"¿Volveremos a las costumbres y hábitos anteriores conducidos por el consumismo?" Félix Placer: "¿Rechazaremos, como Iglesia, las tentaciones de la posesión y del arrogante sentimiento de la verdad exclusiva y excluyente?"
"Toda cuarentena es un tiempo de excepción, de experiencia profunda de nuestra condición humana, de su fragilidad, vulnerabilidad y, también, desviaciones"
"¿Una vez superada la grave propagación del Covid-19, qué nos espera? ¿Volveremos a las costumbres y hábitos anteriores conducidos por el consumismo?"
"¿Ante las tentadoras, engañosas y acosadoras ofertas del capitalismo y su política dominante para afianzar el sistema impuesto, asumiremos el necesario cambio de sociedad y de relaciones globales, guiado por la justicia e igualdad?"
"¿Rechazaremos, como Iglesia, las tentaciones de la posesión de recursos, de la instalación en nuestros inmuebles, del arrogante sentimiento de la verdad exclusiva y excluyente, del dominio de las conciencias?"
"¿Ante las tentadoras, engañosas y acosadoras ofertas del capitalismo y su política dominante para afianzar el sistema impuesto, asumiremos el necesario cambio de sociedad y de relaciones globales, guiado por la justicia e igualdad?"
"¿Rechazaremos, como Iglesia, las tentaciones de la posesión de recursos, de la instalación en nuestros inmuebles, del arrogante sentimiento de la verdad exclusiva y excluyente, del dominio de las conciencias?"
| Félix Placer Ugarte, teólogo
La cuaresma en la que la Iglesia prepara y se prepara a las celebraciones pascuales recuerda, siguiendo el ejemplo de Jesús, sus cuarenta días de ayuno en el desierto, conducido por el Espíritu (Mt 4,1), antes de salir a anunciar el Reino de Dios.
En las circunstancias y contexto actuales, también nuestra Iglesia, que dedica estos cuarenta días de oración, limosna, ayuno para disponerse a las celebraciones pascuales, necesita una especial cuarentena que hoy implica particular significado. Este tiempo, en efecto, tiene una connotación muy específica en las actuales y graves circunstancias en las que la pandemia del coronavirus nos ha obligado, por razones sanitarias, a otras cuarentenas con el objetivo de evitar contagios y propagación del virus Covid19.
Toda cuarentena es un tiempo de excepción, de experiencia profunda de nuestra condición humana, de su fragilidad, vulnerabilidad y, también, desviaciones. El mismo Jesús experimentó, según narran los evangelios, la prueba de tres tentaciones (Mt 4,1-10; Lc 4,1-13) en su profética misión: la posesión de bienes y recursos materiales; el dogmatismo y arrogancia de la verdad sobre el pináculo del templo; la dominación de las conciencias y de los reinos del mundo. Las rechazó con rotundidad y propuso la transformadora alternativa del ‘Reino de Dios’ que, una vez superada la prueba, anunció con convencimiento y esperanza.
Desde estas referencias se plantean, a mi entender, en este tiempo de cuaresma 2021, varias preguntas relacionadas. La primera se refiere a las necesarias cuarentenas y restricciones impuestas: ¿una vez superada la grave propagación del Covid-19, qué nos espera? ¿Volveremos a las costumbres y hábitos anteriores conducidos por el consumismo? ¿Nuestra sociedad individualista y acaparadora será capaz de superar la tentación capitalista del desarrollo ilimitado y de la posesión egoísta?
Como lo ha pedido el Papa Francisco y es un clamor cada día más globalizado, ¿se abrirá a relaciones solidarias, fraternales y equitativas y asumirá el cuidado de la naturaleza con su profundo sentido ecológico de casa común? ¿Ante las tentadoras, engañosas y acosadoras ofertas del capitalismo y su política dominante para afianzar el sistema impuesto, asumiremos el necesario cambio de sociedad y de relaciones globales, guiado por la justicia e igualdad?
