Desenmascarar la falsedad

«La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio» (Cicerón).
Vivimos un tiempo de mentiras permanentes, que enmascaran la verdad. Algunas personas están tan acostumbradas a la falsedad, que ya no son conscientes cuándo son sinceras o hipócritas. Y se pueden encontrar en cualquier estamento social: medios de comunicación, partidos políticos, sindicatos, presidente y ministros de su gobierno, economistas, tertulianos, sectores eclesiales… Ya sea por ocultar hechos que pueden tener duras consecuencias, por defender un estatus social, para no ser destituido, por no perder prestigio… se niegan las evidencias, se miente, se pervierte la verdad.
Aristóteles decía: «No basta decir solamente la verdad, mas conviene mostrar la causa de la falsedad». Por eso es necesario mantener una actitud constante de discernimiento, buscando los huecos ocultos del engaño, de la falsedad, de la media verdad. Porque ir a favor de la sinceridad, la evidencia y la certeza es ser una persona honrada, que tiene que defender la verdad aunque tenga consecuencias personales. Y todavía alcanza aún mayor dignidad y valor humano quien defiende a los más humillados, desenmascarando las mentiras y engaños que se vierten sobre los empobrecidos, marginados y excluidos y que van calando en la gente hasta creer que son verdades. Si no miramos y analizamos con ojos críticos los medios de comunicación social, no sabremos si son veraces en sus informaciones. Por eso es tan importante actuar en este sentido también en redes, para descubrir entre todos y todas tanta quimera y engaño. Cuando ayudamos a salir de las dudas, percibimos que la alegría llega a nuestra casa y nos sentimos, al fin, libres.
Tanto mal pueden causar las personas que mienten a sabiendas y quieren influenciar o someter por el engaño, como quien pretende que creamos que se encuentra en la verdad más absoluta. También este es un mal muy extendido entre la clase política, cultural, social, religiosa, sobre todo en esta última.
Porque cuando nos encontramos con Dios por medio, quien cree poseer la entera revelación de su voluntad en su poder, lo encadena en dogmas, leyes, derechos canónicos, normas y libros sagrados. Evidentemente que han engañado, infantilizado y fanatizado, en muchos momentos de la historia, a los creyentes de distintas religiones, con supuestas verdades incuestionables, guerras de religión, odio al diferente, a la mujer, a los homosexuales…
Aunque a Dios, el Espíritu de la Vida, la Palabra liberadora, nadie le podrá apresar jamás.
Más que creernos en posesión de la verdad, deberíamos caminar en la mayor franqueza y sinceridad posible, pero desde una profunda humildad, sin imposiciones, afrontando con sencillez nuestras propias dudas, en este camino de búsqueda permanente que dura toda una vida.
No hay que tener reticencias al exponer y anunciar nuestra propia verdad, pero con mucho respeto y tolerancia, con temor y temblor, con audacia y ternura, con sencillez y firmeza, con una inquieta incertidumbre ante el misterio de la Verdad, con mayúsculas.
«Felices quienes sienten que la verdad es una llamada constante a desenmascarar todo lo que oculta cualquier mentira, cualquier engaño».