La justicia y la paz se besan

La justicia y la paz se besan
La justicia y la paz se besan

«Puesto que no basta con contemplar la miseria y pedir ayuda, puesto que es necesario obtener justicia como condición de paz, que cada uno empiece examinando si está en paz con la justicia o si está cometiendo injusticias» (Hélder Cámara).

Dicen los medios que, a fecha de hoy y día a día, aumentan los problemas sociales, la delincuencia en las calles, la violencia contra las mujeres, el consumo y tráfico de drogas, la proliferación de actos fascistas, la violencia terrorista, las guerras interminables y un aumento cada vez mayor de los gastos militares, junto con la venta y tráfico de armamento... Y ante esta avalancha de sucesos que dificultan, oscurecen a impiden una vida y una cultura de paz, las personas se aíslan, se cierran, se protegen, buscan seguridad, un momento de paz entre tanto dolor y barbarie: «A mí dejadme tranquilo, ¡que nadie me moleste!, no quiero problemas, dejadme en paz. No quiero complicaciones de ningún tipo».

Sería la falsificación de la paz, pues lo que se desea es evitar los conflictos personales y sociales, la paz que va matando el interior de las personas, la paz de los muertos que todavía viven, la paz de los hombres y mujeres que delimitan los afectos, que van perdiendo poco a poco las pulsiones del corazón aunque, de vez en cuando, siente algún dolor, alguna ternura; la falta de deseos por transformar la propia vida, la vida de los demás, las situaciones que impiden la paz en la sociedad, en nuestro mundo: «Por dejar de comer yo, no van a comer los demás; por ir a una manifestación o firmar un escrito no voy a salvar a nadie; por compartir parte de mi sueldo no voy a sacar de la pobreza a tantos muertos de hambre; por participar en actos solidarios no voy a cambiar nada; si doy algo de dinero a una ONG para paliar los efectos de una catástrofe, se quedará en el bolsillo de alguno...».

Sería la paz de los que desean mantener a salvo el buen orden en la sociedad, la paz impuesta, pese a quien pese. «Con tal de que haya paz» se da un cheque en blanco para que hagan lo que deseen quienes tienen que mantener la paz; se mantienen situaciones injustas para evitar el conflicto; se calla ante hechos cotidianos y violentos para no romper una relación imposible; no se denuncian los malos tratos, por los hijos, por la seguridad económica, por ver si cambia... para que vivamos en paz, aunque sea una falsa paz, una paz imposible.

En cambio, para la verdadera paz hay que firmar un compromiso ineludible y personal con la verdad, para llegar a caminar por sendas de concordia, de diálogo, de sinceridad. Sabiendo y anunciando con la propia vida que la justicia y la paz van siempre e indisolublemente unidas.

Con el ejemplo de Jesús, Francisco de Asís, Gandhi, Martin Luther King, Helder Cámara, Berta Cáceres, Dorothy Day, Aung San Suu Kyi, Carmen Magallón, Rigoberta Menchú…   y de otros muchos profetas y profetisas de la paz, podremos vivir cada día la lucha no-violenta superando discordias, resolviendo enfrentamientos. Para ello hay que apartar del propio corazón las semillas del odio, de la ofensa, del miedo.  

La paz auténtica no evita los conflictos, sino que los enfrenta de otra manera, por eso deja a un lado la indiferencia, la tibieza, y se sumergen en el compromiso por la justicia, a costa muchas veces de persecuciones y sufrimientos.

Unidos siempre conseguiremos alcanzar mayores y mejores metas. Para ello, antes hay que valorar, reflexionar y optar en común por acciones para conseguir una paz basada en la sinceridad, la equidad, el entusiasmo, la esperanza y la solidaridad. 

«Felices quienes en su lucha por la paz, no abandonan la ternura, la cercanía, la intimidad, la atención personalizada, una mirada y una sonrisa plena de cariño».

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