Antonio Aradillas La manada católica
(Antonio Aradillas).- El solo hecho de que familiares, amigos y los mismos protagonistas de episodios tan aborrecibles como los referidos con tan patológica generosidad por los medios de comunicación social en los últimos días, da la impresión de que la maldad que se les adscribe a los mismos, no es tanta como para que estos y sus defensores legales lo comenten y lamenten. Ser y actuar en manada, no parece ser para muchos, repugnantes reflejos de actividades y comportamientos humanos.
No está de más reflexionar sobre el tema, desde alguna de las distintas perspectivas en las que las circunstancias colocan a cada uno, en beneficio y al servicio de las leyes, de sus intérpretes y de los redactores sentencias judiciales.
Con la autoridad académica que caracteriza a la RAE, y con el firme propósito de entendernos más y mejor, es preciso advertir que "manada" es un término referido a animales, sobre todo, a cuadrúpedos, procede del latín "manus" -"mano"-, y esta, en la historia de las culturas, fue símbolo por excelencia "de poderío, dominio y sometimiento a la propia voluntad".
Por lo tanto, la actuación "en manada" es de por sí, y semánticamente, contraria a conductas y formas de de ser, de comportarse y vivir, en cuyos ámbitos lo humano y las manos tengan que relacionarse y comprometerse como personas. "Manada" y "persona" se rechazan ontológicamente, por lo que constituye una aberración la aspiración más lejana a servirse de alguna manera de tal relación como norma de convivencia.
Y acontece que el comportamiento "en manada", y más en el marco en el que las referidas noticias sitúan a propios y a extraños, se registra, consciente o inconscientemente, en la actualidad, con desdichada e inhumana frecuencia.
Al margen de eufemismos, de raras invocaciones románticas y de falaces creencias sistemáticas de haber superado definitivamente periodos del paleolítico, las conductas que prevalecen en las relaciones hombre-mujer, por parte del primero, no son ajenas a las que creíamos en desuso y radicalmente periclitadas.
Protesta contra La Manada en Sevilla
Hoy por hoy, la mujer por mujer, sigue siendo todavía considerada y tratada como ser inferior al hombre, por hombre. Es verdad que se están dando pasos por los caminos de la equiparación y de la integración femenina, en terrenos antes exclusivos del dominio y de la competencia del hombre. Pero son muchas las leguas -unos 20.000 pies ó 5,572,7 metros-, que hay que recorrer sobre todo en espacios y tiempos rurales, sin descartar no pocos avecindados también en poblaciones.
La promoción de la mujer con todas sus consecuencias, está aún en mantillas. Es mucho lo que en relación con ella necesita reforma para adecuarse a las demandas de los tiempos nuevos, y a las exigencias propias de la mujer por su condición de persona. Leyes, tradiciones más o menos "sagradas", ideas acerca del hombre y de la mujer, roles adscritos a unas y a otros, términos del diccionario y del lenguaje común... precisan con urgencia atemperarse a lo que de verdad quiere y es la mujer por hija, madre, esposa o hermana, es decir, por persona.
En la mayoría de las conversaciones masculinas o "masculinoides", el tema de la mujer aparece tratado-maltratado, con términos, gestos y apariencias de los próceres de cualquiera de las manadas registradas, o por registrar, "por esos mundos de Dios", en los que se asegura que, por su propia naturaleza, hay que emplear determinadas palabras, como desear, gozar y hasta hozar, sin respeto alguno y, a veces, con la excusa falaz de que las provocadoras fueron ellas -las mujeres-, por lo de la "dichosa" manzana del Paraíso Terrenal.
La reforma está lejos. Muy lejos. Y no está solo ni fundamentalmente en las leyes, en los castigos y ni siquiera como consecuencia del distinto modo de pensar y actuar que se tendría en el caso de que algunas de las "deseadas" fueran sus propias madres, hermanas, hijas o esposas. La reforma está, y se echa de menos, en las ideas y estas, o ni siquiera existen, o se prefiere que no existan, por "invadir" el territorio de la "virilidad" que "deberá seguir prevaleciendo por encima de todo y "en el nombre de Dios".
Las religiones, con inclusión de la cristiana, fueron y son "falocéntricas", por lo que adoctrinan a hombres y a mujeres en la legitimidad inexcusable de las pretensiones de superioridad política y social de los hombres en el mundo, con mención específica para el orden "religioso", creándose -o re-creándose-, sus concomitantes "dioses" masculinos, encargados a perpetuidad, y hasta "dogmáticamente", de expulsar a las mujeres de su jerarquía y ministerio.
A la mujer, como "pecado", y objeto de pecado, no le queda, por ahora y muy desdichadamente, otro remedio que el de dejarse convencer de que su destino no es otro que el de convertirse en meta de los aullidos -"ululare"- de los miembros de cuantas manadas han sido, son y serán en el mundo, civilizado, o por civilizar.