"No ha habido muchas palabras de agradecimiento al buen Nicolás, pero sin duda no hacen falta" En recuerdo de Nicolás Castellanos: "Si no vives como piensas, terminarás pensando como vives"

Javie Sánchez con Nicolás Castellanos
Javie Sánchez con Nicolás Castellanos

Nicolás Castellanos hizo suyo el mensaje de “su palacio”: vivió como pensó y pensó como vivió. Gracias hermano y amigo, gracias obispo destronado, gracias de corazón, hoy los pobres de Bolivia de rinden pleitesía y de dan todo su cariño, con lágrimas pero con la alegría de haber podido compartir mucha vida y mucha esperanza contigo

No ha habido muchas palabras de agradecimiento al buen Nicolás, pero sin duda no hacen falta, las gracias se las han dado en vida los pobres y el mismo Dios, y ahora se las siguen dando, porque “el grano de trigo que cae en tierra no muere, sino que da mucho fruto”, y la vida de Nicolás Castellanos ha dado mucho fruto, un fruto abundante

Corría el año 2001, a finales de octubre, cuando tuve la gran oportunidad de conocer a Nicolás Castellanos, “el obispo”, como le conocían popularmente por aquellas calles embarradas y sin asfaltar del llamado “Plan 3000”, un barrio marginal a las afueras de la gran ciudad de Santa Cruz de la Sierra.

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A finales de octubre de aquel año tuve la ocasión de poder viajar a Bolivia, con las Misioneras Cruzadas de la Iglesia (MCI), para conocer también toda su fundación allí, dado que conocía a las religiosas MCI desde hacía muchos años (desde mi paso por el seminario de Madrid, porque algunas de ellas trabajaban allí), ya que tenían primero un piso de inserción en Fuenlabrada, y luego también tuve la suerte de que pudieran abrir otro en nuestro recién barrio nuevo de Nuevo Versalles-Loranca, en la parroquia de la Sagrada Familia, donde pudimos trabajar juntos en aquel barrio que recién comenzaba también a funcionar, con muchos problemas sociales y de todo tipo, pero que juntos fuimos capaces de llevar a cabo una bonita tarea de pastoral, durante más de 20 años.

Ellas, con su carisma especial de inserción en el barrio, desde el primer momento pusieron a flote su lema, el que decía Nazaria, “bajar a la calle”, junto en Nuevo Versalles bajamos desde el principio mucho a la calle con la gente, intentando hacer una comunidad inserta en los problemas y realidades del barrio. Fueron años muy especiales de trabajo juntos, de una Iglesia viva y evangelizadora. Hicimos de esta parroquia de la Sagrada Familia “la casa común de todos”.  Las MCI y su fundadora, Santa  Nazaria Ignacia March, nacida en Madrid, habían llevado su trabajo y su esfuerzo a tierras bolivianas, y habían hecho de este lugar su “sitio preferente”. Acompañando entonces a la también boliviana superiora general, Aida Salek, tuve como digo la oportunidad de pisar tierras bolivianas, y especialmente el altiplano, con su pobreza, su sequedad, pero como siempre que se está con los pobres, con la alegría y el cariño evangélicos que siempre desprenden.

Javi Sánchez a la entrada del 'palacio' de Castellanos
Javi Sánchez a la entrada del 'palacio' de Castellanos

Era mi segunda experiencia por tierras americanas (la primera fue acompañando a un grupo de jóvenes en Santo Domingo, del Instituto Dolores Sopeña, Oscus, ya que una religiosa de este instituto es tía carnal mía), y tenía muchas ganas porque era conectar de nuevo con una realidad de evangelio y de vida muy especial.

Tengo que reconocer que cuando pisé suelo boliviano algo por dentro me hizo vibrar de manera especial de nuevo, porque fue recordar la experiencia dominicana y sobre todo la experiencia de contacto con una realidad que emanaba algo muy distinto: fue descubrir in situ las bienaventuranzas evangélicas y toda la realidad dura pero a la vez bella, por la gente, que por allí en muchas ocasiones “mal vivía”.

