Místicos de ojos abiertos

Místicos de ojos abiertos
Místicos de ojos abiertos

«En el descubrir, en el “ver” a las personas a las que solemos excluir de nuestro campo visual cotidiano y que, por tanto, las más de las veces permanecen invisibles, empieza el vislumbre, la visibilidad de Dios entre nosotros… Es ahí donde encontraremos su huella» (Johann Baptist Metz).

En nuestros días, contra todo pragmatismo que nos pretendan imponer, necesitamos de la mística en la vida, pero de una mística especial: la que nos invita a mantenernos vigilantes, atentos, con los ojos abiertos. Por lo tanto, esta nueva mística no es la que se ausenta de la realidad, cerrando los ojos a la misma, sino todo lo contrario.

Con este sentido místico de la vida, con una conciencia planetaria, se nos invita a renovar y entrar en una nueva dinámica de relaciones, que transforme nuestra forma de mirar, de atender, de unirnos al Ser que todo lo habita y en el que todo adquiere su consistencia.

Cuando esta mística impregna a la persona, esta se transforma en un hombre, una mujer que se abre a nuevas realidades, renuncia a fronteras y partidismos, muestra en las relaciones con los demás una acogida permanente, contagiando una delicadeza espiritual por medio de su sonrisa, la empatía, la cercanía, la amabilidad, la comprensión, la solidaridad, la ternura y la capacidad de admiración y sorpresa ante cada nueva realidad que acontece a su alrededor.   

Por lo tanto, la experiencia mística no es propiedad exclusiva de una serie de personas privilegiadas, normalmente ligadas a la vida religiosa, que tienen raptos místicos que las trasladan al séptimo cielo. La mística de la que hablamos se puede dar y la pueden experimentar personas de cualquier religión, incluso agnósticos o ateos. Solo requiere abrirse sin vallas protectoras ante la trascendencia y la diafanidad de la vida, de las experiencias existenciales, de la belleza, la armonía o el dolor y el sufrimiento de tantos seres humanos a nuestro alrededor.

Por lo tanto esta experiencia nos conduce de modo inexcusable a la relación con los demás, desde un sentido más material y terrenal de la mística, que hace de lo cotidiano la epifanía del misterio de la existencia para nosotros hoy. R. Panikkar, en este sentido, dice que la mística hay que entenderla como «experiencia de la vida… o experiencia integral de la realidad». 

Por lo tanto, una persona mística no se puede desentender de lo que sucede a su alrededor. Al contrario, se encarna en los gozos, las esperanzas, los sufrimientos y las luchas de sus hermanos y hermanas, como una característica fundamental de su humanidad, la esencia de su ser humano en relación con los demás.

El místico es una persona espiritual, entendiendo la espiritualidad como «la vida con espíritu, la vida que respira, la vida alentada y empujada por el soplo, la brisa o el huracán… Es vivir en el Espíritu que habita en todos los seres, en el Espíritu que acompaña y consuela, que libera y da anchura, que nos hace prójimos y compasivos, nos hace capaces de paz y de armonía, nos enseña a mirar a todos los seres con atención, respeto, miramiento. Nos permite ver que todo es sagrado y admirarlo y cuidarlo» (José Arregi).

«La experiencia del misterio (en el místico de ojos abiertos) ocurre en el corazón de la realidad, en atención continua a las pequeñas señales de lo cotidiano, en un intento incesante por adentrarse cada vez más en su espesura» (Faustino Teixeira).

«Felices quienes, al contemplar el dolor o el sufrimiento, muestran su espiritualidad y su mística de vida mediante una actitud acogedora, fraternal y solidaria».

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