La Diócesis de Madrid y los primeros y futuros pasos de su nuevo obispo "Esa forma de hablar y de proceder es nueva": al año del nombramiento de José Cobo
"¿Qué cabe esperar del previsiblemente extenso gobierno de la diócesis más poblada y compleja de España por parte de monseñor Cobo?"
"Creo que nuestro arzobispo está contento. Se le ve alegre. A gusto con el cargo"
"Poner a nuestra diócesis en el 'modo Francisco', si asume con vigor ese reto, no le va a resultar nada fácil, el propio papa es consciente de ello"
"A mí me gustaría, es un sueño, que nuestro Arzobispo entre sus propósitos pastorales tuviera también el de abrir por primera vez las aulas de las facultades de la Universidad Eclesiástica San Dámaso a una nueva generación de profesores"
"Poner a nuestra diócesis en el 'modo Francisco', si asume con vigor ese reto, no le va a resultar nada fácil, el propio papa es consciente de ello"
"A mí me gustaría, es un sueño, que nuestro Arzobispo entre sus propósitos pastorales tuviera también el de abrir por primera vez las aulas de las facultades de la Universidad Eclesiástica San Dámaso a una nueva generación de profesores"
| Jesús María López Sotillo – Teólogo
En su crónica del encuentro que el 13 de marzo mantuvo con el papa Francisco el equipo de Religión digital, Jesús Bastante, su redactor jefe, cita entrecomilladas las siguientes palabras del pontífice: “El arzobispo de Madrid tiene que enfrentar una resistencia muy grande, pero es joven y corajudo, apóyenlo”. Pronto hará un año que don José Cobo Cano recibió el encargo de ponerse al frente de esa archidiócesis en la que “tiene que enfrentar una resistencia muy grande”. ¿Cómo le ha ido en estos once meses? ¿Qué indican los pasos que ha ido dando? ¿Qué cabe esperar de su previsiblemente extenso gobierno de la diócesis más poblada y compleja de España?
Hablaré de estos asuntos sin haber mantenido ninguna conversación con él. A partir de lo que observo y de lo que desearía. Desde mis setenta años, vividos todos en Madrid. Como ciudadano de a pie, amante de la política. Como sacerdote secular, muy bregado en el trabajo de las parroquias. Y como doctor en teología y profesor, al que le encanta la cosmología, la física, la arqueología, la filología, la historia y la filosofía. Todo esto influye en lo que voy a decir, por eso lo cuento.
Creo que nuestro arzobispo está contento. Se le ve alegre. A gusto con el cargo. El papa decidió personalmente que fuera él quien sucediera a don Carlos Osoro en lugar de cualquiera de los otros obispos que le fueron sugeridos. Y el 8 de julio, al día siguiente de que presidiera la celebración de la misa de entrada en la diócesis, Francisco hizo público que iba a alzarlo a la categoría de cardenal en el Consistorio del día 23 de septiembre. Quedaba claro que se fiaba de él, que esperaba fuese un fiel seguidor de sus directrices para el gobierno de la Iglesia. Pero poner a nuestra diócesis en el "modo Francisco", si asume con vigor ese reto, no le va a resultar nada fácil, el propio papa es consciente de ello. Y tampoco lo será si desde la Conferencia Episcopal quiere conseguir que también la Iglesia Española en su conjunto asuma como propio tal empeño.
El “modo Francisco” de entender el seguimiento de Jesús y la manera en que ha de organizarse y funcionar la Iglesia para ser coherente con esa concepción están indisolublemente unidos al firme compromiso de contribuir a aliviar las penas y los sufrimientos de los seres humanos y al de promover su bienestar y su disfrute de la vida. Respetando, también, al resto de seres vivos y cuidando nuestro planeta, la casa común de todos. Esto, a juicio del Papa, es parte constitutiva de la fe que profesamos. Es una actitud que se desprende de nuestro creer en la existencia de un Dios providente, activamente bueno en favor de sus criaturas. Y conlleva la puesta en acción del arrojo necesario para denunciar a las personas o a las instituciones que con su conducta generan o hacen que se perpetúen esos males que se quieren evitar.
