Monseñor Romero sigue siendo un símbolo de resistencia frente a la impunidad y la represión Nicaragua y El Salvador, unidos en la lucha por la Verdad, la Memoria y la Justicia

Nicaragua y El Salvador, unidos en la lucha por la Verdad, la Memoria y la Justicia
Nicaragua y El Salvador, unidos en la lucha por la Verdad, la Memoria y la Justicia

Llegamos al 45 aniversario del martirio de Romero, con una región convulsa. Nuevas dictaduras y nuevas formas de represión a ambos pueblos

Para acabar con el autoritarismo en Nicaragua y El Salvador necesitamos organización porque, como profetizó Romero en 1980: "Un pueblo que se organiza y defiende sus valores, su justicia, es un pueblo que se hace respetar"

"El legado de Romero, seguido por los sacerdotes nicaragüenses y con la iglesia que se opone a la explotación minera en El Salvador, es una demostración de la dimensión política de la fe cristiana, de convertir la enseñanza de Cristo, en acción política para resolver los problemas de este mundo"

La historia de Centroamérica está marcada por luchas, injusticias y el anhelo de sociedades más justas. A Nicaragua y El Salvador, les unió una lucha social que buscaba que ambos países pudieran alcanzar lo que no tenían, democracia, justicia y derechos humanos.

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Llegamos al 45 aniversario del martirio de Romero, con una región convulsa. Nicaragua nuevamente en Dictadura, la más cruel y sanguinaria, que repite formas y estilos de represión al estilo de Pinochet o de Franco en España. El Salvador va en camino, consolidándose un régimen que aprende el manual de la dictadura Ortega-Murillo, ambos países se encuentran nuevamente en una similitud histórica: Nuevas dictaduras y nuevas formas de represión a ambos pueblos.

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Lo cierto, es que la crisis de derechos humanos sigue siendo una herida abierta, y el legado de Monseñor Óscar Arnulfo Romero resuena como un recordatoriode los peligros del autoritarismo y el fascismo, están ahí, y no podemos dejarles avanzar, tenemos que detenerles, con organización, lucha no violenta y sobre todo con mucha solidaridad.

Desde las protestas de 2018, Nicaragua ha sido escenario de una brutal represión estatal. El régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo ha criminalizado toda forma de organización social, persiguiendo a lideres comunitarios, indígenas, feministas, activistas, periodistas y líderes religiosos.

Si algo aprendió la jerarquía eclesial de Nicaragua de Romero, fue estar al lado de las víctimas, y así lo ha hecho, la Iglesia católica, ha jugado un papel histórico en la defensa de los derechos humanos, ha sido blanco de ataques y exilios forzados, con obispos, sacerdotes detenidos o expulsados del país, las religiosas no solo han estado en la oración, sino más allá, aconsejando, atendiendo y acompañando a un pueblo -de diferentes formas- que cada día se desangra por la falta de libertad.

Para entender la Nicaragua de hoy es necesario recordar lo que dijo Romero en la universidad de Lovaina, sobre la dimensión política de la fe cristiana: «La dimensión política de la fe no es otra cosa que la respuesta de la Iglesia a las necesidades del mundo real en el que la Iglesia vive…», añadiendo después que ésta era la verdadera «opción por los pobres, encarnada en su mundo, para anunciarles la buena noticia, darles esperanza, defender su causa y participar en su destino».

A 45 años del martirio de Romero, a Nicaragua y El Salvador les sigue uniendo la lucha por la Verdad, la Memoria y la Justicia.

En ambas naciones cada una con sus realidades, hay víctimas que merecen ser acompañadas, escuchadas y reparadas, la desigualdad de ingresos y de tierras es elevada, el desplazamiento forzado de la población, es otra de las cosas comunes que ambos países viven nuevamente, y la violencia hacia los campesinos que luchan por acceso a las tierras y en defensa de sus recursos naturales, es otra de las cosas comunes.

El Salvador y Nicaragua atravesaron dramáticas y costosas guerras civiles que causaron más de 125.000 muertos en conjunto y nuevamente ambos países retrocedieron en democracia y ahora están gobernados por regímenes totalitarios que han aplastado cualquier forma de oposición y pretenden silenciar al bastión de resistencia popular, las organizaciones de base, pero ni Bukele, ni los Ortega-Murillo lo lograran.

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Con estos resultados no tan felices, participando en un encuentro en el Centro Pastoral San Carlos Borromeo de Madrid, me preguntaron, ¿para qué ha valido la pena tanto sacrificio? ¿Hay esperanza? Yo creo que sí y para ello se necesita de una solidaridad que sirva de altavoz para denunciar, informar y concienciar sobre lo que viven ambos países.

Y desde la incidencia junto al acompañamiento de quienes desde dentro resisten, luchar por que en ambos países se restauren las libertades y las democracias, y caminando en ese proceso poder tener procesos para reparar, los duelos, y promover la justicia, si no lo logramos, seguiremos cosechando dictadores mesiánicos que se creen los verdaderos salvadores.

El sacrificio de Romero y la actual persecución en Nicaragua es un testimonio de hasta dónde puede llegar la violencia institucional. De cómo la concentración de poder puede causar dolor y sufrimiento.

"El legado de Romero, seguido por los sacerdotes nicaragüenses, y con la iglesia que se opone a la explotación minera en El Salvador, es una demostración de la dimensión política de la fe cristiana, de convertir la enseñanza de Cristo, en acción política para resolver los problemas de este mundo"

Sentir con la Iglesia el lema de Romero, nos recuerda a la Iglesia como pueblo de Dios, pueblo que debe ser protegido. El legado de Romero, seguido por los sacerdotes nicaragüenses, y con la iglesia que se opone a la explotación minera en El Salvador, es una demostración de la dimensión política de la fe cristiana, de convertir la enseñanza de Cristo, en acción política para resolver los problemas de este mundo.

A más de cuatro décadas de su asesinato, Monseñor Romero sigue siendo un símbolo de resistencia frente a la impunidad y la represión. Para acabar con el autoritarismo en Nicaragua y El Salvador necesitamos organización porque, como lo profetizó Romero en su homilía del 2 de marzo de 1980: “Un pueblo desorganizado es una masa con la que se puede jugar; pero un pueblo que se organiza y defiende sus valores, su justicia, es un pueblo que se hace respetar”.

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