Leer un libro. ©
. . . . Eran ya las seis de la tarde y los que en casa alargábamos aquella sobremesa nos preguntamos sobre qué películas nos llevaríamos a la soledad de una isla en el fin del mundo. Y he aquí que uno de mis hijos, gran aficionado al cine, me sorprendió con esta respuesta: “Creo que para retirarse al fin del mundo no hay nada mejor que un buen libro.” El hermano más pequeño le corrigió: “Pues yo opino que hay cosas aún mucho mejores que un buen libro: dos buenos libros.”
El viernes anterior a aquella divertida y a la vez seria sobremesa familiar me había paseado, sin prisas y sin reloj, ante el interminable escaparate de la Feria del Libro. Un autor amigo me había dedicado una novela y comentado, también, que las ventas seguían muy perezosas. Tanto entonces como después en casa volví a preguntarme si no seremos una familia de bichos raros por esta afición a la lectura. Me temo que sí, que algo raros somos. Y si digo que lo temo es porque creo que no gustar de los libros es enorme desgracia para un pueblo. En compensación también diré que esta desgracia -social, nacional, universal- cada cual podremos superarla si aprendemos a leer mejor. Porque hay un analfabetismo que no consiste en no saber leer sino, y éste mucho peor y más extenso, el de carecer de curiosidad, el de leer sin compromiso o como el que mira llover.
Es el analfabetismo de no absorber y hacer propia, si cabe, la riqueza que transmiten sus escritores, me refiero a los que fueron donantes de activos riquísimos para esta nuestra civilización heredada gratis y aún vigente. El de los que trafican con la antigüedad de una obra sin saber por qué es tan valiosa, o de los que guardan en una vitrina blindada la belleza de unos lomos por el valor de su subasta, sin imaginarse quiénes lo leerían en su tiempo, sin interesarse de por qué su texto mereció encuadernación tan preciada. Muy a menudo si interesarse en la personalidad de sus autores.
Sin precio ni tasa guardo libros que me dedicaron autores santos o sabios con cuya amistad me formé, o con cuya lectura me enriquecí. Y aquí es donde este artículo toma cuerpo para levantar mi voz en favor del disfrute lento y pausado de “un buen libro”. Mi propuesta se extiende desde el ensayo al cuento, del documental al libelo, de la divulgación científica hasta el drama y la comedia y el ensayo filosófico... pues que todos los géneros pueden transmitir una enseñanza si sentimos su hambre para verla. Incluida, cómo iba a faltar, esa novela que nos abstrae hasta del sueño.
Preguntémonos cuántos datos históricos, biografías ejemplares o de escarmiento en cabeza ajena; cuántas muestras de amor, virtud y degradación, maldad y pasión, altruismo y miseria, aventura, viajes, filosofía y misterio; cuántas vivencias desbordando nuestros límites con interrogantes y respuestas que habremos dejado perder entre los miles de páginas de una estantería. Cuánta diversidad de opiniones nos merecieron de un pensamiento original o del detalle que las complementaban, o la argumentación que las refutaban. Si fueron acotaciones de juventud, qué agradable sorpresa reencontrarlas... Los libros no nos dan término medio entre la gratitud y el olvido.
Marcar sus textos
Muchas veces nos habremos dicho: "A este autor hay que leerlo entre líneas." Pues bien, así es. Inclusive el poder hablar con él, también entre líneas. Y es esto justamente lo que hace importante la lectura. En verdad que no poseemos un libro cuando lo compramos sino cuando lo hemos convertido en prolongación de nosotros mismos. Y esto supone ciertos hábitos, entre los más seguros marcarlo, hacerlo disponible allí donde su texto nos impactó. Se da por entendido que no con libros ajenos o de valor especulativo sino con esos de casa, de familia, que justamente serán rica y personal herencia para nuestros descendientes.
Marcar los libros sólo molesta a los libreros de viejo, pero aun así marcarlos enriquecen al que lee y descubre las huellas del interés de sus anteriores dueños. A mi me ocurre con frecuencia. Marcar los libros no es maltratarlos. Porque el libro no es lo que importa sino el texto que contiene. Los vasos son para saciar la sed de agua, para beber el vino, para tomar la medicina... El libro maltratado sólo lo es aquél cuyo contenido importa menos que su lomo.
Mortimer J. Adler fue un filósofo y jurista en la Universidad de Chicago, fallecido en 2001 a los 99 años. Reunió, leyó y analizó los principales libros de la Humanidad, no recuerdo si más de cuatrocientos, y predicó la lectura estudiosa de las obras más escogidas puesto que, «si bien hay muchos libros que pueden leerse con cierta laxitud sin que perdamos nada [...] otros en cambio son ricos en ideas y belleza [...] que suscitan y tratan de resolver grandes cuestiones y problemas fundamentales [razón por la cual] requieren la lectura más activa de que uno sea capaz.» Dicha lectura, según el citado, sólo puede hacerse «con la atención muy despierta». Y en el Prof. Adler tan despierta fue que se convirtió al catolicismo, como él nos lo confesó, por leer a Aristóteles, a San Agustín y a Santo Tomás de Aquino.
Acotar un libro es sencillamente señalar hallazgos valiosos, o localizar en sus páginas nuestras diferencias o acuerdos con el autor.