Este no es, en cambio, el modo de entender el seguimiento de Jesús ni la manera de organizar la Iglesia que se han promovido de forma preferente en la diócesis de Madrid desde que el Papa Juan Pablo II en 1983 nombrara a Don Ángel Suquía Goicoechea sustituto de don Vicente Enrique y Tarancón. Con el cardenal Suquía y, más aún y durante más tiempo, con don Antonio Rouco Varela, nombrado sucesor suyo en 1994, fue otro el modo que se promovió e implantó en las instituciones diocesanas. Desde ellas se fue configurando la identidad de gran parte de los clérigos y los laicos.
Al principio se mostró reticente a este claro cambio de orientación un grupo de sacerdotes conocido como “los trescientos”, del que surgió y ha permanecido activo el Foro "Curas de Madrid", hoy llamado Foro "Curas de Madrid y Más". También han sido foco de resistencia algunas parroquias y comunidades cristianas del extrarradio. Pero nuestra diócesis en términos generales fue convirtiéndose en una diócesis muy tradicional en lo teológico y muy conservadora en lo político.
Con la llegada en 2016 de don Carlos Osoro Sierra las cosas no cambiaron mucho, aunque el "modo Francisco" empezó a percibirse en la muy potente y potenciada Vicaría de Pastoral Social, actualmente llamada Vicaría para el desarrollo humano integral y la innovación. Bajo la dirección de su Vicario se encuentran y actúan varias docenas de entidades diocesanas, eclesiales y sociales, entre ellas Cáritas de Madrid y Justicia y Paz.
Don José Cobo, en estos meses que lleva gobernando la diócesis, por lo que dice en sus intervenciones habladas o escritas, por los actos, aparte de los oficiales, a los que acude, así como por las decisiones que ha ido tomando y por los ceses y nombramientos que ha llevado a cabo, da síntomas de querer que la preocupación por “lo social” , núcleo del “modo Francisco” de entender el seguimiento de Jesús, no se perciba únicamente en el ser y en el actuar de la citada Vicaría. Parece querer que empape todo el vivir diocesano. Desde el ámbito de lo litúrgico y catequético hasta el propio funcionamiento de la Curia. Convencido, como el papa Francisco, de que es parte constitutiva de lo que conlleva el hecho de estar bautizados.
El reciente nombramiento por parte del Vaticano de dos nuevos obispos auxiliares para don José Cobo, tras cuya decisión sin duda están sugerencias de nuestro cardenal arzobispo, parece moverse en esa dirección. En el caso de don Vicente Martín Muñoz, sacerdote extremeño, traído a Madrid desde su diócesis de Mérida-Badajoz, esta tendencia parece clara. Su biografía muestra que es una persona alineada desde hace tiempo con el compromiso social de la Iglesia.
Y algo parecido puede suponer, aunque inicialmente no lo parezca, la promoción al episcopado del actual rector del Seminario de Madrid, don José Antonio Álvarez Sánchez. Sin que sea tan evidente, puede conllevar en cambio una intención similar. Nombrarle obispo auxiliar, como ya hizo el cardenal Osoro con su predecesor, don Jesús Vidal Chamorro, es situar en el Consejo Episcopal a alguien que conoce y comprende muy bien al clero joven y de mediana edad de la Diócesis, casi todo él formado y ordenado durante los gobiernos de Suquía y Rouco. En manos de esos sacerdotes está en gran parte el presente y el futuro de la diócesis. Y de ellos depende en buena medida que tenga éxito el propósito de que se abra paso en Madrid el “modo Francisco” de seguir a Jesús.
