Anglicanos que vuelven... III: El indulto a una misa condenada a muerte ®

(Cuatro minutos)


Por encima de los intentos de trivialización, la carta que un notable número de intelectuales envió a Pablo VI, en octubre de 1971, destaca mucho más de lo que parece. Para empezar, porque Indulto es título muy acertado ya que, según el Diccionario (RAE), un indulto es: "Perdón total o parcial de una pena o conmutación de la misma: El indulto le conmutó la pena de muerte por una condena a cadena perpetua." La Misa de San Pío V, la "nunca prohibida" pero condenada a la muerte del olvido, recibió de donde menos se esperaba, Inglaterra, un indulto de exilio.

Mientras la Misa tridentina se instalaba en Inglaterra sin extorsión ni saqueo, excepto prohibirle la publicidad, la del misal de 1962 nacía por el deseo de complacer a los enemigos de Cristo y desviar hacia ella la devoción milenaria, tradicional.

Piénsese en la audiencia concedida por Juan XXIII al historiador Jules Isaac que le pidió la eliminación de unos textos que molestaban a los judíos, cosa que aquel papa concedió con esa magnánima campechanía de los que dan de lo que no es suyo.

Uno se pregunta quiénes son los judíos para pedir modificaciones en una misa católica; quiénes para proponer cambios en los textos evangélicos, o para "enseñarnos" a leer la Biblia... (Sínodo en Roma, octubre de 2008) Porque, ni aun si a cambio ellos concedieran a los católicos la eliminación de los pasajes horribles que nos dedican en su Talmud, la diferencia es tan enorme que nunca habría compensación, siendo que nuestra liturgia reproduce la fe en una Nueva Alianza establecida por el mismo Dios hecho hombre, Jesucristo, mientras que sus escrituras sólo interesan, justamente, a ellos y a nosotros, por la promesa del Mesías. (Moisés Maimónides (1135–1204) Confesión de un israelita.)

El problema con los judíos estriba en que si les otorgamos el título de 'hermanos mayores en la fe', y no se sigue que acepten a Jesús de Nazaret como Dios encarnado y anunciado por los profetas, p. ej. Isaias, seremos nosotros los que traicionemos a Cristo, le instalaremos en el catálogo de personajes históricos tales que Sócrates o Akhenaton; y si, por el contrario, escogemos lo que debemos, esto es, amar al Verbo más que al mejor de los rabinos de Israel, se dirá de nosotros los cristianos que somos unos fanáticos imposibles. Vamos que, con sentido realista, mejor será dejar las cosas como Dios quiso que fueran, es decir, a Cristo como mayor que todos "los mayores".

Es evidente que las complacencias a los judíos, vestidos de víctimas indigentes, desemboca siempre en despojar a Jesús, consusbstancial con el Padre, de su divinidad. Cosecha agazapada de todos sus acercamientos a la Iglesia, aun los realizados por mensajeros inocentes. Pero el único acercamiento válido es que dejen todos sus tesoros - de orgullo, de dinero, de poder, de afición a la clandestinidad, de libertinajes - y se abracen con amor incontenible a la cruz de Cristo. Como el rico mercader que encuentra una perla de gran valor y lo vende todo para adquirirla. (Mt 13, 46) El apóstol y evangelista tocayo del "Papa Bueno" nos dice que "...todo espíritu que no confiese a Jesús, no es de Dios; es del Anticristo". (1 Jn 4, 3)

La Iglesia Enseñada, es decir todos nosotros“La Iglesia es el conjunto de bautizados regidos por Cristo, y su vicario el Papa” -, podemos poner en sospecha lo raro de estos favores. En particular, que se hagan por el sucesor de San Pedro a un pueblo que siempre se distinguió, primero, en no aceptar a Jesús como Dios encarnado, insultarle, a Él y a su Santísima Madre, escupir por ritual donde encuentren algo cristiano. Segundo, en perseguirnos a muerte desde antes del Gólgota. Tercero, en no convertirse aun si se lo pidiera un muerto que resucitase. (Lc 16, 31). Cuarto, por su amor a lo terreno e indiferencia al cielo, tan acordes con las palabras de Cristo: "Yo os conozco, no tenéis en vosotros el amor de Dios." (Jn 5, 42)

