Antonio Aradillas La calderilla es el dinero de Dios
"La Iglesia es rica. Así lo piensan muchos y salta a la vista. ¿Pongo algunos ejemplos o dejo tarea tan inhóspita para otra ocasión?"
La calderilla-“conjunto de monedas de escaso valor”- es hoy motivo y objeto de mi reflexión religiosa. Y es que la calderilla –toda calderilla, es santa de por sí. Es santísima. Su principal destino, y sagrario, son las manos de los pobres que la solicitan. También lo son los cestillos que en los templos las recogen. Con ellas, se contribuye al mantenimiento del culto y el clero. Contarla y analizar su procedencia, son actos de religión y de fe. “Obras –“calderillas”-son amores, que no buenas razones”.
Pero, tal y como es santa la calderilla, también es pecadora. Lo es, porque ni ella misma es objeto y sujeto de reparto y de comunión y porque, además y sobre todo, la donación que de ella frecuentemente se hace, debiera ser en papel moneda… La calderilla es, y vale más, que el papel. Pesa más, por muchos y gruesos que sean los números que fijen y acompañen al papel de “pagará al portador…”.
La calderilla es la moneda del pobre. Es palabra de Dios y, por tanto, de la Iglesia. La calderilla no es pecado. Ni peca. El papel moneda, las transferencias bancarias, el uso y abuso de los sistemas electrónicos, son normalmente pecado, al menos, mucho más que la calderilla. Los pecadores no son amigos de la calderilla. Esta aburre, incomoda y molesta.
La calderilla se pierde en los entresijos de los bolsos y bolsillos, mancha a unos y a otros y hace perder la dignidad y el respeto social. Desdice, difama y deshonra. A una persona que le paguen servicios o favores con calderilla, se le cuestionará su situación social, dudándose de ella con firmes argumentos…
En algunos templos hay medios electrónicos que facilitan a los fieles el acceso a su generosidad
A la calderilla la canonizó el mismo Jesús con toda clase de detalles, tal y como lo refieren los evangelistas san Marcos (12, 38-41) y san Lucas (21, 1-4). Entre sus discípulos, encontrándose Jesús en el atrio del templo de Jerusalén, junto al gazofilacio, “cofre de las ofrendas”, o “arca del tesoro”, una viuda pobre-pobre –“que carecía de lo más necesario para vivir”- echó unas monedas –calderilla-, gesto que observó Jesús y se lo comentó a sus discípulos de esta manera: ”os aseguro que esta viuda pobre ha echado más que todos los demás, porque esos han echado de lo que les sobra, mientras que esta echó de lo que necesita: todo lo que tenía para vivir”.
Por supuesto que la Iglesia, para serlo de verdad y en conformidad con la idea inicial de Jesús, no precisa de bienes, inmatriculados o no a su nombre. La Iglesia de Jesús no es rica. Es pobre. Pero, a la vez, siempre y también ahora, es rica. Riquísima, pese a que no “cuadren” las cuentas que acaban de hacer y transmitirnos sus “ecónomos” y expertos en estas materias, preparando los presupuestos para años venideros, incluidos los sueldos de los funcionarios (¡¡), gabelas y necesidades…
La Iglesia es rica. Así lo piensan muchos y salta a la vista, con comportamientos y atuendos jerárquicos y “cultuales”, litúrgicos y hasta así alardean de tener que serlo, en conformidad con lo que aseveran predicadores y educadores en la fe… ¿Pongo algunos ejemplos o dejo tarea tan inhóspita para otra ocasión?
En tiempos recientes, y como noticia, se informa que en no pocos templos, catedrales, parroquias y santuarios de primera división, a la calderilla-limosna se le acaba de colocar el punto final –RIP-, al dotárseles de medios técnicos modernos electrónicos para facilitarles a los fieles cristianos el acceso a su generosidad.
A la Iglesia y a sus representantes les competerá no solo la enseñanza del uso de los procedimientos técnicos, sino sobre todo el adoctrinamiento de que, por y mediante la ofrenda, se expresa la verdad de la fe, que necesariamente habrá de tener en cuenta las necesidades del prójimo.
La reorganización de la economía eclesial y eclesiástica –teología y pastoral- es actividad de primer orden y magnitud, en el adoctrinamiento de la fe. Los obispos, arzobispos, cardenales, superiores de Órdenes Religiosas y fieles cristianos ricos, jamás olvidarán la necesidad de testimoniar la fe que en la actualidad, y en tan primario sector de la catequesis, padece la Iglesia. Y, a propósito de estas reflexiones, ¿qué harán las monjas de la privilegiada y carísima urbanización de “La Moraleja” de Madrid, con las toneladas de “calderilla” percibidas con la venta de unos terrenos, piadosamente donados en su tiempo para ser dedicados al culto divino?
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