Es casi imposible que leer un libro no comporte una conversación secreta, inclusive una discusión, con su autor. Lo normal será que él conozca mejor que nosotros el asunto de que trata - personaje, historia, ciencia-, pero ello no nos vuelve síseñores. Incluso reconociendo nuestra inferioridad tendremos siempre el derecho de preguntar al maestro que nos habla en las páginas. Lo cual implica, de modo espontáneo, anotar la pregunta al margen del texto escogido, o en un papel aparte. Yo, ahora, utilizo mucho el post-it cuando lo que me interesa comentar no me cabría en los márgenes. Quizás pasado el tiempo me responda alguno de mis herederos...
Tener de invitados a los grandes nombres de la literatura y las ciencias en una reunión de amigos, o de ayuda en un estudio personal, se cumple cuando al venir a la memoria una frase, párrafo o idea de cualquiera de ellos sabemos que nos esperan entre las hojas de un libro ya leído. Si hemos marcado los mojones de nuestra búsqueda es muy fácil acudir a ellos y preguntarles. En ese momento el personaje o su autor “salen del libro” y participan en nuestra tertulia.
Los franceses dicen que el arte es la huella que quedará de nuestro paso por el tiempo. Y yo lo firmaría. Pero no creo que el Escriba Sentado nos hable tanto del Egipto como la lectura de sus jeroglíficos.
¿A quién no le gustaría reunirse en amigable cenáculo con atrayentes personajes? Loco estaré de pretender clasificarlos pero algunos merecen no ser olvidados. Aunque solosea por agradecimiento. Así, César, Escipión y Marco Aurelio; o Platón, Herodoto y Jenofonte; o Bernard Shaw, Shakespeare y Calderón; o Coloma, Donoso Cortés, Santa Teresa y San Agustín; o Durrell, Stevenson y Somerset Maugham acompañados, por qué no, de Pérez Galdós y Baroja. Mejor lo dejo aquí pues ni soy tan leído ni de mi experiencia pretendo hacer guía para nadie.
Cómo colocaremos esos mojones, o guías, depende de cada cual.
Por si acaso es útil daré aquí mi orientación. Hay muchas maneras de marcar un libro. Les propondré las que usa el profesor de Chicago arriba citado (en cursiva) complementadas con las de mi propia experiencia:
1.- Subrayando los puntos capitales, las manifestaciones importantes o categóricas.
2.- Trazando líneas verticales al margen para dar énfasis a manifestaciones ya subrayadas.
3.- Usando sin exceso aspas, asteriscos y otros signos convencionales para llamar la atención sobre las conclusiones más importantes del libro. Dóblese el ángulo inferior de las paginas donde se hayan hecho estas marcas, lo que facilitará más tarde una revisión rápida. (Hoy estas dobleces se evitan con los señaladores post-it).
4.- Señalar con la misma marca los puntos del desarrollo de un argumento.
5.- Poniendo el número de otras páginas en los márgenes para relacionarlas con aquellas manifestaciones que tengan conexión con el punto objeto de la marca.
6.- Rodeando con una línea las palabras y frases clave.
7.- Escribiendo al margen o en cabeza la definición del tema que nos ha impactado; la reducción de un asunto complicado a una conclusión concreta.
A estas siete fórmulas añadiré alguna otra pensada para aquellos libros que son "todo jamón". La tomé de la Biblia de cuyo texto completo sabemos que está codificado en versículos. De ahí el numerar todos los párrafos de uno o de varios capítulos, cuando no todo el libro. Algo que sólo he aplicado a Teología y Sensatez, de Frank J. Sheed y a El Criterio, de Jaime Balmes.
No hay duda de que si en un libro marcamos nuestras impresiones, calificaciones y destaques de sus partes importantes lo leeremos con mucha lentitud. Rumiaremos en doble repaso lo que hemos leído, encontrando ideas escondidas y conclusiones que aplicar a nuestra vida. Lo que es el gran motivo y el gran beneficio de leer, en contradicción con las supuestas ventajas de la lectura rápida.
Ya que la cito diré algo sobre la lectura rápida. En estos tiempos de Internet y sus enormes, prodigiosas ventajas de comunicación y edición, parece que la lectura rápida es la recomendación más razonable. Pero yo opino en contrario. La lectura rápida nos lleva a que en los diez minutos siguientes apenas recordemos nada de lo leído. En ella se ofrece a personas escasas de tiempo una técnica para enterarse de asuntos secundarios, actualidades seleccionadas, resúmenes de asuntos ya conocidos. Pero, igual que no podemos comer todo el banquete de un congreso a riesgo de reventar, tampoco pretenderemos leer todo lo que de la red de Internet podamos recibir. Su enorme producción nos obliga a abstraernos en su montaña de ofertas, a menudo superficiales y arriesgadas. En contraste, aprovecharemos el tiempo en el examen de las comas y los acentos de ese contrato en que tanto está en juego, o en aquella carta que aún nos acelera el corazón.
Sean, por tanto, Internet y la lectura rápida bien apartados en su debido lugar, para detenernos reposadamente en esos "buenos libros" que ensanchan nuestro horizonte y dejan huellas felices, valiosas e imborrables en el alma y en el intelecto...
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Se ha publicado el libro: "Mis pliegos de cordel" en que se reúnen algunos de los posts más visitados en este blog. El dicho libro se vende en las librerías de El Corte Inglés además de en La Casa del Libro, Amazon y otros portales de compra on-line.
Entrevista con el autor a propósito de su lanzamiento.