Gregorio Delgado Revolución en la pastoral familiar (Parte I)

(Gregorio Delgado del Río).- En Realismo y familia (1) realice, sin ánimo alguno de exhaustividad, algunas reflexiones en torno a la nueva perspectiva que nos ha sugerido la Exhortación Apostólica Amoris laetitia para abordar, en el futuro, la siempre compleja e inaplazable problemática de la familia actual. Hoy quiero insistir y complementar algunos aspectos y perspectivas que, desde mi ya dilatada experiencia personal y profesional, me parece indispensable tener presente. Reflexiones, por otra parte, muy en sintonía con las recientes sugerencias de pastoral familiar con las que nos ha regalado el papa Francisco (2).

Se cometería, en mi opinión, un grave error si, a la hora de plantear la ineludible cuestión metodológica (renovación pastoral) en la pastoral familiar, no se valorasen en su justa medida. El papa Francisco nos ha invitado en este ámbito a realizar -con las consecuencias prácticas que ello conlleva- una saludable autocrítica. Es evidente que "hoy, como ha subrayado Costadoat (3), el discurso afectivo, sexual, matrimonial y familiar de la institución eclesiástica a los jóvenes les resulta ininteligible. A los adultos, en varios puntos, les parece impracticable. Urge anunciar de nuevo el Evangelio con toda su radicalidad, pero también toda su sensatez". ¿Cómo o en qué aspectos ha de poner el acento la nueva pastoral familiar?

1. Realismo de partida

Como punto de partida, me parece de una elemental sensatez (al planificarla y llevarla a la práctica) partir siempre de un principio o criterio realista. Es lo que se le ocurriría a cualquiera que vaya a emprender una actividad o empresa del tipo que sea.

Mi experiencia me dice algo que siempre he subrayado para disgusto de tanto doctrinario y moralista eclesiástico, que sigue acercándose a los problemas en el entorno familiar con los métodos, las estrategias y los criterios del pasado. Hasta ahora, todo el empeño y todo el esfuerzo de todos (Jerarquía eclesiástica, sacerdotes y otros agentes pastorales) se ponía en subrayar y proponer un ‘ideal' de moral sexual y familiar, de convivencia conyugal, abstracto y elitista, que muy pocos entendían y practicaban.

Se proponían a la gente conductas que no estaban en su posibilidad real, que exigían, en cualquier caso, un previo recorrido de madurez personal, que, en muchos casos, no estaba conseguida de antemano y que, en todo caso, trabajar en su favor implicaba un esfuerzo más que notable y continuado en el tiempo. Se proponían y se manejaban recetas para personas que vivían en un marco cultural diametralmente opuesto y diferente.

Si se insistía en semejante estrategia, como era habitual, si no se escuchaba y se miraba a la cara de los pocos que se acercaban, si se les condenaba, si no se les apoyaba y acompañaba, si se les oprimía con un moralismo estricto, su reacción era y es, salvo excepciones, archisabida: abandono, distanciamiento, retirada, huida. Como recordó, en el aula del Sínodo sobre la familia, el Card Marx, "a menudo este proceso lleva a dar la espalda a la fe cristiana". ¡Una obviedad!

También se refirió a ella el Card Sebastián al señalar que el principal problema que afronta la pastoral familiar de la Iglesia se cifra en "... el hecho del gran número de bautizados que no se casan o lo hacen sólo civilmente, y que viven tranquilamente fuera de la Iglesia y de la gracia de Dios. Esa es la gran angustia y la preocupación de la Iglesia" (4).

Se podrán decir y defender otras perspectivas. Se podrá seguir aferrados al pasado y centrados en exigir un ideal abstracto. Pero, lo que es innegable, lo que se verifica fácilmente por la experiencia, es esta realidad: un gran número de bautizados -cada vez mayor- no se casan sacramentalmente o lo hacen sólo civilmente o, simplemente, viven como pareja de hecho en formas y manifestaciones diferentes.

Esta realidad no se puede ignorar. Es un dato de sociología eclesial. Está ante nuestras propias narices (5). A la hora de formular, en consecuencia, cualquier acción pastoral se ha detener muy presente y, de alguna forma, se ha de imponer en cualquier planificación pastoral. Se ha de partir del mismo. Esa es la realidad -guste o no- que viven la inmensa mayoría de quienes se dicen cristianos. Sobre esta realidad es sobre la que ha de actuar la nueva pastoral familiar.