Don José Antonio puede ayudar en esa tarea. Pero, una vez removido, su muy relevante puesto, este detalle no es menor, queda vacante. Nuestro cardenal debe decidir, no tardando mucho, a quién encomienda esa tarea y cómo remodela el equipo de formadores que lo acompañe. Su misión será, siguiendo las directrices del Dicasterio para el clero, llevar a cabo la formación de los que serán nuevos sacerdotes. Y esa tarea es de la máxima importancia en estas circunstancias. Cabe suponer y esperar que los elegidos sean personas que sintonizan con el “modo Francisco”. Habrá que estar atentos para comprobar si es eso lo que ocurre, pues nos dará idea de cuáles son realmente en este sentido los planes de don José Cobo.
Si con la ayuda de esos nuevos obispos auxiliares y la del próximo equipo de formadores del Seminario logra nuestro arzobispo ir acercando a la clerecía presente y futura al “modo Francisco” de entender y practicar el seguimiento de Jesús, y, a través de su acción pastoral, consigue que también se aproximen a ese modo los católicos madrileños, hoy en posiciones muy alejadas del mismo, sus primeros años de paso por la diócesis de Madrid habrán dado, desde mi punto de vista, unos buenos frutos.
Pero que la Iglesia madrileña y las del resto de España y del mundo recuperen como parte sustancial del seguimiento de Jesús el compromiso por hacer más llevadera, justa y digna la vida de las personas maltratadas, marginadas o dolientes es sólo, y no es poco, poner en acción y desarrollar ideas del Vaticano II. Las encontramos muy especialmente en la Constitución Pastoral “Gaudium et Spes”. Pero también recorren la Constitución dogmática “Lumen Gentium” así como la Constitución dogmática “Sacrosanctum Concilium”. Y hasta se las barrunta en la Constitución dogmática “Dei Verbum”. Y alientan la muy debatida Declaración “Dignitatis humanae”.
Si la acción episcopal de don José Cobo se moviera solo por esa senda su paso por la diócesis no traería exactamente consigo ese “comienzo de un nuevo comienzo” del que habló en la homilía de la misa con la que se inauguraba su misión pastoral en Madrid. Sería tan solo, y eso sería mucho y muy importante, el comienzo de la recuperación de un antiguo comienzo, el que supuso el Concilio Vaticano II. Supondrían retomar unos caminos que todavía estaban empezando a abrirse y a recorrerse cuando a partir de octubre de 1978, con la elección de Juan Pablo II, comenzaron, por decisión suya, a cegarse.
Eran, sin embargo, caminos novedosos, pero no tanto como hubieran deseado algunos padres conciliares y muchos de los expertos que los asesoraban directamente, así como otros expertos que por su cuenta también alzaron la voz dándolo a entender. Ese plus de novedad, ese, podríamos decir, aggiornamento aumentado, esa mayor y más profunda puesta al día del ser, del hablar, del actuar y del organizarse de la Iglesia Católica, que no se llevó a cabo entonces, sigue siendo conveniente y urgente sesenta años después.
Yo desearía que don José Cobo fuera consciente de ello y que entre sus planes estuviera promover dicho aggiornamento aumentado, porque a día de hoy no solo los discursos de los grupos católicos conservadores y ultraconservadores sino también los de los miembros de las corrientes progresistas de la Iglesia Católica suenan a discursos antiguos, de otro tiempo, en los que no se percibe que quien los pronuncia esté en posesión de conocimientos básicos ya adquiridos y reconocidos por las capas más ilustradas de las sociedades actuales. Sucede incluso con los del propio Papa Francisco que incitan, por motivos religiosos, a estar cerca de los pobres, los maltratados, los injustamente perseguidos, los marginados y los dolientes y a prestarles ayuda.
A muchas personas, millones, les causa perplejidad la falta de compromiso social de los católicos conservadores y ultraconservadores. Pero, a su vez, no se sienten convencidos por los argumentos teológicos que dan los católicos progresistas para considerar actitud básica del seguimiento de Jesús dicho compromiso, por más que admiren a quienes, en función de tales razones, lo toman como propio.
