Compasivos y misericordiosos
(Jon Sobrino)
La misericordia también es una de las palabras
que han sido más maltratadas desde el lenguaje y la doctrina
cristiana durante siglos, empleándose casi exclusivamente
como un «apiadarse» de alguien que lo pasa mal
y ofrecerle una limosna, una ayuda «caritativa».
En latín, la palabra misericordia se compone de
misere (miseria, necesidad, pobre); y cor, cordis (corazón),
es decir, tener un corazón solidario con aquellos
que sufren la injusticia y tienen algún tipo de necesidad.
En hebreo el término que se emplea para designar la
misericordia es rajamín, que significa sentir cariño,
afecto entrañable, conmoverse hasta las entrañas. Es lo
que siente Yahvé por sus hijos e hijas que sufren, especialmente
por los más olvidados y marginados, las viudas,
los huérfanos, los inmigrantes.
Y a Jesús, tan lleno e identificado con los sentimientos
de su Dios, también se le conmueven las entrañas al
contemplar tanto dolor, sufrimiento, miseria y exclusión
entre los hombres y mujeres más despreciados de Israel.
Este sí que es el auténtico significado y la consiguiente
puesta en práctica de la misericordia.
Hoy también es completamente necesario que contemplemos tanto
pesar y desconsuelo, hasta que nos consiga estremecer y
nos haga salir de nosotros mismos para solidarizarnos
con los más indefensos de nuestro mundo actual.
La persona misericordiosa rompe con cualquier afán
competitivo, para llegar a ver en cada persona a un hermano,
no a un rival. Nadie puede ser misericordioso ni
ofrecer compasión hacia alguien que considera su enemigo.
He aquí una de las causas y de las soluciones para
desligarnos de esta rivalidad absurda entre seres humanos,
para llegar a entendernos, a comunicarnos, a ayudarnos y cuidarnos.
La misericordia, para que sea eficaz, debe ir acompañada
de la paz, la solidaridad y la justicia. Es como el
bálsamo, la dulzura que cura, fortalece y rehabilita.
Y no solo en el encuentro entre dos personas, sino también
a nivel social. Se necesita mucha ternura, mucha
misericordia en nuestra sociedad. Y no pensemos que
son remedios «suavones», porque cuando hacemos presente
la compasión, la misericordia, la indulgencia
en las relaciones sociales, todo cambia…
Para luchar contra la corrupción, la mentira,
los odios, la injusticia, el olvido de los más miserables,
la virtud también pública a emplear es la misericordia.
La verdad la acompaña siempre, para que no se quede
en un simple analgésico. El perdón, la comprensión, la alegría,
la empatía son virtudes-hermanas de la misericordia.
Que ayudarán a cambiar los problemas de una sociedad desde sus raíces.
Una persona misericordiosa vive de otra forma,
se relaciona de una manera muy distinta con los demás,
con el medio ambiente, con el universo. Será una mujer,
un hombre muy humano y, por lo tanto, muy espiritual,
porque solo quien siente en su interior las heridas
de los demás y de todo lo que le rodea, puede sentir
cómo su corazón, su vida se expande, transformando
todo a su paso, desde la compasión, la dulzura y la misericordia.
«Felices quienes mantienen un corazón vivo y atento,
lleno de ternura y misericordia».
(Espiritualidad para tiempos de crisis. Desclee)