Antonio Aradillas Silencios jerárquicos culpables
(Antonio Aradillas).- El substantivo masculino "escándalo" -"hecho o dicho contrarios a la moral social, y que produce indignación, desprecio o habladurías maliciosas"-, y el correspondiente adjetivo "escandaloso/a", son palabras gruesas. Palabras mayores. Aún más mayores, lo son, cuando personas, espacios o temas que enmarcan o definen las cuestiones en las que se aplican, pertenecen al ámbito de lo religioso en los más altos estamentos jerárquicos.
De "escandaloso" fue recientemente tildado nada menos que el silencio oficiado cuidadosamente por el órgano supremo de la Conferencia Episcopal Española, con explícitas referencias a sus principales miembros en relación con temas de singular relevancia en la marcha y desarrollo de la sociedad civil, laboral, económica, social, política y, por tanto, de alguna manera, religiosa, sin escrúpulos, escamoteos y escapadas obtusas, incomprensibles y descomprometidas.
Me adscribo a la tan autorizada opinión hecha pública, de los responsables de la edición de RD y de asociaciones y medios de comunicación social dentro de la Iglesia, de que a la jerarquía española no solo le sobran silencios, sino que estos resultan ya ser aborreciblemente escandalosos. Estos rebasan ya los límites y ecos de las declaraciones de algunos de sus componentes, de quienes da la infeliz impresión de seguir siendo y comportándose como cruzados e inquisidores de gloriosos tiempos y actitudes irreversiblemente pasadas.
El silencio de la Conferencia Episcopal Española es antológico. Como si sus componentes vivieran, y tuvieran que seguir viviendo, por vocación, ministerio y misterio, en el "mejor de los mundos", y a este lo alimentaran estadísticas tradicionales basadas en concentraciones masivas, procesionales, actos de culto y partidas y actas bautismales o casamenteras oficiales.
La Conferencia Episcopal Española tiene miedo. Miedo a sí misma y a todavía pocos, de sus miembros. Pese a que la figura y ejemplo encarnados en el papa Francisco se abra paso en sus Comisiones y en algunas demarcaciones diocesanas, los procedimientos, ideas, palabras y silencios del Episcopologio hispano actúan al dictado de quienes los nombraron en las desdichadas etapas "rouco-varelianas" del post Nacional Catolicismo, que aún perduran, con visos de perpetuarse también en asociaciones y movimientos "religiosos"
Obispos y pueblo, junto con los sacerdotes, que viven y conviven en su medio pastoral, apenas si mantienen entre sí otra relación que la puramente administrativa y canónica, con la distancia impuesta por el báculo, la mitra, el "Nos por la gracia de Dios", el palacio episcopal con sus "audiencias" y los paramentos sagrados, hoy y siempre ininteligibles, caducos, absurdos y deseducadores de la fe verdadera, Que en un mundo de igualdades sociales y religiosas se primen con tanta elocuencia las frondosidades jerárquicas, con los destellos indoctos de sátrapas al servicio del poder sobre los cuerpos y las almas, es necio e incongruente.
La opción por los pobres, identificables estos con los partidos políticos llamados de izquierda, no resulta ser misión y compromiso episcopal. La Iglesia representada y presentada jerárquicamente en la Conferencia Episcopal, es -sigue siendo-, políticamente de derechas. Sin paliativos y concesiones semánticas. Tal cantidad y calidad de silencio y faltas de denuncias ante corrupciones demostradas hasta judicialmente, -sobrando por tanto, el misericordioso "supuesto" de los delincuentes-, debieron haber justificado reacciones corporativas de la Conferencia Episcopal y de los obispos- arzobispos y aún cardenales de las demarcaciones diocesanas respectivas en las que tuvieron, y tienen, acomodo.
A don Ricardo Blázquez y a su portavoz, apenas si se les espera a la hora de la denuncia profética. Están atendiendo sus "cosas". Los informadores religiosos son tratados ahora con el respeto profesional debido, y no como en otras etapas inmediatamente anteriores, pero no pueden ser mensajeros de noticias, distintas a las relacionadas con los Años Santos, peregrinaciones, "milagros", canonizaciones, procesiones, ascensos en el escalafón clerical, cambios de destinos propios de la todavía perversamente llamada "carrera eclesiástica", asignaturas de la religión, "inmatriculaciones" y reivindicaciones de carácter administrativo.
La Conferencia Episcopal no genera noticias de interés para el pueblo, pese a que lo religioso- religioso es -sigue siendo- noticia por naturaleza. La alta cuota de audiencia que alcanza la COPE no es su temática religiosa, misionera y evangelizadora. Responde al principio comercial que la rige y orienta, que no es otro que "divertir y entretener", como si tal tarea no estuviera ya sobradamente atendida por otras cadenas.
En cierta ocasión, a mis deseos de recabar del portavoz oficial de la citada institución episcopal unas declaraciones relativas a un tema religioso, se excusó, mostrando su extrañeza de que yo pudiera disponer del número de su teléfono particular, destacando además que él "no podría ser y estar siempre disponible a cuantos medios "digitales" le hicieran semejantes ofertas". Percibí la sensación de que subrayaba lo de "digital", y por eso me limito a reseñarlo.
De esta y de tantas otras formas como esta, por muy portavoz que se sea, no se hacen amigos, dispuestos a facilitar la difusión de los mensajes de la Iglesia, siempre y cuando que no se tenga explícita y obediente constancia de la seguridad de hacerlo al dictado de "ordenes y sensibilidades superiores", y no en fiel conformidad con voto alguno de obediencia.
Legítimamente colocada la condición episcopal como meta del carrerismo eclesiástico, en tiempos pre "franciscanos", ciertos prototipos episcopales, como todo en la vida, tienen fecha de caducidad. ¿Respetan los portavoces y asimilados el principio axiomático, anticlerical por demás, de que "si no hay preguntas, tampoco podrá haber respuestas, o a estas habrá que llamarlas de otra manera"?
La corrupción dentro y fuera de la Iglesia, con capítulos tan lamentables como los relativos al dinero y a los adyacentes a la sexualidad en sus más infames versiones, demandan torrenteras de palabras y ejemplos reparadores de los males provocados. De los malos tratos con los que personas e instituciones, por eclesiásticas que sean, obsequian a la mujer, por mujer, convertida en "pecado" a cuenta de los míticos relatos bíblicos y de frustraciones celibatarias, también podrán y deberán, hacer declaraciones los obispos, en un intento efectivo por salvar el proyecto creador de Dios, quien, en sagrada igualdad de derechos y deberes, los hizo "hombre y mujer"..
Son muchos, escandalosos y graves los silencios que guardan la Conferencia Episcopal y sus portavoces, cuya ruptura, revelación y evangelio podrían aminorar, y hasta eliminar, injusticias y condenaciones, siendo respuestas religiosas de salvación y de vida. "Callarse" no es término religioso. Ni jerárquico. Ni cristiano. Por supuesto, tampoco humano. No hablar, ni manifestar lo que se siente, no hace Iglesia a la Iglesia. Anticipa, y acelera, su fallecimiento. Evangelizar es, y será, por definición, ministerio y oficio sagrados.
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