"Descansa en paz en tu sepulcro y que duermas bien" Un epitafio para el Sodalicio

Martin Scheuch, ex Sodalité
Martin Scheuch, ex Sodalité captura/La República

El siguiente texto es el epílogo de mi libro inédito sobre el Sodalicio de Vida Cristiana. Si todo sale bien, el libro será publicado en el transcurso de este año

"¿O cuando en algunos retiros se aplicaba una dinámica de grupo, en que todos los participantes se echaban sobre el piso con los ojos cerrados, y uno de los miembros del equipo se hacía pasar por un enfermo terminal de cáncer y contaba una historia desgarradora, a fin de generar miedo y angustia ante la muerte en los jóvenes menores de edad que escuchaban y, de esta manera, inducirlos a aceptar el mensaje de salvación que ofrecía el Sodalicio?"

"¿Qué carisma podría haber tenido un hombre que creó una institución que funcionó como una secta desde sus principios, secuestrando las mentes de jóvenes menores de edad para luego abusar sexualmente de algunos? ¿Qué carisma pueden haber recibido los miembros actuales, que relativizaron la verdad y maltrataron a muchas víctimas desconociendo la veracidad de sus testimonios, además de haber impedido que se conozca todo el alcance de los abusos?"

El Sodalicio de Vida Cristiana ciertamente jugó un papel importante en la conformación de mi identidad personal. Yo no sería quien soy si no es porque en un momento de mi vida esta línea torcida de Dios me salió al encuentro y se convirtió en un camino para descubrir realidades que en ese momento no percibía, cuando era solamente un joven desorientado, insatisfecho, buscándole sentido a un mundo que parecía no tenerlo.

Newsletter de RD · APÚNTATE AQUÍ

El Sodalicio me permitió adentrarme en ese libro misterioso que escribe Dios de manera invisible, ese laberinto de páginas incomprensibles, rompecabezas incompletos y renglones entrecruzados que llamamos vida y que sólo cobra sentido desde la perspectiva de la eternidad insondable. Gracias al Sodalicio descubrí la fe cristiana de una manera intensa y vibrante en un momento en que podría haberla perdido, y se despertaron en mí las inquietudes intelectuales que me han acompañado a lo largo de mi vida. Aunque he de confesar que este redescubrimiento de la fe ya se había iniciado un año antes, cuando yo tenía 14 años de edad, gracias a un atípico profesor de religión, de talante bohemio, que tuve en el Colegio Alexander von Humboldt, quien tuvo la valentía, con un estilo desenfadado, de cuestionar mis seguridades de adolescente omnisciente, hacer que tomara conciencia de lo burgueses y conformistas que eran mis actitudes rebeldes y abrirme las puertas a una búsqueda que tocaría puerto un año después.

En el Sodalicio aprendí a nutrirme de esa visión de eternidad que otorga la fe, a mirar a Jesús de manera novedosa y vital, a abandonarme en las manos maternales de Santa María Virgen, a preferir los bienes que se pueden atesorar en el corazón a los bienes materiales que uno atesora en la tierra, a hablar con sinceridad y a huir de todo tipo de hipocresía y doblez del alma, a tomar conciencia de los talentos que Dios me ha concedido para compartirlos con mis semejantes, a entender la vida como un acto de amor y servicio que se ofrece gratuitamente y que lleva al sacrificio de las propias comodidades y seguridades, a vivir la dinámica de lo provisional sin hacerme muchas preocupaciones por el futuro y alegrándome por los dones que ofrece el presente, a no rendirme nunca ante las adversidades, a querer amar hasta el extremo, a alegrarme con las cosas sencillas, a ver el dolor como parte del recorrido que uno tiene que hacer en esta tierra de sombras, a sentirme siempre en la presencia de Dios, cuya luz se vislumbra en todo lo que ocurre y no permite nunca que perdamos la esperanza.

Sodalicio
Sodalicio

En el Sodalicio conocí a muchas personas de gran calidad humana, buena voluntad, conciencia recta e integridad moral, y también hice muchos amigos, a los que sigo mirando con aprecio y respeto y hacia los cuales siempre tendré el corazón abierto, cual habitación pequeña pero abrigada, donde puedan entrar y calentarse al fuego, mientras toman el vino que les ofrezco y se olvidan por un momento de las inclemencias que trae la vida. Pues la lealtad franca y abierta hacia las personas que confían en uno y que no ocultan trastiendas en sus almas es algo que también aprendí en el Sodalicio.

