NEWMAN - II - La campaña del “Lobby Gay”
Aparte de la santidad del Cardenal Newman, creo debe sernos indiferente que alguien tenga uno o todos los vicios que San Pablo asegura nos privarán del reino de los cielos. (1 Co 6, 9-10) Porque no es el problema los vicios sino la disposición del alma, la capacidad de responder a Dios y que nuestro deseo de Él sobrepase nuestras peores aficiones. Muchos de los que arrastran al tobillo esa bola de la homosexualidad quieren quitársela sin mérito, bien dando por hecho que todos vivimos en 'el armario', bien asegurando que estar enfermos es de lo más saludable. Y no digamos de los eternos cátaros, los poseídos de un afán perfeccionista vacío de abnegación, según los cuales Dios debe estar más solo que la una.
Si los pecados de una vida valieran más que el amor que Dios nos llegue a inspirar en algún momento de esta vida ¿de qué valdría la promesa del mismo Cristo a un ladrón que le amó en su último minuto crucificado a su lado? Vean, si no, a San Agustín, prototipo de gran pecador y hereje, a la vez que santo venerable y penitente seductor, tanto como doctor máximo de la Iglesia. Pensemos para nuestro consuelo que, en verdad, verdad de la buena, el cielo está lleno de "pecadores".
Lo arriba dicho no es para suponer, y rotundamente niego tal intención, que Newman fuera homosexual. Estoy diciendo que todo pecador que se auto-educa y se convierte al amor a Dios, es merecedor de su gloria en el grado que Dios conozca. Real manera por Él enseñada para “ser perfectos como el Padre celestial lo es”. Y, ahora, sigamos.
Lo que por sus coetáneos se conoce del Cardenal Newman.
En su autobiografía, titulada en latín: Apologia Pro Vita Sua, (1864) nos expone la condición religiosa de su alma y, especialmente, su acercamiento a la Iglesia Católica. Esa obra ha hecho de Newman uno de los autores católicos de mayor éxito. Sus argumentos le enfrentaron a otros destacados nombres de entonces que le colocaban en la diana de las críticas más afiladas, no sólo contra su conversión y su deseo de ser sacerdote católico, de someterse al Papa y a los dogmas de la Iglesia y señalar la equivocación del anglicanismo… sino en todos los frentes posibles, incluyendo su vida privada. Imaginemos el grado de esos ataques en la sociedad de la Inglaterra victoriana y puritana. Los enemigos del converso Newman deberían haber sido mucho más encarnizados que hoy, y no lo fueron.
Las costumbres de ayer…
No seremos justos si olvidamos los usos de aquel tiempo con un sentido de la amistad que recuerda las enseñanzas del mismo Dios a su paso por la tierra. Así, Lázaro, amigo por cuya muerte Jesús no pudo contener el llanto; igualmente Juan, al que quiso desde niño, y Simón Bar Jonás -Pedro a quien preguntó tres veces si le amaba. Cualquier descerebrado puede imaginar tres señales de homosexualidad. Y es que en nuestros días, por desgracia, en muchos países un padre no puede besar en público a su hijo desde que cumple doce años, o ha de limitarse a estrecharle la mano aun si vuelve de la guerra. Y el vestuario y duchas de un gimnasio son sospechosos porque sí. Igualmente, el compañerismo entre soldados en el frente de guerra. Es propia de nuestro tiempo esta aberración abominable de que haya de recelarse homosexualidad en cualquier muestra de amistad, el modo de amar más hermoso y desprendido de toda servidumbre. Es así y hasta tal punto que, entre hombre y mujer, sin amistad no hay garantía de amor perdurable. Porque «no hay mayor prueba de amor que dar la vida por los amigos». (Jn 15, 13)
Carlos Dickens, célebre autor costumbrista contemporáneo de Newman, recoge en sus textos cientos de muestras de amistad entre hombres. En su novela David Copperfield abundan frases y situaciones que la estupidez de nuestro tiempo tomaría por homosexualidad. Antes, Shakespeare recogió en su teatro innumerables casos con grados de nobilísima amistad hoy impensables, por desgracia. Así, en “El Mercader de Venecia”, cuando Bassanio, deseoso de librar a Antonio del judío Shylock le dice: «Antonio, estoy casado con una mujer que me es tan querida como la vida misma; pero la vida, mi mujer, el mundo entero no me son tan caros como tu vida. Lo sacrificaré todo, lo perderé todo por librarte… »
…y de hoy.
Hoy, como siempre, hay hombres y mujeres que nunca llegan al matrimonio; que no son célibes por religión y que viven gustosamente en soltería. Como tantos más que por viudez o, frecuente en nuestros días, por divorcio, se quedaron solos y acuerdan unirse entre amigos para vivir en un piso como medio de ayuda mutua y reducción de gastos. ¿Han de ser homosexuales…?
Todo el afán del lobby gay inglés se centra en que el Cardenal Newman pidió ser enterrado junto a los restos de su amigo. A cualquiera de nosotros esto parece una tontada, pero miren ustedes esta anécdota en la vida del Padre Segundo Llorente, SJ, glorioso misionero leonés fallecido en Estados Unidos el año 1989, tras cuarenta de misión en Alaska. Yo tuve el honor de conocerle dejándome un recuerdo de excelencia inolvidable. En una ocasión, por enfermedad que parecía llevarle a la muerte, rogó, al igual que lo hiciera Newman respecto a su amigo, que le enterraran con sus compañeros más queridos, el P. Jette, SJ y el Hermano Keogh. (“Memorias de un sacerdote en el Yukón”, cap. X, BAC-Biografías, Madrid)
Está claro que lo que buscan los componentes de esos “grupos de poder gay” sólo es adornarse con famas ajenas para cobrar publicidad. Y si, de paso, manchan la figura de hombres cuya virtud aborrecen, o necesitan aborrecer, pues mejor que mejor. Y esto no puede permitirse.
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