¡Transfigúranos!
1) ¡SAL DE TU TIERRA!.- En la primera lectura escuchamos la orden que recibió Abraham, y cómo la obedece éste. A veces los cristianos actuales europeos vivimos insatisfechos por falta de “fórmula Abraham”. Demasiado instalados, demasiado en lo de siempre… Ya podemos quejarnos de persecuciones o secularismos, que haberlas a veces las hay, pero el 90% de nuestra “falta de sal” nos viene de no ser ya capaces de salir de nuestra tierra. Y el comienzo del evangelio de hoy encuentra a Jesús haciendo lo mismo que Abraham. Ha salido de su tierra y va camino de Jerusalén.
2) ¡ES MI HIJO, ESCUCHADLE!- Pedro, Santiago y Juan suben con Jesús a la montaña. Allí ven al Maestro hablar con Moisés y Elías, o sea, con La Ley y los Profetas… Y oyen la palabra decisiva: “Es mi Hijo. ¡Escuchadle!” En Jesús da un vuelco la Historia de la Salvación: en Él quedan superados la Ley y los Profetas. Son como aquella famosa escalera a la que aludía el filósofo Wittgenstein. Una vez que hemos subido por ella, hay que desecharla. Pero muchos se empeñan en anclarse a la seguridad de la Ley y de los antiguos Profetas en vez de escuchar al Resucitado, que viene a “hacerlo todo nuevo”… A todo esto, seguro que Pedro, Santiago y Juan se llenarán de alegría. ¿O no…?
3) AL OÍRLO, LOS DISCÍPULOS CAYERON DE BRUCES, LLENOS DE ESPANTO.- Pues no, se llenan de miedo. Saber quién es de verdad Jesús les asusta. Quizá porque son demasiado conscientes de lo que les puede llegar a pedir. Al leer esta frase año tras año en el segundo domingo de cuaresma, suelo acordarme de uno de los textos literarios que ha expresado mejor dichas sensaciones. Me refiero al relato de Dostoievski El Gran Inquisidor, que inserta como un paréntesis en una escena culminante de su gran novela Los Hermanos Karamazov, y que expresa ese MIEDO A JESÚS de los que decimos creer en Él.
En resumen, se nos cuenta que Jesucristo vuelve a la tierra en la Sevilla del siglo XVI, justamente al día siguiente de un gran auto de fe con quema de 100 herejes. Cura a un paralítico y resucita a una niña. Pero el anciano cardenal que ejerce de Gran Inquisidor lo encarcela, y de noche va a su celda a decirle lo siguiente:
“No tienes derecho a añadir ni una sola palabra a lo que ya dijiste. ¿Por qué has venido a molestarnos?… Bien sabes que tu venida es inoportuna. No quiero saber si eres Él o sólo su apariencia; sea quien seas, mañana te condenaré; perecerás en la hoguera como el peor de los herejes. Verás cómo ese mismo pueblo que esta tarde te besaba los pies, se apresura, a una señal mía, a echar leña al fuego. Quizá nada de esto te sorprenda... Tomamos la espada de César y, al hacerlo, rompimos contigo y nos unimos a Él.
¡Júzganos, si puedes y te atreves! No te temo. Yo también he estado en el desierto; yo también me he alimentado de langostas y raíces; yo también he bendecido la libertad que les diste a los hombres y he soñado con ser del número de los fuertes. Pero he renunciado a ese sueño, he renunciado a tu locura para sumarme al grupo de los que corrigen tu obra… Lo que te digo se realizará; nuestro imperio será un hecho. Y te repito que mañana, a una señal mía, verás a un rebaño sumiso echar leña a la hoguera donde te haré morir, por haber venido a perturbarnos. ¿Quién más digno que Tú de la hoguera? Mañana te quemaré”.
Al final, Dostoievski concluye así el relato:
El inquisidor calla. Espera unos instantes la respuesta del preso. Aquel silencio le turba. El preso le ha oído, sin dejar de mirarle a los ojos, con una mirada fija y dulce, decidido evidentemente a no contestar nada. El anciano hubiera querido oír de sus labios una palabra, aunque hubiera sido la más amarga, la más terrible. Y he aquí que el preso se le acerca en silencio y da un beso en sus labios exangües de nonagenario. ¡A eso se reduce su respuesta! El anciano se estremece, sus labios tiemblan; se dirige a la puerta, la abre y dice: “¡Vete y no vuelvas nunca..., nunca! Y le deja salir a las tinieblas de la ciudad”.
Nosotros hoy, ¿participamos del mismo miedo ante sus palabras y exigencias? ¿Nos protegemos de Él? ¿Cómo? ¿De qué trucos nos valemos para desactivar su mensaje…?
4) ÉXITO-FRACASO-GLORIA-MUERTE-RESURRECCIÓN.- La escena de la Transfiguración no se comprende fuera de la trayectoria vital completa de Jesús. A su éxito inicial en Galilea, le siguió un fracaso parcial de su propuesta del Reino. Después marcha a Jerusalén, en una subida que es una bajada hacia el abismo. Ahí se sitúa la escena de gloria de la Transfiguración, que anticipa su victoria final. Pero después toca bajar del Tabor y acercarse a la pasión en Jerusalén. Luego, sólo luego, vendrá la resurrección. Subida, bajada, subida, bajada… Como la vida misma. Así es nuestra vida, una sucesión de alegrías y esperanzas, triunfos y fracasos, muerte y resurrección... En medio de las mayores tragedias encontramos rayitos de esperanza, que anuncian la Resurrección final, pero sin ahorrarnos los malos tragos.
El evangelio de hoy nos invita a escuchar a Jesús en los momentos malos y en los buenos, y a seguir su camino pase lo que pase. Con frecuencia, no sabemos leer lo que nos va pasando porque estamos algo adormecidos. Como decía Oscar Wilde: “Vivir, lo que se dice vivir es algo que pocos hacen, La mayoría nos limitamos a existir”.
¡Señor, ayúdanos a escucharte y a aceptar lo que va viniendo en nuestra vida!
¡Ayúdanos a transfigurarnos!