Cuando yo hice mis estudios teológicos en el Seminario de Madrid, muchos años antes de que existiera la actual Universidad eclesiástica San Dámaso, algunos de los profesores, a los que tuve la fortuna de escuchar, trataban de hacernos comprender cuáles eran las críticas que desde los diversas ámbitos del pensar ilustrado se lanzaban contra los discursos teológicos de las religiones en general pero también y especialmente del cristianismo en concreto, de sus distintas ramas. Algunos, tras ello, intentaban demostrarnos que eran críticas infundadas o fácilmente rebatibles. Otros, en cambio, se mostraban partidarios de asumirlas como críticas fundadas. Y nos explicaban el por qué y las repercusiones que ello habría de tener en la formulación de nuestra fe y en la manera de articularla. De modo más o menos explícito y con mayor o menor grado de radicalidad nos hablaban de lo que podía y de lo que no podía sobrevivir en las enseñanzas de los textos bíblicos, en nuestras formulaciones dogmáticas, en los modos de entender y articular el culto a Dios, en la organización de la Iglesia, o en sus preceptos morales y en los artículos del derecho canónico.
A mí me gustaría, es un sueño, que nuestro Arzobispo entre sus propósitos pastorales tuviera también el de abrir por primera vez las aulas de las facultades de la Universidad Eclesiástica San Dámaso a una nueva generación de profesores, buscándolos donde se encuentren, que, como los de nuestro Estudio teológico de los años setenta del siglo pasado, enseñaran a conocer y comprender los argumentos que, desde los conocimientos de las ciencias positivas y humanísticas, llevan a pensar que muchos de nuestros discursos teológicos han quedado desfasados.
A mí me gustaría que, gracias a ellos, sus alumnos, clérigos o seglares, hombres y mujeres, concluida su formación, comenzarán a exponer y a articular sus ideas religiosas de tal forma que quienes les escucharan y vieran actuar, sorprendidos y admirados, dijeran “Esa forma de hablar y de proceder es nueva” (cfr. Mc 1, 21. 27). A mí me gustaría que se sintieran movidos a unirse a ellos. Pero sin que por esa decisión tuvieran que dejar de afirmar que no sabemos ni podemos saber nada científicamente cierto y probado sobre la existencia y el ser de Dios ni sobre los detalles de su voluntad, en cada momento y para cada ser humano en concreto. No conociendo siquiera las inmensas dimensiones espacio temporales del universo del que formamos parte ni en qué lugar se ubica, mucho menos podemos conocer con detalle las características del misterio que lo envuelve.
A mí me gustaría que no tuvieran tampoco que olvidar lo que a día de hoy hemos descubierto sobre la estructura, composición y funcionamiento de ese universo gigante y en expansión. Y que no tuvieran que hacer caso omiso de lo que hemos aprendido sobre la aparición y la evolución de la vida en nuestro planeta ni sobre el surgimiento y el desarrollo de las diferentes especies racionales de homo, ni sobre la composición, estructura y funcionamiento de nuestro cuerpo.
A mí me gustaría que no tuvieran que pasar por alto las noticias que vamos acumulando sobre la historia religiosa de la humanidad en general y la de Israel y su libro sagrado en particular, ni sobre el Jesús histórico o las primeras y muy diversas comunidades y los textos que hablan de todo ello, ni sobre la evolución posterior de la Iglesia, de sus dogmas, de sus liturgias, de sus preceptos morales, de su estructura interna o de su ordenamiento jurídico.
Hoy en muchos de los discursos católicos de todo tipo parece que nada de esto se sabe. A mí me gustaría que, a través de nuevos profesores de la Universidad de San Dámaso, don José Cobo lograra, con el correr de los años de su posiblemente larga misión pastoral en Madrid, que muchos católicos de nuestra Diócesis lo aprendieran y que, teniéndolo en cuenta, fueran capaces de encontrar y enseñar motivos para, pese a no poder probar su existencia, seguir creyendo en Dios, como Padre sabio y bueno, y en Jesús, como maestro espiritual que merece la pena ser seguido. Aunque algunas de las cosas que sobre ambos dicen nuestro Catecismo y nuestro Código Canónico hayan de dejar de decirlas por no tener sentido.
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