La AL, precisamente,nos ofrece esta gran novedad, esta nueva perspectiva. Como subrayó en su presentación el Arzobispo de Viena, Card Schönborn, la clave de entendimiento de la exhortación apostólica radica en su "profunda apertura a la realidad", alejada de la "perspectiva abstracta doctrinaria".

En efecto, se trata de centrarse en las personas concretas, en la idea según la cual el amor es "artesanal" (AL 221), algo susceptible de ir madurando en el tiempo, moldeándose a las cambiantes circunstancias en que vive y se desarrolla cada familia y sus protagonistas, como expusimos en nuestro colaboración en RD Realismo y familia. No estamos ante una realidad en si misma perfecta y sublime. Incluso, con la mirada puesta en el ideal evangélico, al que nunca se ha de renunciar, "... la pastoral ha de atender primero a las personas y sus vidas tal cual se dan en infinidad de circunstancias" (Costadoat).

Una vez subrayada la ineludible realidad anterior, hemos de seguir, en la fase de planificación, con la misma actitud: realismo. En sus jugosas reflexiones evangélicas, José A.Pagola (6), al comentar la enseñanza de Jesús (Lc 14, 28-33), afirmaba recientemente que "estamos viviendo un cambio sociocultural sin precedentes. ¿Es posible contagiar la fe en este mundo nuevo que está naciendo, sin conocerlo bien y sin comprenderlo desde dentro? ¿Es posible facilitar el acceso al Evangelio ignorando el pensamiento, los sentimientos y el lenguaje de los hombres y mujeres de nuestro tiempo? ¿No es un error responder a los retos de hoy con estrategias de ayer?".

Es obvio el tenor de la respuesta a tan certeras preguntas. Es muy posible que hayamos actuado hasta ahora mirando para otro lado. Pero, a mi entender, no es posible evangelizar a la familia al margen o desde la ignorancia de cómo piensan y sienten sus protagonistas. Hoy día las personas que viven en familia, en cualquiera de sus múltiples manifestaciones, participan de un acervo ideológico concreto, hacen suyos ciertos valores y aspiraciones, creen y profesan un determinado credo moral. Todo ello se debe conocer al detalle y en profundidad a la hora de acercarse a ellos e intentar que escuchen y acepten, en alguna medida, el mensaje evangélico o alguno de sus valores.

Lo contrario (despreciar su mundo cultural, condenarlo de antemano, ignorarlo o desconocerlo), "sería -continúa José A. Pagola- una temeridad en estos momentos actuar de manera inconsciente y ciega. Nos expondríamos al fracaso, la frustración y hasta el ridículo ......". ¿Acaso no nos está pasando algo parecido? ¿Nos hemos preguntado por qué se ha fracasado en la evangelización de la familia? ¿No será que estamos enredados en una abstracción doctrinaria y prescindimos de la personas concretas y sus circunstancias? ¿No será que, en el fondo, pretendemos evangelizar a través de una imposición sin previa escucha?

La enseñanza de Jesús es, como subraya José A. Pagola, clara: "el que emprende un proyecto importante de manera temeraria, sin examinar antes si tiene medios y fuerzas para lograr lo que pretende, corre el riesgo de terminar fracasando". ¡Puro sentido común, lógica y sensatez a raudales!

A mi entender, abordar sensatamente una renovación pastoral sobre la familia en la hora actual, reclama valorar, en primer lugar, el estado cosas e ideas (realidad cultural) en cuyo ámbito se desenvuelven o del que participan las personas que conviven, que tienen hijos y que cuidan a sus mayores. Esto es, se ha de conocer perfectamente la persona receptora de la acción pastoral. En segundo lugar, se deberán calcular los medios y fuerzas que se disponen para llevar a cabo la acción renovadora que se pretende.

