Profetas de justicia y fraternidad

«¿En dónde están los profetas que en otro tiempos nos dieron las esperanzas y fuerzas para andar, para andar…?» (Ricardo Cantalapiedra).

Tal cómo nos presentan las cosas la radio, la televisión o los periódicos, no se ven muchas salidas a la crisis económica y sistémica de nuestro mundo actual.
Nos preguntamos dónde están los grandes hombres y mujeres que pueden transformar esta situación, cambiar las estructuras, defender a los más débiles y desesperanzados.
Creemos que ya no hay profetas, pues los que han dejado huella han muerto ya o son demasiado mayores para seguir enfrentándose a las nuevas realidades: Vicente Ferrer, Munzihirwa, Teresa de Calcuta, Simone Weil, Helder Cámara, Etty Hillesum…
Estos pensamientos solo nos pueden servir para echar balones fuera, sin abrir los ojos para vislumbrar los nuevos profetas de nuestros días, eludiendo nuestra responsabilidad y nuestro compromiso para cambiar y mejorar la realidad.
Porque sigue habiendo grandes profetas, personas que en nuestros días siguen luchando por la paz, la justicia y la libertad desde lo concreto del mundo de hoy: Pedro Casaldáliga, el Papa Francisco, Joan Chittister, Jon Sobrino, Ivone Gebara, Leonardo Boff… y otras muchas personas, hombres y mujeres, sin tanto renombre, que siguen trabajando cada día con enorme ilusión, sin caer en el desánimo, en nuestro barrio, ciudad o país.
Ellos y ellas siguen denunciando cualquier injusticia que se cometa contra cualquier ser humano, en cualquier lugar en que se encuentre. Pero no solo denuncian, sino que, sobre todo, anuncian con sus propias vidas, su esfuerzo y compromiso, que las situaciones, desde las más nimias y cotidianas hasta las que se mueven por las alturas estructurales, pueden ser transformables, humanizables. Así aportan su granito de esperanza, tan necesario para seguir viviendo.
Existen en nuestro mundo demasiados voceros de calamidades. Por eso, los profetas verdaderos se distinguen de los falsos, en que son portavoces de buenas noticias, de ilusión y buen vivir (que es muy distinto a vivir bien).
Esto no quiere decir que sean unos ingenuos, al contrario, ellas y ellos abren sus ojos a la existencia concreta, para mostrar las causas y las consecuencias de las acciones sociales y políticas que atentan contra los más desfavorecidos del mundo. Son personas profundas, espirituales, con una gran mística de vida, que contemplan los signos de los tiempos, los reflexionan y los pasan por el filtro del corazón.
Es necesario que mostremos interés por conocer en profundidad a los profetas del pasado, que tanto nos han enseñado con su vida, su compromiso, su audacia, su simplicidad y apertura de mente a todo lo nuevo, pero también a los que nos siguen ofreciendo una nueva luz en nuestros días.
Reactualizando a unos y acompañando a los otros, tendremos que ir venciendo los recelos y obstáculos que encontremos en nuestro camino diario, para entregarnos de verdad a la misión que cada una/o nos sentimos ineludiblemente llamados.
No todos podemos llegar a las alturas humanas y espirituales de los grandes profetas de ayer y de hoy, pero sí que podemos vivir contemplativamente en el día a día, para comunicar esperanza, mediante la construcción junto a otras personas de otro mundo posible, más humano y digno, abierto a la trascendencia del ser humano, a los valores que nos lleven a crecer de día en día como hombres y mujeres nuevos.

«Felices quienes no se muestran como profetas, ni se lo creen, sino que sienten el deber de amar, denunciar y ofrecer esperanza a quienes se ven privados de ella».

(Espiritualidad para tiempos de crisis. E. Desclée)
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