El Sodalicio que yo conocí en los 70 estaba muy lejos de esa imagen de personas tiesas, formales, de trato cortés pero distante, adscritas a un idealismo religioso que los aleja del común de los mortales. Es cierto que la manera de participar en las celebraciones litúrgicas comenzaba a alimentar esa imagen. Ya desde entonces se tenía la costumbre de usar traje azul en las festividades solemnes, cantar con voz fuerte y estilo marcial, cuidar los detalles en la presencia física —pulcritud, sobriedad de gestos, contención— y actuar todos de manera similar. Pero en ese entonces este tipo de solemnidades eran relativamente escasas, y lo que reinaba era un espíritu de informalidad y camaradería ajeno a las formalidades asociadas a lo religioso. El lenguaje que se utilizaba no retrocedía ante las expresiones más crudas y obscenas. Yo nunca estuve acostumbrado a ese lenguaje, cosa rara entre los jóvenes de mi medio social, y tuve que aprenderlo para comunicarme con mis compañeros de camino en el Sodalicio. Fue así que el inicio de mi compromiso cristiano coincidió con mi iniciación en el lenguaje vulgar y malsonante, que por lo general había estado ausente de mi vida, por educación y por decisión propia.

Figari
Figari

Conformado en ese entonces por jóvenes que estaban a lo más en la mitad de sus años veinte ‒quien más edad tenía era Luis Fernando Figari, que superaba la treintena‒ no faltaban las locuras juveniles propias de esa edad. Había, por ejemplo, quien conducía su coche por las calles de Lima a velocidades que llegaban a los 80 kilómetros por hora. Teníamos a veces conversaciones nocturnas en las que hablábamos sobre libros y películas críticas de la sociedad, muchas veces en cafés pintorescos de la noche limeña, algunos de los cuales ya no existen. Hermann Hesse era uno de los autores más comentados, cuyos libros Demian y Siddharta eran de lectura casi obligada para quienes nos adentrábamos en la dimensión profunda de la existencia. Mi afición por el buen cine también se afianzó en aquella época, cuando las inquietudes despertadas me hicieron acudir a a las salas de cine y cine clubes en busca de algo más que entretenimiento. Recuerdo que vi en ese entonces obras memorables del Séptimo Arte como El extranjero (Lo straniero, Luchino Visconti, 1967), La naranja mecánica (A Clockwork Orange, Stanley Kubrick, 1971), Un hombre de suerte (O Lucky Man!, Lindsay Anderson, 1973), Alguien voló sobre el nido del cuco (One Flew Over the Cuckoo’s Nest, Milos Forman, 1975), El show debe seguir (All That Jazz, Bob Fosse, 1979) y Estados alterados (Altered States, Ken Russell, 1980), que luego fueron objeto de largas disquisiciones para atrapar los significados que se me escapaban e iluminarlos desde la perspectiva cristiana rebelde que asumíamos.

El Sodalicio era un espacio de aventura que canalizaba nuestras ansias rebeldes y nos permitía ver la realidad desde una perspectiva distinta, a la vez que se erigía como proyecto para transformar el mundo y reconducirlo hacia su centro, convirtiéndolo de salvaje en humano, y de humano en divino, partiendo de la transformación de las personas a través de su conversión a la fe cristiana. He de admitir que en el Sodalicio se iniciaron recorridos personales maravillosos, trayectorias que enrumbaron a muchos jóvenes inquietos, voluntariosos y llenos de buenas intenciones por caminos que de otra manera hubieran terminado en la mediocridad de existencias pequeño burguesas y rutinarias, sin mayores alicientes.

¿Cuándo comenzó a irse a pique este sueño? ¿En qué momento aparecieron las primeras señales de decadencia? ¿O acaso no estuvieron presentes desde un inicio? ¿Como cuando se sometía a las personas a rondas de preguntas en grupo, forzándolas a ventilar ante otros problemas privados y personales? ¿O cuando, a fin de lograr los objetivos propuestos en el apostolado proselitista, en algunos casos se les hizo beber licor a algunos jóvenes hasta emborracharlos?

