Los números de la Iglesia, ¿crisis o presencia? José Miguel Martínez Castelló: "Francisco demostró en Lampedusa que sus palabras no eran mera pose"
"Creyentes y no creyentes respiraban aliviados de tener un Papa con el que poder identificarse tras la aportación y el papel convulso de Benedicto XVI"
"Después del primer año del papado de Francisco comenzaron las primeras críticas de que si aquello que decía no encontraba ni encuentra seguimiento ante las altas instancias vaticanas, obispos contestándole de forma directa, señalándolo como responsable directo de la flojera doctrinal y moral"
"Existen otras realidades, otros números que debemos tener en cuenta como el ascenso de la X en la casilla de la Iglesia en la Declaración de la Renta"
"Existen otras realidades, otros números que debemos tener en cuenta como el ascenso de la X en la casilla de la Iglesia en la Declaración de la Renta"
Cuando el Papa Francisco accedió a la Cátedra de Pedro sorprendió a propios y extraños por el lenguaje tan directo y sencillo que utilizaba para hablar de Dios, de la Iglesia, de las personas y de los problemas que envuelven al mundo actual. De pronto, de Norte a Sur, hubo una especie de idilio entre el mensaje, lo que decía, y sus receptores, desde los medios de comunicación pasando por gobiernos, instituciones supranacionales, incluso, el mayor de los imposibles, en el seno de la jerarquía de la Iglesia.
Quedarán para el recuerdo, grabadas a fuego porque ahí está el centro de su mensaje, su testamento pastoral y vital, la expresión Iglesia en salida, como un hospital de campaña en busca de las periferias existenciales de nuestro tiempo. Demostró que no eran sus palabras una mera pose cuando en Lampedusa clamó a los cuatro vientos lo que muchos pensamos, pero nadie suele apuntar y señalar: ¡Vergüenza!
La prensa internacional se hacía eco de estas palabras junto con las críticas al sistema económico y su maestría para ponerlo en relación con la cuestión ecológica que es, sin lugar a dudas, el tema de nuestro tiempo, del cual se derivan y se derivarán los desafíos y problemas de las próximas generaciones.
Creyentes y no creyentes respiraban aliviados de tener un Papa con el que poder identificarse tras la aportación y el papel convulso de Benedicto XVI -¿cuándo se hará justicia al Papa alemán por sus decisiones que tomó en la más absoluta soledad y que le han valido a Francisco para airear y zarandear espacios podridos en la Iglesia universal?
Sin embargo, vivimos como dijo Ulrich Beck en los año 80 en la sociedad del riesgo, no hay ningún proceso social en la actualidad que para desarrollarse genere crisis y conflicto. Después del primer año del papado de Francisco comenzaron las primeras críticas de que si aquello que decía no encontraba ni encuentra seguimiento ante las altas instancias vaticanas, obispos contestándole de forma directa, señalándolo como responsable directo de la flojera doctrinal y moral de la Iglesia frente a los temas de siempre, como el aborto, al eutanasia, homosexualidad, mujeres y sacerdocio, celibato…
Y no contentos con esto tenemos que desayunarnos con la claridad y la desnudez de los datos, de las cifras, de los números que sitúan a la Iglesia en una crisis de abandono y de fidelidad en todo el mundo. Recientemente se ha publicado que en 2001 el 70% de los enlaces que se celebraban en España eran por la Iglesia, mientras que en 2019 el porcentaje descendió al 20%.
El CIS no deja lugar a dudas, aunque dos de cada tres se declaren católicos sólo el 22% acuden a misa. En cuanto a las primeras comuniones han pasado de 245.427 en 2012 a 222.345 en 2018, o los bautizos en 2012 fueron 268.810, en 2018 fueron 193.394. Datos incontestables que como Iglesia tendremos que afrontar.
Por el contrario, existen otras realidades, otros números que debemos tener en cuenta como el ascenso de la X en la casilla de la Iglesia en la Declaración de la Renta. Y aquí debe hacerse un inciso. Muchas personas, creyentes y no creyentes, siguen confiando en la función social.
Más todavía a partir de las consecuencias de la pandemia del COVID-19. Se ha vuelto a demostrar que la Iglesia, su pueblo, sus personas, son un activo y un puntal para la construcción de una sociedad más justa que no desoye los reclamos de las personas que sufren. Ante tantas noticias negativas, que las destacamos y comentamos, no podemos olvidar las micro utopías, los espacios de donación y esperanza que se dan ante nuestras miradas y que pasan desapercibidas.