El libro de Castellanos

Yo había leído alguna cosa de Nicolás Castellanos y me parecía que podía estar muy en consonancia con el barrio donde estábamos comenzando de Nuevo Versalles, en Fuenlabrada, un barrio con una situación social muy fuerte, de dejadez de instituciones, y donde suponía comenzar desde el Evangelio a trabajar para hacer que ese Evangelio fuera signo de vida para mucha gente, evidentemente desde la distancia que podía tener un barrio de Madrid, a un barrio de Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia.

Había caído en mis manos antes del viaje yo creo que uno de los primeros libros de Nicolás Castellanos, “Utopía y realidad”, que además era prologado por el gran santo de América Latina, Pedro Casaldáliga. Y lo leí antes desde la clave del proceso que estábamos también llevando en Nuevo Versalles, porque confieso que era casi calcado a lo que entre la gente del barrio, las  MCI, la comunidad de hermanos maristas también recién llegada al barrio, y la asociaciones de vecinos, grupos y entidades del barrio estábamos intentando llevar a cabo. La parroquia se situaba como un elemento más, desde la impronta de llevar a cabo ese Reino que aparece en el evangelio y que nos parecía podía ser buena noticia para todos, hasta que nos dejaron llevarla a cabo.

Con Nicolás Castellanos en Bolivia
Con Nicolás Castellanos en Bolivia

Con estas inquietudes, marché a Bolivia, para conocer la realidad de allí, el trabajo de las MCI, y el trabajo también de Monseñor Castellanos, que llevaba ya diez años allí. La primera vez que fui a ver a Monseñor, iba con una de las hermanas de la comunidad de Cruzadas de la Iglesia, que ya lo conocía y confieso también que iba muy nervioso, porque me apasionaba, como de hecho fue, lo que podía conocer allí. Cogimos el autobús a la puerta de la casa de las hermanas, y fuimos diciendo “al chofér”, como dicen allí, que nos indicara. Preguntamos por la casa de Monseñor Castellanos y enseguida nos dijo : “Ah, el Palacio del obispo? Sí, no se preocupen que cuando estemos cerca yo les aviso”. Al escuchar aquello por dentro me entró al principio un fuerte desconcierto y luego después un gran cabreo. ¿Habría sigo capaz este obispo de hacerse un palacio en medio de aquel barrio? ¿La historia se repetía de nuevo como con tantos otros? Y por el camino me fui viniendo abajo.

Me parecía imposible según nos íbamos adentrando en el Plan 3000 que alguien se pudiera hacer allí un palacio, incluso que dejara de ser obispo en Palencia para irse allí. ¿No era eso utilizar a los pobres? Por la cabeza y el corazón me pasaron muchos sentimientos encontrados. Y por fin, llegamos a una esquina, y nos dijo el chofér, “Miren ahí está el Palacio, no sé si estará ahora ahí el obispo o estará por el barrio”. Nos bajamos de aquel viejo autobús, y llegamos a la puerta “del palacio”. Al verlo se me cayeron las lágrimas de emoción, porque la frase que ponía en la puerta de aquella casa, sencilla y pobre como todas las del barrio eran: “Si no vives como piensas, terminarás pensando como vives”.

Recuerdo que hasta le pedí perdón por lo que había pensado por el camino, y él sonriendo me dijo: “Si, es que aquí la gente sigue viendo que yo soy el obispo y por eso mi casa es el palacio, porque están por desgracia acostumbrados a que los obispos vivan en un palacio”

Se me cayeron las lágrimas porque fue hacer realidad lo que siempre había pensado, porque era descubrir el evangelio con toda su frescura. Empujamos la puerta, y allí estaba Nicolás Castellanos, sonriente como siempre, que enseguida nos recibió y nos comenzó a hablar. Recuerdo que hasta le pedí perdón por lo que había pensado por el camino, y él sonriendo me dijo: “Si, es que aquí la gente sigue viendo que yo soy el obispo y por eso mi casa es el palacio, porque están por desgracia acostumbrados a que los obispos vivan en un palacio”. Bromeamos, sonreímos, y lo más especial que me cautivó de Nicolás fueron dos cosas: su ser uno más con la gente y su sonrisa permanente, que reflejaban sin duda la gran felicidad que le daba poder estar allí compartiendo con aquellos pobres desgraciados de este barrio, dejado de la mano, de Bolivia.

