Desde arriba, levantando a los pobres: Cuarenta y cuatro años del martirio de monseñor Romero "Si hoy mira Monseñor Romero a su pueblo, le va a producir la misma tristeza"
"Son ya cuarenta y cuatro los años que hace asesinaron a Monseñor Romero. Hace ya más de cinco años también, que el papa Francisco, tuvo la 'osadía y la valentía', diría yo, de canonizarlo"
"Si hoy mira Monseñor Romero a su pueblo, le va a producir la misma tristeza y va a arrancar de él las mismas lágrimas que ya le arrancó mientras vivía físicamente con nosotros"
"Hoy en El Salvador no se respetan los derechos humanos de ningún tipo, porque se piensa que a la violencia de las calles se puede responder con la violencia institucional, porque a la violencia que producían los pobres, buscando un trozo de pan, le ha sustituido de nuevo la violencia de los poderosos"
"La violencia no es sólo de armas, es también 'de estómagos', es también de poder vivir dignamente como seres humanos, como personas"
"Hoy en El Salvador no se respetan los derechos humanos de ningún tipo, porque se piensa que a la violencia de las calles se puede responder con la violencia institucional, porque a la violencia que producían los pobres, buscando un trozo de pan, le ha sustituido de nuevo la violencia de los poderosos"
"La violencia no es sólo de armas, es también 'de estómagos', es también de poder vivir dignamente como seres humanos, como personas"
| Javier Sánchez González, capellán cárcel de Navalcarnero
Cuando nos vamos haciendo mayores, siempre solemos decir: “los años pasan deprisa, el tiempo corre sin que apenas nos demos cuenta”. Y justo es lo que me ha pasado a mí en estos días, al descubrir que son ya cuarenta y cuatro los años que hace asesinaron a Monseñor Romero; pero a la vez, comprobar, que a pesar de tantos años, su vida sigue presente en tantos hombres y mujeres, salvadoreños y salvadoreñas, y en los que nos sentimos cautivados por su vida, y su mensaje.
Monseñor Romero es alguien presente mucho más que en el corazón, es alguien que sentimos en cada uno de los rincones de El Salvador, y yo creo que del mundo entero y de la Iglesia universal. Hace ya más de cinco años también, que el papa Francisco, tuvo la “osadía y la valentía”, diría yo, de canonizarlo, enfrentándose a parte de la Iglesia, que ni lo quiere a él ahora, a Francisco, ni tampoco quiere ni lo quiso en su día a Romero. Es esa parte de la Iglesia “casposa, ritualista y prepotente “, que tampoco quiere al Jesús de Nazaret, porque la vida del maestro de Galilea, servidor de los pobres, está también muy lejos de sus vidas.
Pero a pesar de estos cinco años de canonizado, casi a ninguno de nosotros nos sale llamarle “San Oscar Romero” (aunque tengo que decir que yo en todas las eucaristías pido la intercesión de San Oscar Romero), porque siempre será “nuestro Monseñor”, o, en todo caso, nos sale llamarlo, como lo llamó el otro gran santo de América Latina, fallecido recientemente, aunque aún sin canonizar por la Iglesia oficial, Pedro Casaldáliga, San Romero de América, y nos sale llamarlo así porque Romero no es solo patrimonio de los salvadoreños, sino de América latina entera, y desde luego de toda la Iglesia universal.
Y a los cuarenta y cuatro años de su martirio, lo primero que se me ocurre es mirar a su pueblo, al pueblo de El Salvador, sumido de nuevo en una profunda crisis política e institucional, sumido en una pobreza absoluta que está haciendo que miles de salvadoreños tengan que salir de su tierra para “simplemente poder vivir”. Y se me ocurre pedirle al Santo salvadoreño que interceda por cada uno de ellos, que su vida se haga presente, como ya lo hizo mientras caminaba por la tierra Santa de El Salvador, en cada persona que le necesita.
Se me ocurre pedirle que siga siendo voz de los que siguen sin voz en El Salvador, y rogarle que su vida siga siendo motivo de lucha, motivo de ayuda y motivo de unión para todos los salvadoreños.
Si hoy mira Monseñor Romero a su pueblo, que seguro lo está mirando cada día, le va a producir la misma tristeza y va a arrancar de él, las mismas lágrimas que ya le arrancó mientras vivía físicamente con nosotros.
