Interés o generosidad
En este país no somos muy propensos a guardar las distancias. Necesitamos abrazarnos, besarnos, echar la mano sobre la espalda del otro, acariciar a la persona querida.
Y muchas veces tampoco solemos guardar las formas. Nos puede el carácter vehemente, apasionado del clima mediterráneo.
Y lo llevamos a gala, como un estandarte. Mucha gente que nos visita de otros países disfruta de la espontaneidad, la confianza, la cercanía que nos caracteriza.
Lo que quiebra esta forma de ser tan celebrada, es cuando las diferencias políticas, sociales, educativas, religiosas, deportivas… salen a flote.
Nos cuesta dialogar, aceptar las diferencias, escuchar con atención al otro, pensar con empatía las razones que nos plantea quien no comparte nuestras ideas. Estamos dando vueltas a cómo lograr rebatir un planeamiento contrario, cuando aún se nos está presentando la exposición.
Pensamos la mayor parte del tiempo en blanco y negro, cuando la vida está llena de matices, de claroscuros, de muy diversos sentimientos.
Nos cuesta aceptar la buena intención, el deseo del otro de realizar algo positivo. Creemos que algo hay siempre detrás, algún interés oculto, un amaño, una estratagema, un intento de medrar.
Nos puede el grito, el clamor, la subida del tono de voz por encima de quien sea, para que nos escuchen.
Hemos ido perdiendo, año tras año desde el final de la dictadura, en muchos ámbitos, la lucha social, a cambio del individualismo y el sálvese quien pueda.
Denigramos a las personas públicas, diciendo siempre, con suma sabiduría por nuestra parte, lo que deben hacer, pero sin querer implicarnos en ese cambio que tan necesario nos parece.
Cuando pensamos y nos felicitamos por ser tan responsables, porque vamos todos a una, ante una situación tan terriblemente complicada como la que estamos sufriendo todos, vuelven a aparecer los intereses partidistas, en todos los sentidos, en lugar de buscar el bien común, como lo hacen por ejemplo nuestros ejemplares vecinos de la península ibérica.
El esfuerzo empleado y el dolor acumulado, durante tanto tiempo, se puede diluir en dos días, si no somos responsables y solidarios, mirando un poco más allá de nuestro corto entendimiento.
Ya habrá tiempo de exigir responsabilidades, si las hubiere, cuando la nueva normalidad nos vaya acogiendo en su regazo y la vayamos construyendo entre todos.
Mientras, continuemos conociendo mejor a los vecinos que jamás habíamos saludado; mostrando con los aplausos nuestro agradecimiento a quienes han salvado nuestras vidas, o nos han ayudado a soportar el encierro con su canción, su humor, su arte, su poesía, su creatividad; a quienes nos atienden en los supermercados; a quienes siguen sembrando y recogiendo todo lo que llega a nuestra mesa; valorando la labor de tanta gente solidaria que se está partiendo el pecho por atender a la gente más vulnerable, que se está quedando en los márgenes de esta cruel crisis económica y social que está causando la pandemia; poniendo todo nuestro empeño, nuestro apoyo, nuestro dinero, para atender tantas necesidades como están surgiendo a nuestro alrededor…
El ruido estruendoso no aporta nada positivo, al contrario, solo puede ocasionar enfrentamientos innecesarios, reabriendo de nuevo las heridas que nunca han cicatrizado.
Cada uno tendrá que reflexionar primero y luego responder por su forma de actuar, si busca su propio interés particular o partidista, o si se ha ofrecido generosamente para el bienestar, el entendimiento, la reconciliación y el abrazo colectivo, que es lo que da el verdadero valor y la felicidad a la persona.