Elogio de la bondad
La bondad va siempre de la mano del cuidado, porque toda atención realizada con afabilidad ayuda a sanar la herida y desprende las hojas resecas y dañinas de la soledad.
La bondad anhela la comprensión, el entendimiento, invita a tender puentes de acercamiento, a recorrer sin descanso sendas de diálogo y entendimiento.
La bondad predispone al encuentro, a la intimidad, a la confidencia, a contemplar con serenidad juntos todo lo vivido y lo que aún nos reserva la vida por celebrar.
La bondad nos abre a la realidad del otro, nos descentra de nuestro narcisismo, nos hace pensar más en el nosotros, en lo colectivo, en la comunidad.
La bondad destierra la oscuridad, abre grietas de verdad y luz ante tanta mentira, fake news, bulos, engaños y rumores falsos, para crear espacios de sinceridad y claridad.
La bondad evita cualquier tipo de daño, emplea la no-violencia para solucionar los conflictos, abandona la violencia y genera paz y armonía, justicia y acuerdos duraderos.
La bondad nos ayuda a liberarnos de la ambición y la codicia, nos aleja del egoísmo y nos abre las puertas de la solidaridad, la ternura y el desprendimiento.
La Bondad y la Vida laten al unísono en esta Tierra que habitamos, en la que nacemos, crecemos y vivimos hasta el último suspiro. Y ese pálpito resuena en todo el Universo.
La bondad afirma que la única revolución solo puede ser la de la esplendidez, la generosidad y la confraternidad.
La bondad está reñida con la opacidad, la sombra, la bruma, pues solo alcanza su máxima expresión en la transparencia del misterio de la Vida.
La bondad que derrochamos, de alguna forma, sin saber nosotros y nosotras cómo, sostiene y transforma el mundo en un lugar más habitable, sororal y fraterno.