Hoy en El Salvador no se respetan los derechos humanos de ningún tipo, porque se piensa que a la violencia de las calles se puede responder con la violencia institucional, porque a la violencia que producían los pobres, buscando un trozo de pan, le ha sustituido de nuevo la violencia de los poderosos. Y ni una ni otra son válidas, pero ciertamente no se puede acallar a la pobreza con violencia, no se puede pensar que la raíz de los problemas en El Salvador es la violencia callejera, las maras, sino que esa violencia es fruto de una pobreza, que hace que miles de salvadoreños sigan viviendo indignamente.
"La violencia no es sólo de armas, es también 'de estómagos', es también de poder vivir dignamente como seres humanos, como personas"
Se está queriendo “vender” un país próspero y “primer mundista” pero a costa de los pobres, a costa de ocultar la raíz de todo: la injusticiaterrible de los ricos contra los pobres. Porque en El Salvador esa es la causa de la violencia, fue lo que les enfrentó en una cruel guerra civil, y es lo que les sigue enfrentando en la actualidad. Es evidente que no se puede vivir con violencia, pero es también violencia que mientras que una minoría muy minoritaria vive en la más terrible abundancia, una mayoría muy mayoritaria viva en la más terrible pobreza. La violencia no es sólo de armas, es también “de estómagos”, es también de poder vivir dignamente como seres humanos, como personas.
La violencia en este tiempo, en la querida tierra salvadoreña, sigue siendo una violencia que a veces se reduce a tener lo mínimo para subsistir, un puñado de frijoles o unas tortitas, o una vivienda digna, o una sanidad decente o una educación donde nuestros niños y jóvenes puedan formarse. No, en El Salvador sigue existiendo lo mismo que existía hace cuarenta y cuatro años: una violencia que ataca a los pobres y de la cual ellos también tienen derecho a defenderse, como también diría Romero, defenderse desde manifestar y pedir los derechos de todas las personas. Pero al defenderlos se encuentran hoy en día con lo que se encontró Romero y los salvadoreños, entonces era la represión de ejército, hoy es la represión de los que “supuestamente son votados legítimamente”.
“A mí me da miedo, hermanos, cuando leyes represivas o actitudes violentas están quitando al escape legítimo de un pueblo que necesita manifestarse. ¿Qué sucede con la caldera que está hirviendo y no tiene válvulas de escape? Puede estallar. Todavía es tiempo de dar a la voz de nuestra gente la manifestación que ellos desean. Con tal de que haya, al mismo tiempo, la justicia que regula. Porque, naturalmente, hermanos, cuando defendemos estas justas aspiraciones no estamos paralizándonos con reclamos terroristas. La Iglesia no está de acuerdo con la violencia de ninguna forma, ni la que brota como fruto de la represión la que reprime en formas bárbaras. Simplemente llama a entenderse, a dialogar, a la justicia, al amor”.
Eran palabras pronunciadas por el Santo en su homilía del 19 de marzo de 1978. Y son palabras que, a mi entender, seguiría pronunciando hoy día. No se puede combatir a la violencia con “macro cárceles”, donde la gente vive de manera indigna y como animales, sino que solo se puede combatir a la violencia yendo a la causa que la origina, solo se puede combatir la violencia por tanto, atajando la pobreza, que hubo entonces y que hay ahora.
De ahí que tanto la causa de la vida de Monseñor Romero, como la causa de su muerte, sigan estando presentes en el país salvadoreño. Si Monseñor Romero viviera ahora haría lo que hizo, y diría lo que dijo. Seguiría paseando y caminando por los cantones más pobres, seguiría siendo “voz de los sin voz”, seguiría predicando y viviendo desde la causa de los pobres, y hablando de un “Dios Padre de todos y de todas”. Y por hacerlo así, harían con él lo que ya hicieron, los poderosos, los que oprimen con su riqueza al pueblo, volverían a asesinarlo, volverían a hacer lo que hicieron con él. Es lo que hicieron con Jesús de Nazaret y con los profetas, y lo que hacen con tantas personas que siguen siendo asesinadas en el mundo por defender la dignidad y la justicia de todos, por defender que Dios nos quiere a todos, que nadie es más ni menos que nadie, y que todos tenemos derecho a vivir como seres humanos.
