JUDAS y sus paradojas ©
Parece que Judas es para algunos el protagonista más acreditado de la Semana Santa cristiana. De nuevo nos visita, ahora con una pieza teatral: Los últimos días de Judas Iscariote, de Stephen Adly Guirgis que nos justifica su obra con esta reflexión: "Cuando era niño, la historia de Judas fue causa de aflicción. No tenía sentido para mí, me asustaba, y parecía ir en contra de la noción de un Dios todo amor y todo misericordia."
Si bien este autor teatral y guionista, hijo de irlandesa y egipcio, está avalado por enormes éxitos, debo subrayar mi extrañeza ante el repetido e intensificado empeño de autores supuestamente no creyentes para que los católicos pensemos compasivos en la atormentada figura de Judas. A ser posible, con publicidad gratuita para sus obras al coincidir su comercialización con fechas en que la Iglesia se arma de amor al "varón de dolores": Cristo triturado pero triunfante en el plan de Dios por cuanto Señor y Redentor de quienes crean en Él.
Por eso son espontáneas las comparaciones desventajosas entre La Pasión, de Mel Gibson, y los numerosos ensayos seudo-hermenéuticos de la peor figura de los Evangelios. Exceptuando, por mi escasa cultura, la obra de Diego Fabbri, Proceso a Jesús y el film inolvidable - y no sé si recuperable - El Judas, de Ignacio F. Iquino. Dicho sea sin mermarle a Adly Guirgis la calidad teatral y la originalidad de planteamiento que nos regala.
El caso es que, de nuevo, y con envoltura más subliminal, se nos proponen supuestas excelencias del Iscariote, hasta ahora aviesamente repudiado por la intolerante Iglesia. No hace mucho se afirmó que Judas cumplió el plan de Dios para nuestra redención con tanto mérito como el mismo Jesús. Que el tenido por traidor fue la gran víctima de la historia de la salvación. De tal modo que Judas se ahorcó desesperado en su traición mientras que Jesús, pasados los tormentos de la pasión dejó todo consumado y resucitó glorioso.
Estas ideas siempre se hacen sitio cuando la erudición sin criterio y las cátedras vendidas nos intoxican con la duda perpetua. Por tanto, y una vez más, repasemos las caras ocultas de estas seudo novedades que ya Juliano, el Apóstata, gustó ensayar fracasando estrepitosamente.
Primera.- Lo revolucionario de regalar la victoria al perdedor, es decir, que el paganismo emanado del Olimpo y de la Naturaleza se imponga sobre la religión enseñada por Dios. Porque revolucionario es eso, que lo que está arriba pase a estar debajo, o viceversa; que al mal llamemos bien; que el santo sea excomulgado y el hipócrita santificado. Que mi nombre sea exaltado y no el del Padre que está en los cielos; que se implante el reino que nos gusta y no el suyo; que se haga solamente nuestra voluntad. La Revolución es todo al revés: que los reyes no reinen, que la moral no se subordine a los Mandamientos, que la Justicia se negocie y no se administre. Que el sol salga por otro sitio según marque la mayoría de votos.
Segunda.- Un victimismo triunfante. Caín, maldito pero intocable, errante con su culpa, más puro que el asesinado Abel. Y esto nos lleva a creer que los que sufren castigo por sus errores o por su deliberada maldad deben merecer de nosotros más simpatía que los damnificados por sus crímenes.
Tercera.- Por más que la Iglesia se resista, predicar e impulsar el liberacionismo comunista, tal como fue el afán del celota Judas.
Cuarta.- Y una vez Judas rehabilitado, por qué no también tantos otros “injustamente tenidos por herejes”. Así hoy la envenenada piedad de pedir perdón por los "miles y miles, millones y millones" de crímenes cometidos por la Inquisición, obra santa de la Iglesia. No sólo esto, sino también adoptar criterios judíos en la interpretación de las Escrituras... con lo cual negamos que Cristo fuese Dios fuente suprema de enseñanza. Recientemente peregriné a Jerusalén y vi judíos que pasaban cerca de nuestro grupo colocándose la mano en la cara para no ver al sacerdote católico que nos guiaba, en ostentoso desprecio a lo que representa. (¡Cuánto más no serán despreciados esos otros curas que ocultan su signo! Mucho más los purpurados que adoptan las herejías y se venden a sus prebendas. Y no por ese judío de Jerusalén, que no importa, sino por Dios que sí importa.)
Quinta.- Finalmente, fatalmente, se llega al objetivo de que Jesucristo no es Dios.
Subrayemos ahora el absurdo de pretender, al menos tácitamente, que de Judas dependiera el plan divino de salvación. Qué necesidad tendrían Dios Padre y Jesús, su Unigénito y consubstancial, Segunda Persona trinitaria, de que el Sacrificio Redentor se realizara con la “colaboración” de Judas. De golpe al traidor y envidioso le dignificamos más que a la misma Virgen Santísima.
Las cosas tienen otra cara.
Judas es persona muy interesante para estos tiempos de movimientos de masas. Para el Judas de los Evangelios había llegado a su colmo el fracaso de las esperanzas revolucionarias que él sustentaba en la popularidad de Jesús.