Después de un rato hablando del proyecto “hombres nuevos”, salimos a pasear por el barrio, y era francamente espectacular ver la relación que él mantenía con todas las personas del barrio. Era una relación de igual a igual, no era el obispo y la gente, sino que era uno más entre la gente. Visitamos las escuelas, los comedores, las casas de las familias… siempre le llamaban Monseñor, pero de una forma muy distinta a cómo se les llama aquí. Recordé a muchos de nuestros “monseñores” y desde luego que a muchos de ellos les vendría bien un “paseíto” por estas tierras, abandonar su “poltrona” y salir a la calle.

La ciudad de la alegría

Muy especial fue la visita a lo que él bautizó como “la ciudad de la alegría”, una zona diferente  de piscinas y de deporte para los chavales del barrio. Me dijo que mucha gente le había criticado por hacerlo, pero “yo creo que los pobres, como cualquier ser humano, además de comer, también hacen otras cosas. Y me parece que también tienen derecho a divertirse y a pasar un rato”. Me dijo lo que le había supuesto de emoción el ver cómo los niños se hacían aguadillas en la piscina, lo que disfrutaban, lo que reían juntos, “y eso también es una necesidad”. Y después de ese paseo, volvimos a la casa para comer, nos reunimos todos los que estábamos en la casa, voluntarios y gente del barrio que había venido ese día. Fue una comida fraterna, de amigos y de hermanos, y donde desde luego yo me sentí uno más.

Cuando nos despedimos por la tarde, hasta el día siguiente, la verdad es que nos dejó la visita un sabor de boca muy especial, porque había sido compartir un día lleno de evangelio y de vida, había sido descubrir al Dios de los pobres, en aquel barrio marginal, pero lleno de vida y de Dios, descubrir que Dios caminaba con cada uno de nosotros, a nuestro lado, y se hacía uno más.

La parroquia
La parroquia

Volvimos varios días después, y uno de ellos tuvimos que achicar agua “del palacio” porque como todas las chabolas del barrio, tras una fuerte lluvia (en Santa Cruz de la Sierra cuando cae una tormenta cae mucha agua), la casa, el palacio episcopal, también se inundó.

Cuando volví a Madrid, después de ese primer viaje a Bolivia, la verdad es que vine muy impresionado, por todo lo que había conocido y saboreado. Primero, la experiencia de la misión de las misioneras Cruzadas de la Iglesia en lugares francamente pobres como el altiplano de Oruro, y segundo por el mensaje especial de Iglesia fraterna y evangélica que me transmitió Nicolás Castellanos, y su proyecto “hombres nuevos”.

Nicolás dejó de ser obispo, dejó su acomodada vida en Palencia, para pasar a su ministerio especial en favor de los más desvalidos de Bolivia. Monseñor Pedro Casaldáliga, en el prólogo del libro al que antes hacía alusión, “Utopía y realidad”, decía: “Es más que prólogo, sin embargo, porque estas líneas de introducción me brindan la oportunidad de rendirle al hermano obispo, “destronado” por amor al Evangelio, el testimonio de mi admiración y de mi comunión total”.

“Hermano obispo destronado”

“Hermano obispo destronado”, llamaba Pedro Casaldáliga a Nicolás Castellanos. Y lo hacía desde el que también se siente “destronado”, pero desde la libertad más absoluta de haber renunciado a su poder, a su parabién, de haber descubierto que “quien quiera ser el primero tiene que ser el 'último, que el servicio debe ser lo específico de nuestro ser cristiano, y de los obispos”. Cuando contemplo a ambos, y alguno más como el asesinado Monseñor Romero, no puedo evitar por menos que unirme a ellos, y comparar con los que no es que estén destronados, sino “que están unidos al trono”, que hacen del trono la razón de ser de su episcopado.

