El comienzo del fin

El comienzo del fin

Mira a través del cristal y le hiere la luminosidad azul del cielo, la variedad de colores de los árboles en este otoño de su vida, las risas y los gritos de los niños y las niñas al lanzarse desde el tobogán y, sobre todo, los besos, las miradas acariciadoras de una pareja abrazada en un banco del parque…

Baja la mirada y se tapa los oídos, para no ver ni escuchar la llamada que siente para bajar a pasear, a tomar el sol del mediodía. Algo que tiene terminantemente prohibido. Recuerda cuando aún reía y salía a tomar una cerveza con sus amigas…

Por eso las tinieblas empapan aún más de angustia su corazón. Se le ha ido adentrando el silencio sumiso ante la altivez, el menosprecio y las palabras humillantes. Ante las miradas de fuego, a la coacción de lo que un día saboreó con placer y hoy siente como un permanente abuso.

No sabe cómo pasó pero, en un rapto de locura, o de profunda lucidez, recordó el teléfono de su amiga íntima, a la que tenía prohibido ver o llamar, y marcó. No hubo disculpas ni lamentos, solo una súplica: “Ven, te necesito”. Y como contestación: “Estoy allí en 10 minutos”.

No hubo tampoco necesidad de más explicaciones. Sin tiempo que perder, recogieron lo imprescindible, bajaron las escaleras y salieron a la calle. En el parque, cruzando la calle, las niñas seguían riendo y columpiándose, los árboles mecían sus hojas de mil colores al compás del viento, la misma pareja que vio desde la ventana seguía besándose,  como si solo existieran ellos dos en el universo, y el cielo límpido y azul iluminó de pronto su mirada.

“Por fin. Vámonos de aquí. Hoy es el comienzo del fin de tu infierno”, le dijo su amiga.

Y ella, con los ojos bañados en lágrimas, la abrazó y solo pudo añadir: “Gracias. Sabía que estarías a mi lado cuando tuviera la fortaleza de pedírtelo”.

Metieron la pequeña maleta en el coche. Sintió una calidez inusual al sentarse en su interior. Se abrazaron de nuevo. Su amiga lo puso en marcha y aquella celda de castigo se fue alejando. No quiso mirar atrás. Eran las 13,15 en una tibia mañana de un 25 de noviembre.

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