"Si el Sínodo no lo remedia prestamente, la mujer no tiene futuro en la Iglesia" Una Iglesia solo para hombres (¿Y otra solo para mujeres?)
¿Una Iglesia para hombres y otra solo para mujeres resulta ser lo que parecen pretender ciertos jerarcas, aplaudidos con santa y perversa misoginia por movimientos piadosos, tales como el Opus, los Legionarios y tantos “Neos”, bendecidos e indulgenciados pingüemente por pontífices antecesores de Francisco, apellidado y avecindado este simplemente en Asís?
El Sínodo -este Sínodo- es posiblemente la última ocasión de la que dispone la Iglesia para la salvación de la mujer y para la suya propia
Por fin, da la feliz impresión de que el problema de la tremenda injusticia que calificó y califica a la mujer en la Iglesia, se afronta ya y con esperanzas muy firmes de éxito. En el encuentro sinodal internacional celebrado estos días en Praga, en el resumen-síntesis de las conclusiones finales, “se destaca la decisión concreta y valiente sobre el papel de la mujer en la Iglesia, con exigencia de mayor participación a todos los niveles”. Y es que Dios no es ni hombre ni mujer. Dios es Dios.
El estatus oficial que se ha mantenido, y mantiene, en la Iglesia respecto a la relación con la mujer es, sin más, inmoral. Auténticamente inmoral. Según el diccionario y el sentir popular, “sensus fidelium”, que dicen los expertos, ”tal situación es contraria a las buenas costumbres“ y, consecuentemente, entraña la idea de tener que ser tachados de inmorales quienes la sustentan y mantienen, así como de sacrílegos quienes la justifican y de blasfemos los intérpretes que lo hacen “en nombre de Dios”, antes y después de haber pasado de puntillas por textos bíblicos, de los Santos Padres o de los aspirantes a novicios y a catequistas.
Contradecir la esencia del Evangelio
Es de lamentar que, precisamente, sea la Iglesia, y más la católica, la abanderada en mantener doctrinas, disciplinas, rituales y artículos del Derecho Canónico que substancialmente contradicen la esencia del Evangelio, y aún el mismo proceder de los Estados libres e independientes.
La Iglesia-Iglesia, al igual que el Vaticano-Estado, en su Constitución discrimina a la mujer de tal manera que se les cierran las puertas a tan elemental y primaria condición salvadora de la convivencia entre los seres humanos, para ser y ejercer como tales, personal y colectivamente.
A los hombres de la Iglesia, desde todos los niveles, aún los más sacrosantamente jerárquicos, habrá de intranquilizarles la conciencia al ser informados, un día sí, y otro también, del feminicidio que se hace sangrante noticia y que algunos explican bárbaramente, aseverando que buena parte de la culpa es, o será, de la mujer, por mujer, abundando en que la misma Iglesia así, y en cierta proporción lo reconoce y acepta, al no concederle idénticos derechos y deberes que al hombre varón, es decir, “vir”, palabra de la que procede el término “virtus”, “virtud”, además de “fuerza”, con lo que “todo, o casi todo se queda en casa”.
Maltrato
Declarar anticonstitucional, anticívico y antireligioso el trato que recibe en la Iglesia la mujer, es deber primordial de la sociedad y más en la actualidad y en consonancia, salvo raras excepciones, con procedimientos y prácticas “talibanescas”. La sección de sucesos de los medios de comunicación social está tachonada de noticias de mujeres sacrificadas por sus respectivas parejas, quedando todavía amplios espacios para las ya acostumbrados a los “otros” malos tratos, que con vergüenza infinita y por el “qué dirán” siguen en clausura dentro de la casa.
Si el Sínodo no lo remedia prestamente, la mujer no tiene futuro en la Iglesia. Y, por supuesto, tampoco esta lo tendrá sin la mujer. El Sínodo -este Sínodo- es posiblemente la última ocasión de la que dispone la Iglesia para la salvación de la mujer y para la suya propia. Tal y como hoy la Iglesia es practicada y adoctrinada por sus jerarcas, ajenos a cuanto es, necesita y exige la mujer por mujer, con mentalidades y adoctrinamientos misóginos, solterones, celibatarios, endiosados y endiosadores, el futuro, ya presente, no es optimista, ni siquiera recurriendo al seguro de vida “por los siglos de los siglos” de aquello de que “las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”, junto con lo de que “Dios creó al hombre, luego el hombre, por hombre es Dios”.
En cristiano es preciso apostar por que “las decisiones solemnes y concretas del Sínodo, con referencias a las firmadas en Praga, no sean catalogadas como corazonadas y pletóricas de buenas intenciones con las que aplacar al género femenino, templando sus legítimas aspiraciones y únicamente eclesiales”. La palabrería ni es ni será jamás “palabra de Dios” y, por tanto, de quienes consagradamente lo hacen presentes por su condición jerárquica. La única palabra de Dios es su VERBO -Jesús- y su “alter” jerárquico no es otro más que el Evangelio.
La Iglesia-Iglesia es de todos y de todas
¿Una Iglesia para hombres y otra solo para mujeres resulta ser lo que parecen pretender ciertos jerarcas, aplaudidos con santa y perversa misoginia por movimientos piadosos, tales como el Opus, los Legionarios y tantos “Neos”, bendecidos e indulgenciados pingüemente por pontífices antecesores de Francisco, apellidado y avecindado este simplemente en Asís?
La Iglesia-Iglesia es de todos y de todas. Sin hombres, al igual que sin mujeres, y sin ser y ejercer como tales y en igualdad de derechos y deberes, es inviable la Iglesia. Tiene que pedir la baja en el registro religioso y civil de los lugares en los que esté empadronada. La falta de hombres-hombres, se contabilizaría exactamente igual que la de las mujeres. Posiblemente en menor proporción, dado que la mujer hace y es más casa -reunión, calor y servicio-, que el hombre, más identificado con la institución y con el “ordeno y mando” jerárquico.