El papa Francisco me decía que “solo hay una manera lícita de mirar desde arriba a alguien: si es para levantarlo y ayudarlo”

Por desgracia, esos son los normales, los raros son los otros, pero es que Jesús de Nazaret también fue raro, tampoco fue el Mesías esperado. Ese mismo Jesús llama “Satanás” nada menos que a Pedro, y me atrevería a decir que quizás también llamará hoy “Satanás a muchos de nuestros obispos, cardenales y curas, porque no son capaces de vivir la Iglesia desde el Evangelio. Y detrás de ellos veo también a nuestro Papa, al papa Francisco, ahora enfermo, a quien he tenido la suerte de visitar varias veces en los últimos años (la última vez hace menos de un año con los presos de Navalcarnero y sus familias).

El papa Francisco me decía que “solo hay una manera lícita de mirar desde arriba a alguien, si es para levantarlo y ayudarlo”. Este Papa, venido del otro continente, sabe mucho de levantar, sabe mucho de humanidad, y por eso cada vez que lo visito siempre me llena de evangelio y de vida; en cada uno de sus abrazos está también el de Jesús. Hoy seguimos rezando por él y seguimos dándole las gracias por todo lo que está haciendo en nuestra Iglesia: frente a algunos que se empeñan en condenar en nombre de Dios, dice siempre Francisco que en la Iglesia cabemos “TODOS, TODOS, TODOS”.

Al contemplar a Nicolás Castellanos contemplo una vida de Evangelio y una vida llena de Dios. Estoy convencido de que el buen Dios, Padre-Madre de todos, le habrá abierto las puertas del paraíso, de par en par, nada más llegar. Y le habrá hecho una fiesta muy especial, como las fiestas que él ha organizado a tantos pobres de aquel Plan 3000 por el que ha dado la vida hasta el final. Quizás se le pueden criticar muchas cosas a Nicolás, pero por encima de todo está el aval de su vida: una vida entregada a los otros, al Evangelio, a los pobres de Bolivia, a hacer posible que ellos puedan tener la dignidad que tenemos todos los seres humanos, por el hecho de ser eso “seres humanos, hijos e hijas de Dios”.

No ha habido muchas palabras de agradecimiento al buen Nicolás, pero sin duda no hacen falta, las gracias se las han dado en vida los pobres y el mismo Dios, y ahora se las siguen dando

Y como siempre, en estos días, el silencio de los otros obispos, “los de la poltrona”, quizás porque la vida de Nicolás Castellanos les juzga, quizás porque ahora ya se sienten liberados, ya no habrá un obispo raro que les pueda hacer frente, que les pueda hacer replantearse su vida. No ha habido muchas palabras de agradecimiento al buen Nicolás, pero sin duda no hacen falta, las gracias se las han dado en vida los pobres y el mismo Dios, y ahora se las siguen dando, porque “el grano de trigo que cae en tierra no muere, sino que da mucho fruto”, y la vida de Nicolás Castellanos ha dado mucho fruto, un fruto abundante, y ha creado el nombre de su proyecto en el Plan 3000: ha creado un barrio diferente porque ha creado unos hombres nuevos capaces de amarse, de ayudarse y de sentir que todos son iguales.

Al año siguiente, en el verano de 2002, fui con un matrimonio de la parroquia Sagrada Familia de Fuenlabrada, una catequista y un joven de nuevo a Bolivia, de nuevo fuimos con las MCI, pero también visitamos a Nicolás Castellanos, y estuvimos en su proyecto, y de nuevo nos llenó de energía y de vida. Compartimos con él de nuevo su preocupación por la gente de aquel machacado barrio de injusticia pero llenó de vida y de esperanza. Y tuvimos también la suerte de que dos años después, en uno de sus viajes a España, Monseñor Castellanos visitó nuestra parroquia de la Sagrada Familia, pudimos compartir su vida en nuestra pequeña parroquia de nuestro barrio, que poco a poco, también se iba consolidando, desde la encarnación en los problemas y situaciones de los más necesitados y desfavorecidos de él.