¿Cuándo comenzó a irse a pique este sueño? ¿En qué momento aparecieron las primeras señales de decadencia? ¿O acaso no estuvieron presentes desde un inicio? ¿Como cuando se sometía a las personas a rondas de preguntas en grupo, forzándolas a ventilar ante otros problemas privados y personales? ¿O cuando, a fin de lograr los objetivos propuestos en el apostolado proselitista, en algunos casos se les hizo beber licor a algunos jóvenes hasta emborracharlos, a fin de de que bajaran sus defensas psíquicas y estuvieran mejor dispuestos a que se abordara sus secretos personales sin restricciones? ¿O cuando en algunos retiros se aplicaba una dinámica de grupo, en que todos los participantes se echaban sobre el piso con los ojos cerrados, y uno de los miembros del equipo se hacía pasar por un enfermo terminal de cáncer y contaba una historia desgarradora, a fin de generar miedo y angustia ante la muerte en los jóvenes menores de edad que escuchaban y, de esta manera, inducirlos a aceptar el mensaje de salvación que ofrecía el Sodalicio?

¿O cuando se nos pedía que no contáramos a nuestros padres las cosas que hacíamos, veíamos y escuchábamos en las reuniones sodálites, fomentando incluso la desobediencia hacia ellos mediante el argumento de que ellos no sabían lo que era bueno para nosotros puesto que no tenían un compromiso cristiano de veras sino mediocre y, como pertenecían al mundo, no iban a entender de qué iba lo nuestro? ¿O cuando eran aplicados tests psicológicos a jóvenes menores de edad, sin conocimiento ni consentimiento de sus padres, por parte de sodálites sin formación profesional ad hoc, a fin de lograr la adhesión de los jóvenes al grupo, además de otras dinámicas orientadas a controlar la psique de las personas y hacerlas dependientes de los sodálites mayores? ¿O cuando a un joven menor de edad su consejero espiritual le pidió que se desnudara por completo e hiciera como que fornicaba una silla, para ver si así lograba romper sus barreras psicológicas?

La cúpula del Sodalicio
La cúpula del Sodalicio

¿O cuando ya en esa época se presentaba a Luis Fernando Figari como una especie de iluminado y se consideraba cualquier conversación con él como una experiencia que necesariamente iba a contribuir a la propia transformación dentro del camino hacia la santidad deseada? ¿O cuando en los dos primeros Convivios, congresos de estudiantes católicos organizados por el Sodalicio para jóvenes de 16 y 17 años en edad escolar, realizados en 1977 y 1978 respectivamente, se iniciaron las sesiones del primer día, viernes en la noche, con la exhibición de películas clasificadas para mayores de 18 años por su alto contenido de violencia, a saber, Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976) —clásico moderno que, sin embargo, no deja de ofrecer una visión deprimente de un entorno social determinado y termina en un baño de sangre de violencia inusual para la época— y Centinela de los malditos (The Sentinel, Michael Winner, 1977) —película de terror que presenta escenas de gran impacto, sórdidas y repugnantes, con personajes salidos del infierno—? ¿Y que la exhibición de estas películas en ambos Convivios tenía la intención de generar en los jóvenes participantes una especie de ablandamiento psicológico mediante una especie de terapia de shock, a fin de hacerlos tomar conciencia de los “males del mundo” y hacerlos más receptivos al mensaje que se les quería transmitir? ¿No se parece todo lo descrito anteriormente a las técnicas de control mental y manipulación de conciencias que han practicado varias sectas?