El falso seguidor de Jesús, el que en palabras de San Juan «estaba con nosotros pero no era de los nuestros» (1 Jn 2, 19), pasó su tiempo en perpetua malquerencia con los objetivos del Maestro. En este sucio sentimiento, hoy seguido por sus discípulos, Judas fue el primero que se le insolentó dándole lecciones de redención social y, sobre todo, murmurando contra su autoridad.
En aquel primer Jueves Santo también fue Judas uno de los candidatos al sacerdocio (Mt 10, 2) pero se prefirió a sí mismo y sus ambiciones políticas. (cf Jn 13, 27). (Aunque, todo hay que decirlo, tuvo la honradez de salirse de la Iglesia, que hoy lo más común es continuar en ella.)
Se ofreció al Sanedrín y convino en señalarles a Jesús con un beso en la oscuridad del huerto. Beso “jurídicamente” necesario para su recompensa. Y con ello se auto-excomulgó. El plan de Jesús era salvar el destino eterno del hombre universal, personal, en nada parecido a la insurrección de masas que perseguía el celota. Además de que bien sabemos por quien mejor le conocía que Judas «era ladrón y robaba de la bolsa.». (cf Jn 12, 6). Es interesante el paralelismo con la actual clase política y sus muestras de corrupción... por el pueblo y para el pueblo.
Muy propia su conducta ante el homenaje de la Magdalena. Judas se significó allí como el primer secularizador de la Iglesia: A qué tanta sacralización (de rodillas y a sus pies) y esos honores (con perfumes carísimos) cuando hay tantos pobres a los que socorrer..." (cf Jn 12, 1-5)
De todo lo cual surgen las más tristes paradojas.
Pudo ser uno más entre los Apóstoles, pero se quedó en modelo de traidores. Pudo santificarse al lado del Autor de la vida siguiéndole en su portentosa actividad (Hch 10, 38), pero sólo amamantó resentimientos.
Pudo ser mártir como todos sus compañeros, pero eligió la vía contraria del suicidio.
Tuvo a mano servir en la obediencia y en la humildad pero escogió el personalismo de la demagogia. Pudo captar almas para Dios, colocándole como el destino cierto de nuestra existencia, pero prefirió el odio en su anticipada versión de "proletarios del mundo uníos". Fue llamado a ser apóstol del Evangelio, pero terminó de sicario del Sanedrín.
Y, para final, el que condenó el derroche en perfumes aceptó treinta monedas como precio del amigo traicionado. Siempe es lo mismo.
El engaño es que, evidentemente y como San Juan subraya, a Judas nunca le movió la opción preferencial por los pobres sino instrumentarlos para su deseado liderazgo. Por ceguera revanchista no pudo entusiasmarle el reino de los cielos que le mostraba Jesús, "qué tonterías eran esas", ni "pecó" con la fe atolondrada de la madre de los Zebedeo que pedía puestos relevantes para sus hijos en el reino de Dios. Ni su taimada condición le permitió los arranques apasionados de Pedro, para quien Jesús era el Hijo de Dios vivo.
Así podemos ver un Judas y el Humanismo, para asfixia de la caridad teologal; un Judas y el Socialismo, en su más genuina propuesta de que la religión es el opio del pueblo; un Judas sembrador de discordias y no el agradecido por la dimensión infinita que Cristo nos descubrió.
Es Judas, quiero decir lo que en Judas tomó su voluntad, el que insuflaba odios a su pueblo; el primero que no entendió que la justicia que Cristo aplicaba era “Su" justicia, la de Dios, no la nuestra. La justicia de darle al Creador lo que es suyo y no la de hacerle reclamaciones. Judas es la solidaridad volátil, en abstracto, en lugar del cuidado de almas, “la cura” paciente una por una, que es lo que levanta una civilización.
Así, también, tenemos a Judas y el pueblo colectividad - ¿Pueblo de Dios? -, en lugar del hombre individuo, singular e irrepetible hijo de Dios; a Judas y la tacañería de corazón del tránsfuga, frente a la promesa de inmensidad del ciento por uno "aquí en la tierra y después la vida eterna"; a Judas rey de la subversión, la doblez y la clandestinidad...
Bien acertó San Juan al decir que en él se había metido Satanás (Jn 13, 27), pues toda su figura es el negativo de los Apóstoles, la pura negación diabólica, la escritura del revés.
¡Qué interesante personaje Judas Iscariote! Prototipo de todos los que han venido a “mejorar” (Jn 6, 70) una Iglesia que hasta ellos, tras veinte siglos de santos y doctores sin par, se diría que no supo servir al hombre. Estos y Judas, o Judas con ellos, son el misterio de iniquidad que infecta con sus paradojas toda la historia de la Iglesia.
¿Adónde nos llevará Judas? Sólo Dios lo sabe.
-- -- ---
Los textos de este blog son originales. Están protegidos por copyright del autor. En cualquier reproducción citen, por favor, la fuente. Los comentarios son libres pero sus remitentes deben abstenerse, por elemental educación, de palabras malsonantes, insultos y ofensas a terceros. Recuerden que el apodo o nickname no es un escape para el anonimato de los malos modos. Por favor, procuren ceñirse a los asuntos tratados en cada artículo.
El blogger se reserva el derecho de admisión y moderación.