A veces nos sorprende una llamada,
con nombre y apellidos,
incluso con labios y manos,
que nos rompe los esquemas,
que nos devuelve la sonrisa,
que nos invita a salir del silencio
y de la tranquila, tenaz monotonía.
Esa llamada que nos endulza la vida,
que nos limpia el cristal del horizonte,
que nos devuelve la esperanza,
es una necesidad para avivar el deseo
y dejarnos recorrer desnudos por su brisa.
Esa llamada, ese encuentro,
esa presencia, que nos descubre
las brasas que aún arden
en el corazón enamorado,
puede servir para agradecer
esa mano tendida,
para recuperar lo oculto y olvidado,
pero que nunca se había perdido.
Esa llamada es un toque de atención,
una cariñosa palmada en la espalda,
un empujón para avanzar, un primer paso
para recuperar el sueño y la alegría.
Para dejarnos inundar por su luz,
la luz de la llamada a la ternura,
aunque nos cueste el desgarro del corazón;
para parir, aún con dolor,
otro amor renovado,
que nos ilumine cada día…