Hoy tenemos la obligación de estar despiertos, de ser conscientes de lo que nos pasa. Francisco nos ha señalado el camino para ese despertar: la misericordia. El significado de esta palabra es claro: la capacidad que tenemos de abrazar y acoger la miseria, el problema, el sufrimiento de la otra persona. Si algo nos debería enseñar lo que hemos vivido con el Estado de Alarma es que somos vulnerables, que podemos caer en cualquier momento y que la única verdad que se alza sobre nuestros pies de barro es el amor y el cuidado entre nosotros. Y es aquí donde la Iglesia muestra signos de recuperación porque está con los más débiles, con aquellos que acuden a ella, sin preguntar credos políticos, religiosos, sociales, de procedencia…
En mi ciudad, Torrent, a escasos 10km de Valencia, se están dando ejemplos, experiencias y realidades que invitan a la esperanza. Cuando las fases permitieron salir a la calle, fui testigo de una imagen de lo que se ha venido en llamar en Italia las colas del hambre. Alrededor del economato de la Mare de Dèu del Popul que pusieron en marcha las Cáritas de tres parroquias de la ciudad en 2016, decenas de personas, de todas las clases y procedencias estaban esperando para poder adquirir alimentos a un precio mucho más asequible.
"La única verdad que se alza sobre nuestros pies de barro es el amor y el cuidado entre nosotros"
Ante la gran demanda que daba la vuelta a la manzana, lo nunca visto, personas jóvenes de un grupo parroquial llamado Misión ideó una carrera, 5km y 10km, para recoger fondos para destinarlos al economato porque en le mes de abril el presupuesto para 2020 ya estaba gastado por la gran demanda social. Fue milagroso, extraordinario, cómo la gente respondió el fin de semana de la carrera, personas con dorsal, corriendo o caminando por un fin solidario, por una urgencia, porque vivíamos entre vecinos que pasaban hambre. Se recogieron cerca de 10.000 euros para seguir alimentando a personas que se han quedado sin nada tras el COVID-19.
Detrás de esa acción, de ese economato, como de las Cáritas de cada pueblo, de cada ciudad del mundo, está la Iglesia. Si mostramos y analizamos sus números rojos, aquello que tenemos que afrontar y mejorar, también señalemos sus números que hablan por sí solos.
Pero, ¿todo esto es nuevo? No olvidemos que a nivel nacional la Iglesia cuenta con más de 9.000 centros asistenciales de todo tipo que ayudan a casi 5 millones de personas cada año. Asiste a 115.000 emigrantes, refugiados y prófugos, cuenta con 85 centros de rehabilitación a personas drogodependientes que atienden a 23.000 personas, 227 orfanatos y centros para tutela de la infancia y 72 centros para víctimas de violencia que se ocupan de carca 23.000 mujeres. Sin contar los hospitales, residencias de personas mayores, colegios y lo que conozco de primera mano como es la labor que realiza la Pastoral Penitenciaria en todas las cárceles del país, dentro y fuera de ellas.
Me gustaría que estas líneas sirvieran para que pensemos en las personas que están trabajando por los demás, fuera y dentro de la Iglesia. Seguro que conocemos personas que actúan, que no están desanimadas, que ahí donde ven llanto, lo vencen proponiendo un proyecto nuevo, una oportunidad para librar una batalla a la marginación y la injusticia social. Si me lo permiten, no puedo olvidarme de personas como Juan Oliver, Obispo de Vicariato de Requena en Perú, en plena selva amazónica. Atención religiosa en todas sus ramas, litúrgica, catequética, escuela teológica y una coordinación directa con Cáritas de la zona en los diferentes proyectos que realizan. Conciertos y acuerdos con el Estado para atender a personas enfermas, escuelas infantiles y formación profesional. Es una atención que se centra en todos los ámbitos que amparan, cuidan y protegen la dignidad de las personas.
O el Padre Javier Palomares, Mercedario, que fue Director de la Pastoral de Valencia en la cárcel de Picassent durante años después de sustituir al gran Padre Ximo Montes, un santo en vida, que en la actualidad está desarrollando su misión en las prisiones de Panamá, mejorando sus condiciones educativas, personales y sanitarias y sin olvidar un Hogar de ancianos a los que se les atiende a diario, un centro de niños con pocas oportunidades para que no sean víctimas de la lógica y fuerza de la calle y sigan estudiando. Y estos números, ¿qué reflejan? ¿Qué realidad denotan? Pues lo que es la Iglesia, como le gusta decir al Padre Javier en los audios que me envía contándome todo lo que está haciendo: “Como Iglesia siempre trabajando por los más pobres”.
La Iglesia desaparecerá el día que se olvide de los pobres. Porque el cristianismo y la Iglesia, como nos recordó de forma magistral Benedicto XVI en la primera página de la Encíclica Dios es amor, no son una ideología, una ONG, una empresa, sino que es un encuentro con una persona, la admiración de haber encontrado a Dios que nace y muere fuera de la ciudad, de la normalidad, sólo, abandonado, únicamente acompañado de su madre que nos ha llegado a nosotros en forma de Iglesia, por y para los pobres. ¿Iglesia en crisis? ¿Iglesia presente? La mayor crisis que existe es la indiferencia, cuando nos olvidemos del sufrimiento, cuando creamos que los demás son sólo medios para conseguir nuestros fines y sólo podremos combatirla cuando concibamos nuestra vida como misión para estar presente y acoger los alaridos del dolor que inundan la historia de la humanidad.