Junto a otras, estas preguntas son apremiantes, pero la incertidumbre y desconfianza de las respuestas son generalizadas. Sin embargo se trata de auténticos desafíos para un futuro inmediato que garantice la salud y el bien común en armonía con la tierra que habitamos, para su cuidado y respeto.
Y estas preguntas afectan también directamente a la Iglesia que está llamada a una especial cuarentena en este tiempo cuaresmal dentro de las especiales circunstancias pandémicas.
En primer lugar debemos preguntarnos si, como Iglesia, nos sentimos inmersos en esta cuarentena sin fronteras de un mundo que sufre sus consecuencias y, particularmente, de tantas personas marginadas, pobres, emigrantes, excluidas… cuyas situaciones van a agravarse según previsiones socioeconómicas mundiales.
Pero el desafío importante no está sólo en esa solidaridad que sufre con quienes son considerados los últimos, como pidió el Concilio Vaticano II en su Constitución pastoral y sigue insistiendo el Papa Francisco. La preguntas decisivas son, a mi entender: ¿Rechazaremos las tentaciones de la posesión de recursos, de la instalación en nuestros inmuebles, del arrogante sentimiento de la verdad exclusiva y excluyente, del dominio de las conciencias? ¿Aprenderemos a escuchar con coherencia evangélica en este desierto de un mundo sin corazón, el clamor y el significado del sufrimiento causado por tantas pandemias del hambre, de la guerra, de las violencias… sus signos de los tiempos?
Es decir, ¿saldremos de nuestro prejuicios conservadores y resistencias temerosas para ser grano que muere y fecunda la tierra, para anunciar, impulsados por la audacia mística del Espíritu, la Buena Noticia con hechos y palabras que trasmiten esperanza, liberación de los pobres y cautivos y poner en práctica las bienaventuranzas? ¿Viviremos, como mujeres y hombres, una convencida ecoespiritualidad integradora que nos hace sentirnos hijos e hijas de la Tierra que nos cuida y nos llama a cuidarla y cuidarnos con ternura y compasión, donde “todas las criaturas están conectadas, cada una debe ser valorada con afecto y admiración y todos los seres nos necesitamos unos a otros” (Laudato si´)?
Son preguntas pastorales y teológicas que necesitan urgentes respuestas; pero no para conservar una Iglesia, en nuestro contexto tan cuestionada por las resistencias a una innovación transformadora de personas y estructuras, sino para salir, como pide el Papa Francisco, a un mundo que sufre, para participar en las luchas que generan esperanza, para ser hermana con todos y todas las hermanas y hermanos de la tierra y hacer presente y eficaz lo que Jesús anunció como Reino de Dios.
Estos interrogantes y sus respuesta tienen resonancia concreta en cada lugar donde nuestra Iglesia está y donde la crisis generalizada de su proceso se vive y siente con acentos y preocupaciones muy diferenciadas. La falta de vocaciones, la progresiva disminución de asistencia a misa y de práctica de sacramentos, la indiferencia de los jóvenes al mensaje de la Iglesia, el alejamiento de las familias… son las cuestiones pastorales que acaparan la atención de la mayor parte de los obispos y son mayoritarias entre el clero.
Por supuesto, son problemas preocupantes y deben ser atendidos; pero no con objetivos, planteamientos y medios conservadores, sino desde perspectivas nuevas, analizando sus causas y significado; reconociendo que no son exteriores a la misma Iglesia, sino que están en su interior, en determinadas actitudes y estructuras y que se acrecientan, sin duda, en una sociedad laica y secularizada a la que todavía bastantes se empeñan en ofrecer respuestas de tiempos pasados.
Pienso que, escuchando la canción de Bob Dylan blowin’ in the wind, la respuesta está en el viento que “sopla donde quiere, y oyes su sonido; mas no sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu” (Jn 5,8) que nos comunica la audacia de una profunda libertad para escuchar sin reserva, comprender sin miedos los signos de los tiempos y actuar en consecuencia. Este Espíritu sigue alentando hoy un mundo diferente al que la Iglesia debe servir, según el Evangelio, desde quienes son pobres, buscan la libertad y la fraternidad, para resucitar su esperanza.
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