Acude a su cita, puntual, vivificante, sigilosa,
leal a la llamada de la donación sin medida,
para dar a luz desde el misterio, impetuosa,
el brotar de la savia ascendente de la vida.
No ha podido retenerla ni la nube gris, ni el frío
de este invierno de olas, vientos y alaridos,
pues habitada en sus raíces por un caudaloso río,
aguardó paciente el anhelado florecer y su estallido.
Nos aguardan aún lluvias y granizos traicioneros,
que nos invitarán a abrigarnos ante la certeza
de la escarcha que asolará los frutos primeros.
Pero aquí está, fiel, jubilosa, exuberante, cumplidora,
revestida con el manto delicado y azul de la belleza,
como si fuera su vez primera, hermosa, tentadora.