¿Eran estas señales de decadencia o solamente errores juveniles producto de la falta de experiencia? ¿Y lo que vino después en los 80? ¿Cuántos saben que el primer sodálite de vocación matrimonial que se casó tuvo una misa de bodas que fue celebrada con gran solemnidad, a lo grande, y que al final terminó migrando con su esposa a los Estados Unidos y se desvinculó completamente del Sodalicio? ¿Cuántos saben que Alberto Gazzo, el único sacerdote sodálite ordenado por el Papa Juan Pablo II en 1985 terminó colgando los hábitos y separándose de la institución, y que el número de la revista Alborada donde aparecía su foto junto con el Papa fue requisado y sacado de circulación, a fin de que nadie se acordara nunca más de él? ¿Quién recuerda a Virgilio Levaggi, aquel miembro de la cúpula sodálite ‒actualmente exsodálite‒ que fue confinado por un tiempo en una de la comunidades por haber cometido una falta grave que nunca se nos quiso revelar, y que se nos dijo que era referente a la obediencia, aunque las circunstancias adjuntas hacen sospechar más bien de una falta como aquellas que muchos jerarcas de la Iglesia han solido ocultar, dizque a fin de evitar escándalos? ¿Y qué pasó con aquel joven que vivía en una de las comunidades de formación de San Bartolo y al que un día le dijeron que no era apto para la vida en comunidad y que no creían que tuviera vocación, y por lo tanto debía regresar a vivir a casa de su padres, de cuya azotea se habría lanzado al vacío meses después para encontrar una muerte temprana por propia mano? ¿Y las huidas entre gallos y medianoche de quienes ya no querían vivir en comunidad, y que preferían aprovechar las horas nocturnas para retornar a una vida normal, antes que manifestar su deseo de forma abierta a los superiores, pues ello implicaba pasar meses de meses en estado de discernimiento obligatorio, sometidos a observación y a una dura disciplina, antes de que por fin se les permitiera salir al mundo, y siempre con el estigma de haber fracasado, que no es mucho peor que el estigma de “traidores” que se les colgaba en secreto a quienes se largaban “por la puerta trasera”?

El Sodalicio tenía potencial para ser grande y su misión prometía tener alcance universal. La energía y el ímpetu de jóvenes dispuestos a los más grandes sacrificios por seguir a Jesús el Señor, a comprometerse con la Iglesia y a actuar como levadura cristiana de buena calidad en la sociedad estaba presente. Y sinceramente, agradezco por lo que significó esa etapa de mi vida en todo aquello bueno que contribuyó a mi desarrollo personal y por haber significado para mi el inicio del seguimiento de Jesús en el Pueblo de Dios que es la Iglesia. Agradezco por todas las personas buenas que conocí y por las amistades que todavía mantengo. Agradezco por haber despertado en mí inquietudes intelectuales y haberme impulsado a hacer de mi vida una continua búsqueda preñada de una nostalgia entrañable de eternidad. Agradezco por todos los momentos de alegría, de tristeza, de incertidumbre y esperanza compartidos con tantos compañeros en la brega, hayan estado hasta el final en Sodalicio o se hayan ido antes. No obstante todas estas cosas buenas y positivas, lamentablemente los gérmenes de decadencia también estaban presentes e hicieron su labor.

El Sodalicio se convirtió un cuerpo enfermo aquejado de autoritarismo, verticalismo, anquilosamiento intelectual y espiritual, ceguera histórica, espíritu sectario, aburguesamiento institucional y falta de tolerancia y de libertad. Y ése ha sido el caldo de cultivo donde han germinado los peores abusos

El Sodalicio se convirtió un cuerpo enfermo aquejado de autoritarismo, verticalismo, anquilosamiento intelectual y espiritual, ceguera histórica, espíritu sectario, aburguesamiento institucional y falta de tolerancia y de libertad. Y ése ha sido el caldo de cultivo donde han germinado los peores abusos.

Parece que la dolencia era terminal, considerando que los síntomas principales de la enfermedad institucional persistieron hasta el final. Y no obstante los intentos de curar al enfermo, lo único que se hizo fue lavarle la cara y darle al sistema una fachada de salud aparente.

En el Sodalicio siguieron creyendo en la existencia de su “carisma fundacional”, ese don que el Espíritu Santo otorga a un fundador de un instituto de vida consagrada para darle una tarea y una orientación, que finalmente se traduce en un beneficio espiritual para la Iglesia. Considerando que el fundador Figari —«mediador de un carisma de origen divino» según la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica (carta del 30 de enero de 2017)— era un pecador redomado que podría no haber vivido el carisma, éste habría pasado actualmente a los miembros de la comunidad, lo cual se manifestaría en las obras buenas de las cuales hace gala el Sodalicio.

Caso sodalicio
Caso sodalicio

Sin embargo, ¿qué carisma podría haber tenido un hombre que creó una institución que funcionó como una secta desde sus principios, secuestrando las mentes de jóvenes menores de edad para luego abusar sexualmente de algunos? ¿Qué carisma pueden haber recibido los miembros actuales, que relativizaron la verdad y maltrataron a muchas víctimas desconociendo la veracidad de sus testimonios, además de haber impedido que se conozca todo el alcance de los abusos? ¿Qué obras y frutos buenos puede mostrar el Sodalicio, cuando por cada sodálite en que había deben haber varias personas —entre las cuales me cuento yo— que han visto sus vidas afectadas negativamente? ¿Qué carisma puede ser aquel que ha dañado la imagen de la Iglesia católica y ha hecho que muchas personas pierdan su fe religiosa?

