundidades de la laguna Estigia, granos de sal, el don de Ceres (pan), violetas esparcidas sobre las tumbas, ramas de árboles como el pino"
"Durante la preparación de parentalia, los romanos ofrecían a sus muertos, que habitaban las profundidades de la laguna Estigia, granos de sal, el don de Ceres (pan), violetas esparcidas sobre las tumbas, ramas de árboles como el pino"
El día 1 de noviembre los celtas apaciguaban los poderes del otro mundo y propiciaban la abundancia de las cosechas con la celebración de la fiesta Samhain, la cual era, para unos, el comienzo del invierno y, para otros, el final de verano; el principio de una nueva gestación, y de un período de intensa comunicación entre los habitantes de este y del otro mundo. Se reunía una gran multitud en el nemeton, claro del bosque, porque era una fiesta obligatoria. Quien no asistía corría el peligro de perder la razón. La fiesta era para los celtas una concentración de lo sagrado en un tiempo y en un lugar determinados. Los mitos afirman que era el momento en el cual se habían producido grandes acontecimientos cósmicos. Las ceremonias festivas actualizaban, celebraban y comentaban el origen mítico y la continuidad de mundo. La muerte no era una desaparición sino un paso. Los celtas no tenían templos en el sentido latino de la palabra; celebraban sus fiestas y sus ceremonias rituales en el nemeton, claro del bosque. El bosque y el templo eran, para los celtas, nociones equivalentes o intercambiables.
Por las mismas fechas, los romanos celebraban las saturnales. El mundo de los espíritus se entreabría y salían personajes de pesadilla, las almas tenues, los cuerpos que habían sido enterrados y las sombras. Todos se nutrían de los platos depositados sobre las tumbas. Durante la preparación de parentalia, los romanos ofrecían a sus muertos, que habitaban las profundidades de la laguna Estigia, granos de sal, el don de Ceres (pan), violetas esparcidas sobre las tumbas, ramas de árboles como el pino, pero sobre todo, piedad para con ellos.
El Samhain, como otros muchos ritos y celebraciones precristianos, perduró con nombres diferentes en lugares distintos. La tarde del primero de noviembre se celebra el magosto en Galicia, la castañada en Cataluña y la mauraca en Las Alpujarras que deberían celebrarse en el descampado, a poder ser el claro del bosque. En otros pueblos de Francia y el Pío Monte recibe otros nombres. El día del Samhain, los celtas encendían el primer fuego, origen de todos los fuegos. Con él se encendían todos los fuegos de la isla.
El fuego y el vino son elementos constitutivos del Magosto, de la Castañada y de la Mauraca y de todo ritual con castañas. Las Constituciones Sinodales gallegas dicen que, en el velorio, el día de los Fieles Difuntos y en algunas otras ocasiones, los gallegos ponían mesas en las iglesias, comían hasta encima de los altares y bailaban. Según algunos autores cristianos Gregorio IV, fundándose en las visiones del Apocalipsis, instituyó la fiesta de Todos los Santos, para celebrar y honrar a los santos, y rescatar y dedicarles el templo romano. No obstante, autores modernos piensan que estas festividades de la Iglesia católica son la cristianización del Samhain celta.
Aquellos que se llevaron con ellos nuestros paisajes y sus sueños y, con un abrigo de pino, reposan ya bajo tierra, ahora nos son más cercanos e íntimos que cuando estaban entre nosotros. La muerte hace nuevo lo viejo y próximo lo lejano, vence las resistencias, deriva los muros, nos vuelve un poco a la niñez, nos desliga de todo vínculo, convierte el tiempo en eterno reposo, nos abre el corazón, nos deja libres como la piedra en caída libre e inutiliza la belleza.
"Con los muertos nos ejercitamos en el silencio porque lo desconocido y lo ilimitado es indecible"
A muchos, solo ahora, se les puede contar en silencio vivencias que la lengua no pude ni sabe decir. El duelo es entre nosotros una ofrenda. Su ausencia está presente siempre y en todas partes; porque están vivos, el recuerdo de la muerte no es tan traumática como en otras partes del mundo. Al atardecer, los que se fueron, que sin embargo siguen ahí, nos hacen un lugar al lado del fuego del hogar que dibuja sus bocas, musita sus nombres, y nos recuerda las campanas del campanario cuando ya no tocan. Ellos son ventanas que lo comprenden todo. El magosto, que debería celebrarse estos días, es la celebración civil y actualizada, y Fieles Difuntos celebración cristianizada del Samhain con que los celtas celebraban el recuerdo de sus antepasados.
Con los muertos nos ejercitamos en el silencio porque lo desconocido y lo ilimitado es indecible. Para la mayoría de la gente, los cementerios son, en esta época, en otras épocas se olvidan de ellos, un arrimadero y un podridero de flores. Para los gallegos, el cementerio es el jardín de los muertos porque creen que los muertos están vivos. Los celtas creían que los muertos viajaban a otra dimensión de este mismo mundo y los cristianos creen que los que se van viven en otro mundo, el cielo.
Un emigrante gallego me decía hace tiempo en Strasbourg: 'Yo no creo en nada, pero cuando alguien se va al pueblo, envío por él dinero al cura para que tenga unas misas por el eterno descanso de mis padres porque “as cousas son outra cousa” cuando, por medio, están nuestros difuntos'.
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