"Un obispo no es un político ni un influencer, sino un servidor" Obispos fachada: La jerarquía que se sirve a sí misma

"En la tradición cristiana, el obispo es un pastor, un guía y un servidor de su comunidad. Su misión es sostener a los sacerdotes y promover la fe con humildad"
"Sin embargo, en los tiempos actuales, asistimos a la proliferación de lo que podríamos llamar 'obispos fachada'"
"Se trata de prelados más preocupados por su imagen que por su verdadera labor pastoral. Su interés se centra en escalar dentro de la jerarquía eclesiástica, figurar en los medios y ganar reconocimiento, mientras descuidan a los sacerdotes y a las comunidades que deberían atender"
"Si la Iglesia quiere seguir siendo luz en el mundo, debe empezar por exigir a sus obispos lo que Jesús exigió a Pedro: pastorear con amor, con entrega y sin buscar recompensas humanas"
"Se trata de prelados más preocupados por su imagen que por su verdadera labor pastoral. Su interés se centra en escalar dentro de la jerarquía eclesiástica, figurar en los medios y ganar reconocimiento, mientras descuidan a los sacerdotes y a las comunidades que deberían atender"
"Si la Iglesia quiere seguir siendo luz en el mundo, debe empezar por exigir a sus obispos lo que Jesús exigió a Pedro: pastorear con amor, con entrega y sin buscar recompensas humanas"
| José Manuel Coviella C.
La burocratización del episcopado
Hace poco escribía uno de los más cualificados periodistas en información religiosa que en los obispos españoles un 30% es contrario a las reformas que vienen de Roma; otro 30% representa a los moderados, grises y tímidos, incapaces de mojarse y apostar por una Iglesia realmente sinodal; y sólo hay un 30% de prelados pro Francisco convencidos para apoyar de verdad y de corazón sus reformas, aunque eso implique renunciar a sus propios privilegios.
El modelo evangélico del obispo como servidor ha quedado en muchas ocasiones relegado ante una estructura que premia más la diplomacia interna que la auténtica labor pastoral. No es raro ver a obispos que, lejos de ser pastores que “huelen a oveja” —como le gusta al Papa Francisco—, se convierten en administradores fríos o en figuras mediáticas más preocupadas por su presencia en redes sociales y en actos protocolarios que por la vida cotidiana de sus sacerdotes y fieles.

Esta realidad se ve agravada por la tendencia al carrerismo eclesiástico. Se preocupan más por sus títulos y condecoraciones que por la espiritualidad de sus comunidades. Son obispos que se preocupan de engordar el dosier que cada cinco años tienen que presentar al Papa, (visita ad limina) asegurándose de que su imagen esté pulida y de que los informes muestren una diócesis idealizada, para ello engordan las cifras (seminaristas, ordenaciones, etc), aunque en la realidad muchas de sus parroquias sufran abandono pastoral y los informes de los párrocos se olvidan en el “sueño de los justos”.
Sacerdotes olvidados
Uno de los grandes fracasos de estos “obispos fachada” es suabandono del clero diocesano. Mientras buscan visibilidad en los medios, sus sacerdotes enfrentan crisis de fe, problemas emocionales y dificultades económicas sin el apoyo necesario. En muchas ocasiones, los sacerdotes se sienten solos, sin guía ni comprensión por parte de su obispo, quien debería ser un padre y un hermano para ellos.
Se echa en falta el atender a aquellos sacerdotes más abandonados, más indefensos, enfermos, con pérdidas de facultades, quienes a menudo quedan relegados en el olvido sin el acompañamiento que necesitan y merecen.
El clericalismo exacerbado también ha llevado a que algunos obispos traten a sus sacerdotes con desdén, como meros empleados subordinados a una estructura que no ofrece acogida ni escucha. En lugar de fomentar comunidades de apoyo, muchos obispos actúan como gerentes de una empresa en la que los sacerdotes son piezas funcionales prescindibles. Para su propia satisfacción, estos obispos se rodean de vicarios que nombran a dedo, creando círculos de favoritismo donde se premia la lealtad al obispo por encima del compromiso pastoral. Además, mantienen contentos a unos cuantos sacerdotes con prebendas, asignándoles las mejores parroquias y garantizándoles privilegios que los distancian de la realidad del resto del clero.
El Peligro del espectáculo y la superficialidad
El uso de las redes sociales ha permitido que algunos obispos se conviertan en verdaderos influencers, más atentos a sus publicaciones y a sus números de seguidores que al bienestar de sus fieles. No les importan el pueblo diocesano que tienen asignado, sino que miran a que en el exterior a su Diócesis, les sigan, les alaben en los comentarios, comentarios que lógicamente proceden de personas que no conocen la labor de ese obispo en su Diócesis. Es común ver a algunos de ellos compartir imágenes cuidadosamente diseñadas, rodeados de símbolos de poder y reconocimiento, les gusta las fotos.

El culto a la imagen también ha llevado a que muchos obispos busquen el aplauso en eventos públicos, priorizando discursos genéricos. Prefieren la tibieza del reconocimiento superficial a la firmeza del verdadero liderazgo cristiano.
¿Es posible un cambio?
El problema de los “obispos fachada” no es nuevo, pero se ha acentuado con el tiempo. Frente a este panorama, es urgente recuperar el modelo del obispo-pastor que realmente se preocupa por su pueblo y su clero. Un obispo no es un político ni un influencer, sino un servidor. Su misión no es buscar honores ni posiciones de prestigio, sino desgastarse por su diócesis y por el bien de la Iglesia.
El desafío es enorme, pero no imposible. Existen aún obispos que viven con sencillez, que visitan a sus sacerdotes, que están cerca de las comunidades y que no buscan protagonismo. La Iglesia necesita más de estos pastores auténticos y menos de aquellos que han hecho del episcopado una plataforma de poder y vanidad.
Si la Iglesia quiere seguir siendo luz en el mundo, debe empezar por exigir a sus obispos lo que Jesús exigió a Pedro: pastorear con amor, con entrega y sin buscar recompensas humanas. Solo así se podrá superar esta crisis de superficialidad y devolver al episcopado su verdadero sentido evangélico.
"El desafío es enorme, pero no imposible"