Un recuento de quiénes fueron los miembros de aquello que Luis Fernando Figari llamaba “generación fundacional” del Sodalicio, conformada en su mayoría por escolares que terminaban el colegio en el año 1973, nos debería llevar a la misma conclusión. ¿Quiénes estuvieron, además de Germán Doig? Mons. José Antonio Eguren, arzobispo emérito de Piura y Tumbes, quien ha sido expulsado del Sodalicio por el Papa Francisco. El exsodálite Virgilio Levaggi, quien también cuenta con graves acusaciones de abuso sexual. El sacerdote Jaime Baertl, que cometió un abuso sexual sin contacto físico en perjuicio mío cuando yo tenía tan sólo dieciséis años de edad, lo cual ha sido descartado como inverosímil por los representantes del Sodalicio hasta el día de hoy. El sacerdote Emilio Garreaud, quien en el año 2019 fue denunciado por abuso sexual contra un mayor de edad en el Tribunal Eclesiástico Provincial de Costa Rica, denuncia que nunca se investigó a fondo y terminó siendo archivada. El laico consagrado Alfredo Garland y el exsacerdote y exsodálite Alberto Gazzo, quienes han sido señalados por el obispo emérito de la prelatura de Ayaviri y exsodálite Mons. Kay Schmalhausen como sus abusadores sexuales cuando el era aún un adolescente menor de edad (el mismo Schmalhausen cuenta que, ya siendo mayor de edad, abusaron sexualmente de él tanto Figari como Doig). El laico consagrado José Ambrozic, también expulsado del Sodalicio por el Papa Francisco. El laico casado Raúl Guinea, quien colaboró en la administración de los cementerios del Sodalicio, un negocio lucrativo libre de impuestos debido al uso ilegítimo y abusivo del Concordato entre la Santa Sede y el Estado Peruano. Franco Attanasio, quien fuera el primer sodálite casado y luego se separó de la institución, se mudó a los Estados Unidos con su mujer, y que ha sido incluido en el Registro de Agresores Sexuales de Michigan, en virtud de cuatro sentencias por conducta sexual criminal en cuarto grado emitidas en el año 2021. De este grupo sólo se salvan el exsodálite Juan Fernández, quien hizo carrera en la Marina de Guerra del Perú, y el exsacerdote y exsodálite Luis Cappelleti.

¿Quién puede creer aún que una pandilla de abusadores hayan sido portadores de un carisma del Espíritu Santo para bien de toda la Iglesia?

Figari ya ha sido expulsado de la institución que él fundó y el Sodalicio ha sido suprimido. El decreto de supresión hace referencia a la inmoralidad del fundador Figari como indicio de la inexistencia de un carisma fundacional, y por tanto, de la falta de legitimidad eclesial para la existencia de la institución. En otras palabras, ya la Santa Sede ha reconocido oficialmente que Figari no fue guiado por un poder divino, ni es fundador en ningún sentido, ni el Sodalicio era una obra querida por Dios.

Por el bien de la Iglesia y de la humanidad —y por el bien de muchos sodálites de buena voluntad que aún seguían sometidos al sistema ideológico y disciplinario de la institución— el Sodalicio fue condenado a desaparecer.

Por el bien de la Iglesia y de la humanidad —y por el bien de muchos sodálites de buena voluntad que aún seguían sometidos al sistema ideológico y disciplinario de la institución— el Sodalicio fue condenado a desaparecer

Este libro busca ser una contribución para ponerle un epitafio a la historia infamante de una institución que fracasó en la misión que decía tener —evangelizar a los jóvenes, evangelizar la cultura y solidarizarse cristianamente con los pobres y marginados— y que funcionó como una secta desde sus inicios, como una moledora de conciencias y destinos humanos, produciendo o bien seres fantasmales cortados todos con una misma tijera, o bien sobrevivientes de una experiencia que deja heridas en el alma y la tarea de una vida entera a rehacer desde sus cimientos, para hacerla auténticamente humana después de las salvajadas a que fue sometida.

Descansa en paz, Sodalicio. Descansa en paz en tu sepulcro y que duermas bien. Por los siglos de los siglos. Amén.

Etiquetas

Volver arriba