"En total desacuerdo con la información acerca de la fórmula que parece imponerse" ¡No al Sínodo sin la Prensa!
¿Cómo es posible pensar y decidir que, por el bien de la Iglesia y en pleno Sínodo, los informadores no podrán hacerse presentes en sus sesiones, y habrán de servirse de los “comunicados” oficiales cocinados con el Visto Bueno de Paolo Ruffini, prefecto del correspondiente dicasterio romano?
Una prensa libre será siempre y en todo, fiel y eficaz garante de la verdad. Domesticada, acotada y acolitada, el Sínodo, los sinodales y las “sinodalas” no dejarán de ser otros episodios eclesiásticos más con los que se pretenda enclaustrar parte de los graves problemas que definen hoy la Iglesia
| Antonio Aradillas
Una vez más, y esperanzadoramente, la Iglesia decide afrontar parte de los graves problemas que la definen en la actualidad. En esta ocasión lo hace con signos sinodales, en cuyo marco -espacio o lugar- se ubican estas reflexiones, por lo que respecta a la relación con la prensa.
El matrimonio Iglesia-prensa, aunque indisoluble, tuvo insondables problemas. Su explicación constituiría un tratado completo de eclesiología, en cuya redacción habrían de participar no solo los expertos en la “Ciencia sagrada” por antonomasia la Teología-, sino también otros, de cuya sapiencia y efectividad son responsables los laicos y las “laicas".
La Iglesia se ennovió con aquellos periodistas que, por serlo y haber asumido el cargo-ministerio u oficio, con facilidad y devoción sempiterna, se empeñaron en hacer uso de los incensarios, teniendo que recurrir, en ocasiones, hasta al mismo bisabuelo de todos ellos que es y se denomina “Botafumeiro”. La crítica muy dificultosamente fue aceptada en la institución eclesiástica, y menos en sus estamentos jerárquicos, por lo que los anatemas, con el afrentoso apelativo de “prensa impía y blasfema”, justificó el cese y despido de sus profesionales, y más los signados con la connotación de “informadores religiosos”.
El incienso, solo el incienso y más el directamente individualizado ofrendado por imperativo litúrgico al “celebrante principal” -en más que cuestionable acto de culto a su persona-, habría de ser y marcar la pauta a seguir en relación con la información- comunicación “religiosa”. El estilo y presentación de las noticias habría de acoplarse inexorablemente al propio y específico del “panegírico” de la clásica “oratoria sagrada”, con largueza de alabanzas divinas y humanas, también en latín y en gregoriano.
Daños a la libertad de prensa
En total desacuerdo con la información acerca de la fórmula que parece imponerse en la relación Sínodo-Prensa, me apresto a aseverar que, con ello, la libertad de prensa ha de sufrir graves e irreparables daños. Huelga, además, aportar, por innecesario, el aviso de que, con los medios técnicos con que hoy se cuenta, tan pretendida y pretenciosa intención carece de sentido. Hoy ni hay ni puede haber nada oculto. Ni siquiera en la Iglesia, en la que, por la gracia de Dios, la transparencia es su espejo.
¿Cómo es posible pensar y decidir que, por el bien de la Iglesia y en pleno Sínodo, los informadores no podrán hacerse presentes en sus sesiones, y habrán de servirse de los “comunicados” oficiales cocinados con el Visto Bueno de Paolo Ruffini, prefecto del correspondiente dicasterio romano? ¿Se le podrá seguir llamando “libertad de prensa” a este sistema, con el alegato además de que “de esta manera se evitan los sensacionalismos”? ¿Acaso todos los sensacionalismos han de ser peyorativamente malos de por sí, y no “portadores de buenas y maravillosas sensaciones captadas y expresadas por los sentidos”, tal y como reza la RAE? ¿Y quiénes serían declarados expertos en la clasificación de los sensacionalismos? ¿Lo serían los obispos y sus satélites?
¿En qué medida y proporción los profesionales del ramo de la comunicación no se han decidido a prescindir de informar de todo cuanto se relaciona con el Sínodo, limitándose, si acaso, a darle curso a los comunicados monseñoreados con la marca “Ruffini”?
Una prensa libre será siempre y en todo, fiel y eficaz garante de la verdad. Domesticada, acotada y acolitada, el Sínodo, los sinodales y las “sinodalas” no dejarán de ser otros episodios eclesiásticos más con los que se pretenda enclaustrar parte de los graves problemas que definen hoy la Iglesia y para cuya solución el papa Francisco encarna soluciones, que precisa, y providencialmente, coinciden con las prestadas por el Sínodo.
Y es que el Evangelio no divide la raza humana en dos partes: Iglesia y mundo. Este, y su historia, entran en la misma definición de la Iglesia. Del carisma del lenguaje no son poseedores solamente los hombres y las mujeres de la Iglesia oficial y jerárquica, por muy “católica, apostólica y romana” que se apode, al dictado, y con generosas bendiciones, del correspondiente dicasterio curial, presidido en este caso por Ruffini.