Cuento de Navidad de ayer y de hoy
¡Feliz Navidad a todos los que leáis esta página!
He releído hoy un cuento de Navidad que escribí hace justamente 30 años. Me ha llamado la atención que, tratándose de ciertos problemas, las cosas hayan cambiado tan poco... Y os lo traigo aquí, por si os sirve:
El Niño Jesús – Cuento de Navidad
Érase un barrio nuevo de Madrid, en las pasadas Navidades. Érase una moderna autopista que dividía el barrio en dos partes. En una, se alineaban unos bloques de pisos blancos, de modernísima construcción, todos con sus antenas parabólicas. En la otra, había un conjunto de chabolas. Era la noche del 24 de diciembre. Por la calle no se veía a nadie, porque todos se disponían a cenar.
En casa de una de las familias de los pisos blancos, estaban a punto de cenar. La madre preparaba la vajilla. Junto a la mesa había tres niños agachados que rodeaban un belén.
-¡Mamá! –gritó Mari Carmen, la pequeña de la casa, que tenía siete años- ¡Mira qué bonito es el Niño Jesús! Lo hemos comprado esta mañana.
-Sí, hija, pero no me distraigas ahora. Estoy muy ocupada poniendo la mesa. ¿Por qué no le cantáis villancicos al Niño Jesús?
En ese momento sonó el timbre de la puerta. Los niños dejaron de cantar y la madre fue a abrir, con un gesto de malhumor:
-¡Vaya! ¿Quién será a estas horas? ¡Es que no le dejan a uno vivir en paz!
En el umbral de la puerta se dibujaba una pequeña silueta. Era Luis, un niño de once años, que la familia conocía de verle por la calle. Tenía la cara pálida a causa del frío, pues no llevaba apenas ropa, pese a que estaba cayendo una nevada bastante regular. Su mirada suplicante y triste no tenía nada que ver con la fiesta que esa noche se celebraba. No hace falta decir que Luis vivía en una de las chabolas del otro lado de la carretera.
-Buenas noches, señora –saludó con voz temblorosa.
-¿Se puede saber qué quieres a estas horas? –preguntó ella, con poca amabilidad.
-Es que… verá usted. Mi madre está muy enferma, y no tenemos nada para cenar esta noche. Mis hermanos pequeños están llorando y mi madre me ha dicho que viniera aquí, porque como ustedes son tan buenas personas…
-¡Claro! Como somos muy buenas personas te daríamos cena para todos ¿verdad? – le interrumpió la señora, cada vez con un tono más agrio.
-Sí, señora… -contestó el chico con mucha vergüenza.
Mientras oía esta conversación, Mari Carmen jugueteaba con la figura del Niño Jesús que tanto le gustaba. Su madre mientras decía:
-¿Y no le da vergüenza a tu madre molestar a las familias honradas, como nosotros? ¿Es que tu padre no se puede ganar la comida como hace todo el mundo?
-Señora, mi padre no está en casa esta noche. Esta mañana han venido unos guardias y… y se lo han llevado a la cárcel.
-¡Claro! Si ya sabíamos que era un golfo. ¡Así tenía que acabar!
-¡Mi padre no es un golfo! – gritó el chico- ¡Es mentira!.
-¡Ah! ¡Encima me vas a gritar? ¡Fuera de aquí! Sois una familia de ladrones… Tu padre igual que tu madre.
-¡No es verdad!
El niño bajó la cabeza. Su rostro reflejaba dolor, vergüenza y rabia a la vez. Cuando la volvió a levantar, la puerta se había cerrado ante él. Estuvo así uno segundos. Luego comenzó a bajar lentamente las escaleras.
Afuera seguía nevando y hacía mucho frío. Pero él casi no lo notaba. Pensaba en su madre enferma, en su padre, en sus hermanos… Iba a cruzar la carretera, pero no veía nada, pues tenía los ojos llenos de lágrimas.
Mientras, en el piso, la familia ya estaba cenando. La pequeña dijo:
-Mamá, creo que te has comportado mal con Luis.
-No pienses en eso, Mari Carmen. Son personas malas que además de todo lo que hacen vienen a molestar a la gente honrada. Tú, cena y no te preocupes.
La niña siguió cenando, pero no quedó muy convencida. En ese momento, se oyó en la calle un frenazo y un golpe seco. El padre comentó:
-Esos chalados… ¡Hasta en Nochebuena corren como locos!
Tras ese comentario la cena siguió con normalidad. Después comieron turrón, vieron la televisión… A la hora de acostarse, la niña fue a despedirse de “su” Niño Jesús. Pero lo que vio la hizo gritar:
-¡Mamá! ¡Papá! ¡El Niño Jesús no está…! ¡Y su cuna tiene manchas de sangre!
Todos rodearon el Belén. Lo que la niña había dicho era verdad, y no acertaban a comprender qué había ocurrido. Quizá lo habrían podido entender si se hubieran asomado a la terraza. Habrían podido ver que sobre la calzada yacía el cuerpo sin vida de un niño de 11 años, que se llamaba Luis. Había cruzado sin mirar y un coche lo había atropellado. Ese año, del nacimiento de Jesús a su muerte en el calvario habían transcurrido sólo unos segundos. Sí, porque cuentan los que le recogieron que, junto a su cuerpo, encontraron la figura de un Niño Jesús ensangrentada.
Pero dejemos de hablar de las chabolas, del Niño Jesús, de los pisos nuevos, de la autopista, de Luis, de Mari Carmen, porque todo esto no es nada más que un cuento, ¿verdad? ¿O quizás es algo más que un cuento de Navidad y todos los años el Niño Jesús muere en chicos como Luis…?
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Os dejo para terminar unas palabras de Don Bosco a sus chavales en una de las Navidades del Oratorio de Valdoco (Turín):
"En estas fiestas estemos alegres en hora buena; saltad, reíd, pero pensad también en el gran misterio que se está realizando. ¡Un Dios que se hace hombre!... Es preciso, no cabe duda, que nuestra alma sea algo muy grande cuando los Cielos y la tierra se conmuevan, y todo un Dios viene a hacerse niño precisamente por mí, debe decir cada uno de nosotros!" (Memorias Biográficas de San Juan Bosco, versión española, vol. X, p. 854)