Bienaventuranzas del samaritano que se hace prójimo
Felices para quienes el dolor, la miseria, el atropello, el hambre, el odio y el desprecio representa todo lo contrario a la dignidad humana, y el enfrentarse a situaciones de abuso, el impulso interior que les convierte en expertos en humanidad.
Felices quienes, ante estas realidades de marginación, sienten cómo se les revuelven las entrañas, se indignan, les subleva la injusticia, deciden hacer algo para solucionarlo y se ponen en marcha trabajando con otros en soluciones concretas.
Felices quienes no pueden soportar las lágrimas de impotencia, desilusión y exclusión del otro, quienes ejercitan cada día su corazón para que no se les endurezca, quienes abren sus oídos para escuchar los sufrimientos y las esperanzas que están latiendo a su alrededor.
Felices quienes tienen su mayor gozo en adelantarse en dar, acoger y ofrecerse de forma desinteresada, gratuita, sin esperar al agradecimiento. Felices quienes pasan del miedo y la hostilidad a la implicación, la hospitalidad y la acogida. Felices quienes se hacen prójimos, próximos, sin esperar a que se lo pidan.
Felices quienes se desprenden de lo superfluo, e incluso de lo necesario, quienes comparten sus bienes y su tiempo, porque sienten una gran dicha cuando su dinero y su preocupación rinden beneficios, no en la Bolsa, sino en justicia, en sonrisas y abrazos, en plenitud y dignidad humana.
Felices quienes se acercan al caído al borde del camino, quienes dejan a un lado sus ocupaciones y deciden perder su tiempo atendiendo las súplicas, sanando las heridas, firmando manifiestos, acompañando a los tribunales de justicia, manifestándose en la calle por las causas justas.
Felices quienes no se acostumbran nunca a la insensibilidad, quienes saben que lo contrario del amor no es el odio, sino la indiferencia, el desinterés, la desgana. Quienes se sienten satisfechos ayudando a los demás y, por eso, tienen como lema: “Sé egoísta, haz el bien”.