Es lo mismo que también han hecho hace unos días con el opositor ruso, Alexei Navalni, simplemente porque defendía que en su país no se respetaban los derechos humanos, porque decía que el gobierno ruso actual estaba “borracho de poder”. El mismo poder que mató a Jesús de Nazaret y a Monseñor Romero, es el poder que ha matado ahora a Navalni. El mismo Navalni llegó a decir, cuando regresó a Rusia en 2021, cuál era el pasaje del evangelio que le guiaba en esos momentos de represión y de estar al borde del asesinato:
“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Siempre he pensado que esa bienaventuranza en particular es más o menos, lo que ha guiado mi acción. No me arrepiento de haber regresado ni de lo que estoy haciendo. Está bien, hice lo correcto… en este momento difícil hice lo que me pedía la bienaventuranza y no traicioné lo que Dios nos dice… somos un país muy infeliz… no basta con que Rusia sea libre. Rusia también debería ser feliz. Rusia estará feliz”.
Su final, por todo esto, era previsible, lo asesinaron una vez más por defender la dignidad y la igualdad para todos, lo asesinaron los poderosos como a Jesús.
Ese poder que también existe en nuestra iglesia; tanto es así que ha sido necesario que viniera un papa del otro lado del continente, para recordarnos que ese poder no es el que aparece en el Evangelio. Vamos a celebrar dentro de pocos días una nueva semana santa, donde los curas de modo especial renovaremos nuestra opción de servicio a todos, pero especialmente, a los más pobres. Vamos a renovar que el Jesús del evangelio no es el del poder de las “mitras”, los “solideos”, el de “hacerse llamar don”, o el de “condenar en nombre de Dios”, al más puro estilo fariseo. El papa Francisco, demuestra “su poder” como papa de manera distinta, desde la cercanía a todos, desde la misericordia para con todos, y desde el decir que en la Iglesia cabemos todos, pensemos y vivamos como sea.
El papa argentino dice todo esto no porque sea “comunista o avanzado”, como se decía de Monseñor Romero, de Helder Cámara o de Pedro Casaldáliga, lo dice porque ya lo dice el Evangelio, porque Jesús JAMÁS CONDENO A NADIE Y MUCHO MENOS EN NOMBRE DE DIOS. Condenaban en su tiempo los que se creían buenos, los fariseos, como ahora condenan los que se siguen creyendo buenos porque cumplen ritos y formas, pero su vida sigue estando lejos del Jesús del Evangelio.
"Solamente en una situación es lícito mirar a una persona de arriba abajo cuando vos los ayudas para levantarse. Es un lindo gesto este, todos necesitamos ser ayudados"
Hace unos meses, cuando tuve de nuevo la suerte de compartir un rato con el papa Francisco, me mostró una cruz que él tiene en su sala de estar, donde siempre nos reunimos. Es una cruz muy especial, porque en ella aparece el Padre arriba, cogido en el centro a Jesús y Jesús agachado, cogiendo al que está debajo de la cruz, hundido. Es el Jesús que, desde el Padre, desde su Espíritu, defiende y levanta al pobre y al crucificado de nuestro mundo. Y al mostrarme la cruz, me dijo una frase que me dijo, además, les dijera especialmente a los presos de la cárcel con los que estoy a diario, y que vale para todos: “Solamente en una situación es lícito mirar a una persona de arriba abajo cuando vos los ayudas para levantarse. Es un lindo gesto este, todos necesitamos ser ayudados”. Es lo que hace Jesús desde la cruz, lo que hace con el buen ladrón, lo que hace con la mujer que lo visita en casa de Simón el fariseo, lo que hace con los paralíticos, los pecadores….y es lo que hace el que se encuentra con ese Jesús; es lo que haría hoy ese Jesús con los encarcelados injustamente en El Salvador, con los hambrientos de Gaza o con los inmigrantes que salen de Africa y mueren en el gran cementerio del mediterráneo, que dice el mismo papa Francisco.
Las palabras de Francisco nos tienen que hacer reflexionar en torno a cómo miramos a los demás, en cómo a veces la Iglesia es capaz de condenar o de enjuiciar, en vez de levantar de la postración.Nos tiene que hacer pensar en que los que tienen el poder, también en nuestra Iglesia, solo pueden y deben utilizarlo para levantar a los más débiles y devolverles su dignidad humana, como hacia Jesús, y eso desde la fraternidad, no desde creerse superiores, aunque se ostente cualquier tipo de cargo. “Entre vosotros, quien quiera ser el primero, que sea el servidor”, que dice el evangelio de San Lucas.
