Incidente eucarístico en Sevilla ©
Se celebraban tres primeras comuniones. Los primeros bancos estaban reservados para las familias y los niños ya esperaban en su destacado sitial a que llegara el sacerdote. La nave se llenó de público que en su mayoría entraba para cumplir el precepto.
La celebración fue del misal del Rito Ordinario, olmo que por más que se quiera no puede dar peras. La homilía el sacerdote la dedicó a los niños y a destacar el significado del acontecimiento. Nos gustó mucho. No se “olvidó” más tarde repetir las promesas del Bautismo y la renuncia “a Satanás y a sus obras”. Llegada la consagración, la mayoría de los asistentes nos arrodillamos aunque ello nos impidiera contemplar a Aquél que se nos mostraba en la elevación, a causa de los que se mantuvieron de pie. Problema propio de la anarquía de estas misas de las que a nadie se enseña modos de asistencia.
Los niños comulgaron con las dos especies. La Hostia, cuerpo de Cristo, el celebrante la administró directamente en la boca. Después, el resto de comulgantes formamos dos filas hacia los dos sacerdotes que nos ofrecían la comunión. No se recurrió a seglares para tal quehacer. Se recibía mucho más en la boca que en la mano, al menos comparado con Madrid...
De pronto, el celebrante se vuelve al altar, deja el copón y corre por la nave hasta la salida. Los fieles, estupefactos, miramos cómo se acerca a unos turistas y les quita de la mano la Sagrada Hostia que se llevaban como souvenir.
Esta anécdota me da materia para este post.
La comunión, en la boca... En la Historia de la Iglesia, de Fernando Mourret, se lee que antiguamente, en los escasos días en que se comulgaba, la comunión se repartía en la mano. Hasta que se pasó a ponerla en la boca y preservarla de caídas al suelo, manos sucias y sacrilegios. Hoy, que queríamos con la misa nueva acercarnos a los protestantes copiando de sus oficios, donde “el pan es solamente pan”, nada debe extrañarnos el desbarajuste generado. Los teólogos y prelados del postconcilio pastoral nos vendieron en “una cesta el agua y la nieve en una hoguera”.
Hasta que nuestros obispos se ocupen de rescatar un culto católico no sé yo si tendremos que ir a Roma, o a Londres, para oír una misa digna. En Londres, beneficiados por el Indulto Agatha Christie, en la iglesia de San Felipe Neri, sede que fue de Santo Tomás Moro, cada domingo podemos oír misas del Misal de Trento, y las nuevas, de Pablo VI, pero en latín. Dos sacerdotes bastan allí para repartir la comunión a lo largo de la barandilla eucarística. Y en pocos minutos comulga, de rodillas, un volumen de gente que cabría en San Francisco, el Grande, de Madrid. Con orden y rapidez. Sin diseminarse por el templo entre los fieles, de pie y a empujones, de modo que al cura — o a un seglar “ministro de la comunión”, hombre o mujer — frecuentemente se le caiga al suelo alguna sagrada forma que recoge y sigue repartiendo.
Me pregunto si estos maestresalas - si fueran sacerdotes lo evitarían - pensarán que ese suelo fue pisado por miles de zapatos que trajeron de la calle lo que sólo los perros saben.
...y de rodillas. Podemos preguntarnos: ¿Qué signo más claro de devoción ante la infinita majestad, que el doblar la rodilla? ¿Cómo hemos de leer que "en el nombre de Jesús se doble toda rodilla en los cielos, en la tierra y en los infiernos"? (Fil 10, 2) ¿Puede creerse que la "suma adoración" (CIC c. 898) se ofrece igual manteniéndonos de pie? ¿Delante de Dios? Quizá los Evangelios enseñen algo sobre esto. Por ejemplo: «Y el fariseo, de pie, decía en su interior [...] no soy como los demás [...] En cambio el publicano ni se atrevía a levantar los ojos...» (Lc 18, 10 y ss).
Hemos oído decir que lo de arrodillarse fue en su tiempo una reacción más contra la herejía luterana. Déjenme citar dos testimonios históricos importantes y curiosos en favor de que la adoración es tradición muy anterior a Trento.
UNO.- Cuando en el año 1532 las clarisas de Chambéry, Francia, reparaban la Sábana Santa, dañada en un incendio, lo hacían con agujas de oro, en una sala grande y soleada, arrodilladas y manteniendo encendida una vela que les excitaba el recuerdo vivo del Señor. Y esto no porque fuese el mismo Cristo eucarístico sino porque sabían que aquella prenda había envuelto su cuerpo.
“Animales brutos" es calificativo muy aplicable al ser racional dotado con alma inmortal, que aun diciendo creer en Dios le ignora o, peor aún, se le pretende igualar. No esquiven ustedes el revelador maridaje, salvados los siglos, por el que la degeneración del culto – como animales brutos – procrea inevitablemente la corrupción de la sociedad.
Esto sea entendido aparte de que volver a dar la comunión en la boca evitaría los disgustos del vicario parroquial de la Capilla del Sagrario, en la catedral de Sevilla. Termino, pues, felicitándoles a ellos dos, y al obispo, por su celo. Gracias.
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