Un dato muy singular acompaña la rectificación concedida por Juan XXIII. Cuando “el Papa Bueno” dio audiencia, en 1960, a un grupo de más de 100 judíos americanos, les sorprendió saludándoles con estas palabras: ”Yo soy José, vuestro hermano menor”. (cfr. The International Raoul Wallenberg Foundatión.) Miedo da sacar analogías entre el Giuseppe Roncalli supremo jefe de la Iglesia y el José, hijo de Jacob. Ya saben, el que ganó la confianza del Faraón y aupó a sus hermanos en el entramado legal, religioso y económico del Estado Egipcio. (Gen 45, 4)


“Yo soy José vuestro hermano" en el Papa Rosacruz (cfr. Pier Carpi, Le profezie di papa Giovanni, Roma, 1976) no es una salutación de cortesía. Salida de sus labios y para aquellos visitantes tiene mucho calado. Frase digna de grabarse a fuego: “Yo soy José, vuestro hermano." Y, además, "menor". Ahora entendemos ese reforzado afán, desde entonces, por llamar hermanos mayores a los judíos, de tal modo que Cristo y su Nueva Alianza les queden subordinados.

Hasta que se publicó el proprio "Summorum pontificum" Inglaterra era el único lugar donde se decía la misa de Trento con el permiso del Papa, Pablo VI. Hoy ya se dicen esas misas por buen número de prelados y viejos sacerdotes, a los cuales podemos sumar como también permitidas por el papa las miles de misas que dicen los sacerdotes de la Fraternidad de San Pío X, la fundación del Arzobispo Mons. Lefebvre, en todos los lugares del mundo donde tienen prioratos. Por cierto, sacerdotes que en el principio del Canon - Te igitur - rezan: “...juntamente con tu siervo nuestro Papa Benedicto” y con el ordinario del lugar. Éste, en Madrid, no otro que “...nuestro obispo Antonio María."

Todavía surgen otras preguntas. ¿Por qué el "proprio" de Benedicto XVI no se refiere a la Misa codificada por San Pío V? ¿Por qué ese afán de que haya de ser el Rito Extraordinario que rectificara Juan XXIII por su miramiento con los judíos? Creo que por varias razones, poco pastorales y en mucho políticas. Una, muy principal, darle al Papa Roncalli, "el Bueno” (¿Los anteriores eran los malos?) un memorial a sus servicios. Y, por supuesto, eliminar la queja de la Iglesia a los que se resisten a creer en Jesucristo, Señor y Salvador, que eso es lo que significa el adjetivo "pérfidos". (Pérfido: “...traidor, que falta a la fe que debe.”) Reproche justificado en los falsos conversos que se decían católicos pero judaizaban. Nada más normal, por tanto, que incluirlo en un libro de oraciones y rogativas de los católicos, como lo es el misal.

Otra razón es, evidentemente, que con el misal de 1962 se sanciona el Concilio Vaticano II. Y si a su iniciador se le beatifica, un más a más a favor del magno evento. Parece que la jerarquía no conozca ya otra religión que la fracasada en sus cuentas, en sus seminarios y en un catecismo, que, este último, baila la “yenka” - "izquierda, derecha, delante, detrás" - entre la complacencia con el modernismo liberal y la fidelidad a la tradición.

En todo caso, me atrevo a opinar, a un católico no le afectará que la misa de Rito Extraordinario sea la corregida por Juan XXIII; si, por las causas que sean, así lo propone el Papa. Con tal de que sus rúbricas se respeten, su celebración será un paso de gigante hacia la restauración de toda la Iglesia en Cristo.

Excepción hecha de que las demandas judías sean una cadena interminable, no para que todos ellos se hagan cristianos, como lo quisieron y predijeron los Apóstoles y los Santos Padres, sino porque todos acabemos siendo judíos... Peregrina interpretación del amor a los enemigos que, hasta hoy, era convertirles a Cristo y, nunca, darles entrada en su aprisco. Con lo cual, para Juan XXIII y sus sucesores qué raro éxito pastoral de un concilio idem de idem.

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Ilustraciones: Arriba, Juan XXIII.
Siguiente, Jules Isaac.
Siguiente, ilustración que muestra a José, el egipcio, recibiendo a sus hermanos.
Abajo, esquela de una logia masónica mexicana agradeciendo a Juan XXIII los servicios a sus ideales.

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