Es lo que hizo Monseñor Romero, y es lo que le costó la muerte, muerte que engendró vida como la de Jesús. Monseñor Romero desde arriba, levantó a los pobres, desde ser el obispo, la mayor autoridad eclesial del momento, defendía la causa de su “pobrerío”.
“Era un obispo de los de abajo”, que siempre dicen los campesinos salvadoreños. “Venía a nuestra casa y compartía lo que era con nosotros, compartía su vida en nuestras chabolas, se embarraba con nuestro barro, y comía nuestras tortitas”, que me decían en Arcatao o en San José de las Flores.
Romero entendió bien lo que significaba el jueves santo, lo que significaba “lavar los pies” a los pobres, y eso le costó la vida. Monseñor Romero cayó con la bala asesina, aquel fatídico 24 de marzo de 1980, pero curiosamente esa bala ha creado vida, ha sido germen de lucha en El Salvador, ha sido el comienzo de algo nuevo, de una nueva resurrección, como la de Jesús.
Con Monseñor Romero no pudo aquella bala, ni el odio del ejército salvadoreño pagado por los Estados Unidos. Todavía recuerdo cuando al entrar en lo que es hoy el Centro Monseñor Romero, en la UCA de San Salvador, vi una fotografía del santo acribillada a balazos, y al preguntar a los jesuitas que significaba aquello me dijeron: “acribillaron la fotografía de Monseñor la noche de la matanza de los jesuitas, 16 de noviembre de 1989, porque al ver esa fotografía en el pasillo de la UCA debieron pensar que él estaba todavía vivo, y de rabia, quisieron acabar hasta con su misma fotografía”. Monseñor Romero vive en El Salvador y vive donde siempre ha querido estar, con los más pobres y desvalidos de esta querida “Tierra Santa”.
La Iglesia también quiso acabar con Monseñor tachándolo de “subversivo”, sin saber ni siquiera lo que significa esa palabra. Para algunos sectores de la Iglesia, subversivo es aquel que reacciona con violencia o que está en contra de todo; y los que piensan así, incluido algunos “ jefes” de la Iglesia lo que hacen es solo demostrar así su ignorancia. Subvertir quiere decir ni más ni menos que cambiar el orden establecido, de tal manera que el subversivo es aquel que quiere cambiar lo que está simplemente porque es injusto y atenta contra la persona. Claro que desde ahí era subversivo Monseñor Romero, y no gustaba al poder del tiempo, tan subversivo como Jesús de Nazaret, que no gustaba a ningún tipo de poder ni económico ni religioso. Y tan subversivas como, según Pedro Casaldáliga, también tendrían que ser nuestras Eucaristías: “Llamados por la luz de tu memoria, marchamos hacia el Reino haciendo historia, fraterna y subversiva Eucaristía”. Esas mismas Eucaristías que hoy algunos pretenden convertir en puro rito, en puro recuerdo y no en una celebración de la vida, donde Jesús, antes de morir nos deja su testamento: reunirnos como comunidad con un trozo de pan y un poco e vino para juntos compartir la vida, pero eso compartirla juntos, una comunidad donde todos nos podamos sentar sin distinción. Unas Eucaristías, que en palabras también del otro santo Arrupe, siempre serán incompletas “mientras a nuestro alrededor haya alguien que sufre, pasa hambre o algún tipo de necesidad”. En el fondo, es la subversión del Evangelio, que hace que el maestro Jesús de Nazaret, “el único y auténtico jefe”, lave los pies de sus discípulos como el mayor criado y servidor.
Monseñor Romero quiso levantar así a los pobres, quiso subvertir el orden establecido, quiso hacer realidad el Magnificat que proclama María en su visita a su prima Isabel, y eso fue lo que le costó la vida, pero a la vez fue lo que le llevó “a ser creíble”. Las homilías de Monseñor, cada semana en catedral, no eran palabras, eran expresión de su propia vida, no eran discursos como los que hacen algunos, eran palabras llenas de vida, que precisamente por serlo, le costaron entregar hasta la última gota de sangre, por su pueblo, y sobre todo por su “pobrerío”.
