Bienaventuranzas de la Reilusión

Felices quienes pueden ver y valorar los pequeños-grandes milagros que se producen cada día en nuestro mundo, desde el amanecer hasta la puesta de sol.
Felices quienes se bañan cada mañana en las aguas ardientes de la ternura y la alegría.
Felices quienes renacen cuando perciben que aún conservan destellos del niño o la niña que llevan dentro.
Felices quienes se reenamoran cada mañana y reinventan los besos, las flores, las palabras, las miradas.
Felices quienes siguen soñando, recuerdan sus sueños e intentan hacerlos realidad.
Felices quienes se siguen asombrando, siguen jugando, riendo, contemplando, agradeciendo, acariciando, sintiendo.
Felices quienes saben contemplar y reconocer las huellas, el paso, los sentimientos, que el buen Padre y Madre Dios va sembrando en su propia vida.
Felices quienes continúan fieles al amor de Dios manifestado en Jesús, pero abiertos al viento del Espíritu que sopla donde quiere, nos invita a ser libres, sin saber nunca hacia dónde nos encaminará.
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