2. El conocimiento del receptor

Parece igualmente evidente la necesidad de reconocer que la gente que se busca evangelizar, que se desea acompañar en su proyecto familiar, vive inmersa en una realidad cultural determinada. Este dato, al que no se le ha dado la importancia debida, es valorado, sin embargo, por Mons Chomalí, Arzobispo de Concepción (Chile), como algo absolutamente imprescindible en el marco más amplio del necesario realismo y sentido común. Dice así en una reciente Carta pastoral:

"Vivir en una cultura que no se comprende lo suficientemente bien hace difícil la tarea pastoral, así como sacar adelante una familia, emprender un proyecto empresarial o gobernar un país. El anuncio espera un receptor que esté en condiciones de recibir el mensaje. Creo que no conocemos muy bien al receptor y ello se ha visto reflejado en la adhesión cada vez más exigua de nuestro anuncio entre los jóvenes y entre aquellas personas que tienen por primera vez acceso a bienes de consumo y servicios que sus padres no tuvieron. Dicho en otras palabras, no es fácil hablarle a un joven que ha estado expuesto por horas a la televisión de todas partes del mundo y a las redes sociales gracias a internet. Tampoco es fácil hablarle a una persona atraída por un centro comercial diseñado de modo muy bien pensado y con estrategias muy sofisticadas de ventas para congregar a las personas y las familias, hacerlos consumir y endeudarlos. También difícil resulta hacerse comprender con quienes han puesto en la ciencia, la tecnología y el dinero, la esperanza de una vida y un mundo mejor. Conocer los rasgos culturales en los que estamos inmersos es una exigencia que ha de desafiarnos constantemente y a todos sin excepción. La labor pastoral debe tenerlos muy presentes si quiere ser eficaz" (7).

El reconocimiento que efectúa el purpurado chileno ("creo que no conocemos muy bien al receptor") me parece una confesión ejemplar. Hay que tener gran coraje para reconocer -en la Iglesia actual- semejante limitación. Hay que tener una gran voluntad de servicio y de ser eficaz en la acción pastoral futura para dirigirse a todos los católicos de su diócesis (especialmente, a sus sacerdotes y agentes de pastoral) y pedirles un conocimiento en profundidad de la realidad cultural de los católicos, y hombres y mujeres de buena voluntad, que se integran en la archidiócesis cuya Iglesia se preside. Hay que ser muy humildes y haber realizado un diagnóstico realista de las causas del fracaso pastoral en relación con un campo tan decisivo como la familia. No es fácil, ni mucho menos, aceptar un diagnóstico de esa naturaleza. Pero, sin embargo, me parece imprescindible.

A partir de un reconocimiento de tales características, se pueden emprender actuaciones diferentes -en campos muy distintos- con la cooperación de todos. Sin él, seguiremos como siempre: sermoneando y adoctrinando inútilmente.

Me cuesta admitir que nuestros Obispos -hablando con generalidad- no sean conscientes de esta realidad o ignoren el sentir de sus diocesanos y de las familias. ¿Por qué, entonces, no dan un paso adelante y ejercen su responsabilidad pastoral de otra forma? Es cada día más evidente que los métodos habituales del pasado ya no sirven. ¿Por qué no salen al encuentro de las familias para ayudarles y servirles? Me cuesta admitir que los sacerdotes y religiosos desconozcan el sentir, las preocupaciones y los valores que buscan los protagonistas de las familias actuales.

¿Por qué, entonces, no se cambia el rumbo?

Probablemente lleve razón Juan Rubio (8) cuando, respecto de los Planes pastorales, concluye: "Y lo que falta de verdad es un estudio serio y profesional de la realidad a la que hay que anunciar el Evangelio cada día con programa o sin programa". Totalmente de acuerdo.

Igualmente comparto y hago mía su experiencia: "Este verano he navegado por internet y he echado un ojo a diez planes pastorales de diez diócesis españolas de diversas características y he encontrado en ellas algo común: Mucha cita de textos del Papa y casi ninguna, o pocas, de textos evangélicos. La mayoría hablan de las medidas a tomar pero no de la enfermedad que tienen los cristianos de la diócesis. Sin saber la enfermedad, no sé cómo se puede dar recetas, cuando cada diócesis es distinta de la otra". El trabajo que se tiene por delante es ingente y espera que alguien lo lleve a término.

Notas:

1. Artículo

2. Con el realismo del Evangelio, OR 25 (2016), págs.. 4-5; No es cuestión de matemáticas, OR 25 (2016), págs.. 6-7

3. Artículo

4. Artículo

5. En este marco, Justin Welby, arzobispo de Canterbury, máxima autoridad de la Iglesia anglicana, ha señalado muy recientemente que "los valores familiares tradicionales son un mito" y que el divorcio y el matrimonio gay "son realidades, nos gusten o no". Y concluye: "La Iglesia ya se encuentra viviendo en una cultura de familia que no acaba de entender". Cfr., sobre el particular.

6. Artículo

7. Artículo

8. Artículo

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