"El domingo de ramos Jesús entra en Jerusalén a lomos de un borrico, y este domingo de ramos conmemoramos el asesinato del que por servir al pueblo, fue asesinado"
Este año, además, el calendario ha querido que el aniversario del asesinato de Monseñor coincidiera con el Domingo de Ramos, pórtico de la semana santa cristiana. Un día en el que contemplamos a Jesús, que encima de un borrico es aclamado como rey, y la escena al escucharla e imaginarla, suena a ridícula, porque nunca un rey fue encima de un borrico. Ese esperpento aparente solo puede entenderse desde la clave del nuevo “poder” al que alude el Evangelio, el poder del servicio, que luego termina en la cruz, el poder de un Dios que nace con los pobres y muere con los delincuentes. Es una llamada de atención también a nuestra Iglesia. Y eso que tenemos la suerte de contar en nuestra Iglesia con un papa que si cree en ese poder, un papa que siendo cardenal de Buenos Aires iba en “colectivo”, el transporte público bonaerense, y que ahora siendo papa, ha renunciado a vivir en los palacios vaticanos. El domingo de ramos Jesús entra en Jerusalén a lomos de un borrico, y este domingo de ramos conmemoramos el asesinato del que por servir al pueblo, fue asesinado.
Cuarenta y cuatro años después, Monseñor Romero seguiría diciendo hoy lo que dijo en su última homilía, antes de ser asesinado, sus palabras siguen siendo actuales en El Salvador de hoy: “En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les, ruego, les ordeno, en nombre de Dios: ¡Cese la represión!” (Homilia 23 de marzo de 1980). Y seguiría diciendo que por encima de una orden que obliga a ir en contra del ser humano, está la orden de defender al débil y defender la dignidad de todo ser humano.
La lucha en El Salvador continúa, porque la injusticia sigue y es necesario apoyar esa lucha, también desde las mismas comunidades cristianas, porque es lo que haría Jesús de Nazaret. La opresión y la injusticia no pueden hacer que dejemos de gritar y chillar a favor de los pobres y en contra de los que detentan el poder y lo usan como arma arrojadiza. La Iglesia también quiso ser silenciada, tras la muerte de San Romero, pero su lucha continua y debe continuar por siempre. Es lo que decía Monseñor poco antes de caer asesinado: “Si me matan, morirá un obispo, pero la Iglesia, que es el pueblo, vivirá para siempre”.
Termino con las palabras que tantas veces también repetía Monseñor, y que repiten siempre sin duda los grandes santos, porque no se creen superiores: “Con este pueblo, no cuesta ser buen pastor”. El pueblo hace a la Iglesia, y la construye, especialmente el pueblo crucificado, en palabras de Jon Sobrino, el mismo pueblo que creo la primera comunidad de discípulos en torno a la memoria del nazareno. Ojala que nosotros también, salvadoreños y cristianos de todo el mundo, sigamos haciendo memoria subversiva del santo que pasó por la Tierra Santa de El Salvador, haciendo vida el Evangelio, un Evangelio que llevado hasta el final, lo llevó a la muerte, y a dar definitivamente la vida por él. “Si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño”, no son palabras antiguas, son palabras actuales, porque en cada casa y en cada rincón de El Salvador, se sigue “oliendo” y “viendo” al obispo de los pobres.
No nos dejes Monseñor, te necesitamos, necesitamos que sigas intercediendo por tu pueblo, por el pueblo que tanto quisiste y por el que diste la vida. Tu pueblo te necesita hoy como entonces. Que te sigamos sintiendo vivo como a Jesús y como a los profetas, que sigas siendo nuestra voz y que sigamos creyendo que podemos hacer juntos un país nuevo, más justo y más fraterno. Que sintamos que todos somos responsables de ello y que todos somos necesarios. Sentimos que algo nuevo está brotando, no solo la primavera, sino el nuevo tiempo salvadoreño, en el que todos confiamos y ansiamos. Gracias por todo San Romero de América, “nadie podrá callar tu última homilía” (Pedro Casaldáliga)
"Gracias por todo San Romero de América, 'nadie podrá callar tu última homilía' (Pedro Casaldáliga)"rom
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