El altar
El altar

Por tercera vez, y a los doce años, en 2013, pude compartir de nuevo un tiempo con Monseñor Castellanos en su Plan 3000 y en su proyecto Hombres Nuevos. Y siempre que pisaba la puerta de palacio me acompañaba la misma frase que tantas veces he repetido yo con tanta gente: “Si no vives como piensas, terminarás  pensando como vives”. Y cada vez que la pienso y la medito me parece más cierta: es hacer realidad el pasaje del evangelio san Juan:  “Maestro, dónde vives? Venid y lo veréis”. (Jn 1, 35-42). Ver dónde y cómo vivía Nicolás Castellanos, ver lo que hacía y lo que compartía nos da idea de su talla de obispo al estilo del auténtico evangelio y de su vida comprometida.

Una entrega a los pobres desde el Evangelio

Los signos del evangelio se han dado en la vida de Monseñor Castellanos y en su opción por los pobres de Bolivia. Lo vemos también en el evangelio de san Lucas, en la embajada del bautista: “Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia; y dichoso el que no encuentre en mí motivo de tropiezo” (Lc 7, 22-23). Esos son los signos, y Nicolás, con todos sus defectos, como tenemos todos, es lo que ha llevado a cabo en su vida. Una entrega a los pobres desde el Evangelio de Jesús.

Por desgracia, otros muchos obispos de nuestra Iglesia no pueden decir lo mismo, algunos de ellos muy cercanos. Los signos que ofrecen son su poder, su mitra (que por cierto es un gorro bastante horroroso y símbolo del poder romano), y su ver al pueblo desde arriba, su trono es signo no de evangelio, sino al revés de anti-evangelio, y del anti Dios de Jesús.

Ha fallecido Nicolás Castellanos, efectivamente el obispo destronado, pero su vida ha sido y sigue siendo fermento en la masa. El proyecto de Castellanos, lo resume de nuevo Casaldáliga en el prólogo del mismo libro: “Este libro no es una novela ni una disquisición. Comparte, confiesa, compromete. Será un buen compañero de camino para cuantos y cuantas - hombres nuevos y mujeres nuevas – intentan, intentamos, ir haciendo realidad esa misma utopía, que es la Causa de Jesús, su sueño y su tarea, la cruz y la gloria de su vida”.

Ese corazón que Nicolás abrió en vida a tantos hombres y mujeres, cholitas y campesinos bolivianos, niños y niñas desvalidos en el barrio del Plan 3000 es ahora el corazón que le abre a él el mismo Dios, el resucitado

Se nos ha ido Monseñor Nicolás Castellanos, se nos ha ido su vida, pero nos queda su testimonio y su evangelio vivo: seguro que el buen Dios ha hecho como decíamos una fiesta y ha cantado en su honor. Así dice la canción de la misa de la alegría, y así nos suena hoy: “Bienvenido a tu casa, vas a estar como dios, que comience la fiesta, que hemos hecho en tu honor… bienvenido a tu casa aquí se habla de amor, el Señor de la casa, te abre su corazón”. Ese corazón que Nicolás abrió en vida a tantos hombres y mujeres, cholitas y campesinos bolivianos, niños y niñas desvalidos en el barrio del Plan 3000 es ahora el corazón que le abre a él el mismo Dios, el resucitado. El Jesús de Nazaret que él tanto anuncio con su vida es el que le ha abierto definitivamente la casa, “el palacio”, ese palacio definitivo lleno de vida y de amor.

Nicolás Castellanos hizo suyo el mensaje de “su palacio”: vivió como pensó y pensó como vivió. Gracias hermano y amigo, gracias obispo destronado, gracias de corazón, hoy los pobres de Bolivia de rinden pleitesía y de dan todo su cariño, con lágrimas pero con la alegría de haber podido compartir mucha vida y mucha esperanza contigo. No perdamos tiempo, QUE COMIENCE LA FIESTA EN TU HONOR.

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