"El Día Internacional del Trabajo debería ser declarada también fiesta religiosa" El trabajo y el "universo nuevo"
(Antonio Aradillas).- Con el color rojo ardiente de la sangre, en los calendarios laborales del mundo civilizado, o en vías de serlo, el "Primero de Mayo" está dedicado al trabajo. Fueron, y son, muchos los hombres, mujeres y niños que vertieron su sangre, y sus lágrimas, en actividades laborales o profesionales, o en la falta de unas y otras, y fueron y son muchos también quienes consagraron sus vidas, hasta perderlas, en el altar de sus correspondientes reclamaciones, sin privarse de descalificaciones y condenas empresariales y "oficiales". Las huelgas, y otras manifestaciones y actos reivindicativos, terminaron frecuentemente en otras tantas tragedias.
Sugerencias significativas como las siguientes, contribuirán a afrontar el tema del trabajo y de la festividad del "Primero de Mayo" tal vez con criterios más humanos y cristianos.
El "Día Internacional del Trabajo" responde al hecho histórico de la muerte de varios anarquistas - asociados a la Internacional Socialista-, ejecutados en unas manifestaciones de protesta, habidas en Chicago -EE.UU.- en el año 1886, que fueron, y siguen siendo, conocidos como "los mártires de Chicago". Las reivindicaciones se formularon inicialmente de esta manera: "Ocho horas de trabajo, ocho de ocio y otras ocho de descanso"
A la "realización de una actividad, o de un oficio, especialmente si requieren un esfuerzo físico o intelectual", la RAE define el "trabajo", término que etimológicamente se hace proceder del latín "tripoliare-tripolium", que significa "tormento o tortura". Ya de entrada se advierte con facilidad, que desde tan innoble procedencia, hasta su posterior concepción de "colaboración directa con Dios en la creación re-creación de su obra, y así santificarse y rendirle el culto debido", tuvieron que pasar no pocos años, filosofías, teologías, legislaciones justas e injustas, para al menos, llegar a desvelar parte del misterio salvador y redentor que contiene y proporciona el trabajo.
En círculos paganos, con excepción de algunos -pocos- ejemplos, el trabajo no sobrepasaba la definición de "una humillante ocupación propia de esclavos". En la Sagrada Escritura -Antiguo Testamento-, al principio, el trabajo se hace presente como "maldición de Dios", aunque bien pronto el mandamiento del Creador y la exposición del valor natural del trabajo en la mayoría de los Libros Sagrados, son otras tantas referencias constructivamente religiosas, en frases como "el trabajo es una ley de la condición humana", "la ociosidad es una degradación", se admira a la mujer "siempre solícita", se aprecia el trabajo "bien hecho", así como "la habilidad y el empeño que ponen en su labor el labrador, el herrero o el alfarero", se admiran las obras de arte, y se dedican alabanzas gloriosas a enaltecer el valor social de la actividad laboral, con la rúbrica paternal de que sempiternamente "Dios bendecirá la obra de las manos humanas".
"Cristo y el trabajo" es capítulo bíblico digno de reconocimiento, respeto y adoración. Él fue obrero e hijo de obrero. Como Yahveh en el AT., toma títulos y comparaciones del mundo del trabajo, tales como pastor, viñador, médico y sembrador, presentando la actividad apostólica como el trabajo de la siega y el de la pesca, haciendo a la vez uso de parábolas en las que trabajadores y trabajadoras aparecen como ínclitos y adoctrinadores protagonistas. "El valor cristiano del trabajo" y "el trabajo y el universo nuevo", son argumentos y lecciones de vida, que habrían de imprimir carácter a sus discípulos y primeros sucesores.
En este contexto de historia eclesiástica, es provechoso destacar el dato de que una cierta influencia del desprecio de la filosofía antigua hacia el trabajo manual, considerado como una ocupación inferior, combinado con el desarrollo de las propiedades monásticas, contribuiría a obnubilar en la Edad Media esta visión, por lo que los primeros cistercienses -"ora et labora"- volverán a ponerla vigorosamente en valor. De todas maneras, a la teología y a la espiritualidad del trabajo, les quedan por recorrer largos, santos y escabrosos caminos. Faltan por canonizar muchos santos y santas procedentes del mundo del trabajo.
En el esquema de estas primarias reflexiones sobre el Día del Trabajo, no sería justo dejar de reseñar que la Iglesia, como institución, y en sus cuadros jerárquicos, ni conoce ni practica a la perfección la legislación laboral -estipendios, jubilaciones y despidos-, en relación con sus sacerdotes y sus serviciarios. La Iglesia no es "patrono" ejemplar. Las quejas de unos y otros son frecuentes y documentadas. Lo son también las del "ex -devoto sexo femenino", con discriminaciones institucionales hoy inadmisibles, y cuyo simple relato causaría pavor a "fieles" e "infieles".
Como de todo y de todos hay que aprender , con sensatez, humildad y humanidad, llama la atención que en la antología de las reflexiones sobre el trabajo, ocupa lugares de privilegio este principio de la "francmasonería": "La actividad cultural libera y eleva como lo hace la artística y cualquier otra actividad: sirve a Dios que hay en nosotros y por ello, e indirectamente a la divinización del mundo"
La del "Primero de Mayo, día internacional del trabajo", es -debería ser- declarada también fiesta canónicamente religiosa.