"En tiempos de pandemia todos queremos ser héroes" Nicolás Vigo: "La sobrexposición mediática de nuestro altruismo profana derechos"
"Los valores de esos gestos nobles se pervierten, sin que lo notemos"
"Me pregunto: Con el marketing solidario, ¿no estaremos regalando estereotipos engañosos y mentiras emocionales?"
"Muchos samaritanos generosos, después de hacer su gesta épica, para certificar su hazaña, cuelgan fotografías en sus redes sociales"
"Muchos samaritanos generosos, después de hacer su gesta épica, para certificar su hazaña, cuelgan fotografías en sus redes sociales"
| Nicolás Vigo
Una tarde de trabajo, para aliviar el peso que cargan mis hombros, me lancé a las redes sociales y me topé con la publicación de una buena amiga española, publicista. Su publicación era escasa de palabras, escueta, como ella. Estaba acompañada de un post, con la siguiente frase: «Danos comida, pero no nos saques fotos». La frase me encantó. Y la imagen, mucho más. Ello me hizo pensar en las verdaderas motivaciones de lo que hacemos. ¿Por qué lo hacemos?
La dureza de la realidad -o lo que nos muestra la publicidad-, a veces, persuade a nuestra generosidad y la motiva a responder. De hecho, cada uno lo hace a su manera. Y eso está muy bien.
Es verdad que en tiempos de pandemia todos queremos ser héroes. Surge, sin quererlo, nuestro instinto protector: ayudar, aliviar, corregir y rebelarse ante la injusticia y el sufrimiento. ¡Qué bien que lo hagamos! ¡Qué bien que los otros estén en nuestro horizonte!
Pero también es cierto, que, a veces, sin quererlo, nos engañamos. Los valores se pervierten, sin que lo notemos. Detrás de esos gestos nobles, altruistas, liberadores, rompedores de cadenas, se esconde el virus letal, que lo arruina todo: la sobrexposición mediática, profanadora de derechos.
Danos comida, pero no nos tomes fotos... #LaCivilizaciónDelEspectáculopic.twitter.com/m10IBZZRcB
— Gina Almonte Hdez (@GinaAlmonteHdez) April 8, 2020
Cuando ello pasa, entonces ese gesto reivindicador y justiciero se torna en opresor, burlador y hasta canalla. Si hiciéramos caso al buen Jesús: «Pero tú, cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha…». Precisamente, en muchos casos, el secreto no es la motivación. Me explico.
Miremos la Navidad. Ella es un festín extraordinario para el marketing, la publicidad y los exhibicionistas perdidos. Me pregunto: ¿No estaremos regalando estereotipos engañosos y mentiras emocionales? ¿No es mejor regalar algo más duradero que panetones, chocolates y juguetes de plástico? Qué tal un menú más nutritivo y útil: educación, cultura y arte.
Más aún, muchos samaritanos generosos, después de hacer su gesta épica, para certificar su hazaña, cuelgan fotografías en sus redes sociales, sin ningún criterio. Es decir, pasan por alto el derecho a la imagen, al honor y a la intimidad, de los «pobrecillos» redimidos por el chocolate, el panetón y los juguetes. ¿Los pobres necesitan pagar tan alto precio? Terrible trueque. Porque quedarán expuestos a todo el mundo, en las redes sociales y toda la vida. Internet tiene memoria.
Es decir, sin darnos cuenta, caemos en el pozo hondo del clientelismo, la demagogia y la cosificación de los pobres. Fabricamos pobres para sentirnos no pobres y buenos. E ingenuamente, colaboramos para mantener la espiral injusta, que tutela a los pobres y los hace más pobres: ¿Pobres?
"Terrible trueque. Porque quedarán expuestos a todo el mundo, en las redes sociales y toda la vida. Internet tiene memoria"
Este mismo juego deshumanizador y opresor, lo hemos visto durante la pandemia de la COVID-19. Las redes sociales estaban llenas de fotografías y vídeos de sospechosos personajes que, más que a madre Teresa o Robin Hood, olían a políticos estrategas, inversionistas pacientes. También había otro grupo de neófitos aventureros, sedientos de fama y muchos héroes de nada, ávidos de publicidad.
Hay que tomar en cuenta que una de las premisas básicas de la comunicación y del periodismo riguroso es: «Los pobres tienen derechos».
No se puede pisotear su dignidad. Los pobres son seres humanos. Poseen el derecho a la imagen, al honor y a la intimidad. Estos están avalados por nuestra Constitución: son derechos fundamentales de la persona. Nada puede canjear estos derechos: tampoco la solidaridad pandémica ni navideña.
Se trata, pues, de una cuestión de dignidad. Los pobres no son animales de zoológico ni seres exóticos para presumir. Si les damos comida, ¡qué bien!, pero no les pidamos como recibo su imagen.
El Perú es un mercado electoral fácil. Y lleva una tradición impecable de clientelismo y populismo, porque es sencillo traficar con la pobreza. Los pobres venden y conmueven. Los pobres mantienen el discurso político.
Creo que los «pobres», amados de Jesucristo, más que regalillos, necesitan ser redimidos. Hay que darles el mejor regalo para su vida: educación y cultura, hábitos de superación económica e inteligencia emocional. Sería una utopía que los samaritanos posmodernos se decanten por hacer este tipo de campañas. Que profesionales, cristianos o no, regalen sus vacaciones y vengan a romper el tópico de «pobre» in situ. Y que lo hagan todos los días del año, sin Navidad ni pandemia. ¡Esto sí sería significativo y digno!
Sin duda, regalaríamos las mejores armas para que los «pobres» transformen su entorno, encaren su realidad y logren un cambio profundo y duradero. Con esfuerzo, trabajo propio y sin cámara. No olvidemos el proverbio chino: «Si le das un pez a tu hijo comerá un día, si le enseñas a pescar, comerá toda la vida».
Los «pobres» no deben ser más objeto de narcisismo digital; menos, de mercado electoral y pedantería mediática. La generosidad no necesita publicidad. Y como decía mi buena amiga española, lacónica, como ella sola. «Dale comida, pero no le saques fotos». Yo añadiría, «Si me das algo, no me pidas a cambio mi dignidad; aquella, que solo es mía, y que se juega en una foto».
Desde ese entonces, ella y yo, nos hemos hecho quijotes digitales de esta iniciativa y la hemos compartido con nuestros amigos. Lo curiosos es que no nos hemos encontrado con gigantes ni molinos de viento; sino, más bien, un reclamo silencioso de miles de personas, que esperaban que alguien se atreva a decirlo.
"Los pobres venden y conmueven. Los pobres mantienen el discurso político"