Redentores de los oprimidos. ®
Esto es, muy probablemente, fruto y herencia de aquellos tiempos de cambios procedentes de Roma. Quizás mucho antes del Referendum para la Transición Democrática que tanto se benefició de las consignas pregonadas en las homilías de la "Nueva Iglesia Post-Conciliar", la de Juan XXIII y Pablo VI y, seguidamente, en las elecciones generales que repatriaron al PSOE de Don Felipe González gracias al voto de los católicos instigados por sus obispos a que favorecieran al socialismo.
Más justo será señalar" la Iglesia Post-Conciliar de Juan XXIII". ¿Por qué? Porque fue el Papa Roncalli el que fijó para España la norma de que no se dieran cargos eclesiásticos de importancia a quienes simpatizaran con los ganadores de nuestra guerra anticomunista, 1936-1939. (cf.: Carta de Mosén Bach citando a S.E. Mons. Modrego, Arz. de Barcelona). Es decir, en cuanto principal objeto y única consecuencia, que la dirección de la Iglesia de España se cambiara de manos a las de quienes simpatizaban con los activismos revolucionarios... En definitiva, que se formara un nuevo clero de entre los sucesores de aquellos que mataron a sacerdotes y obispos; que violaron altares, tabernáculos y clausuras; que incendiaron iglesias y conventos y aterrorizaron a miles de católicos.
Es más, aprovechando el trato de privilegio que la Jefatura del Estado Español concedió a la Iglesia, ésta -cambiada por el señor Tarancón como vuelta de calcetín-, pronto por sus "nuevos curas", y aprovechándose de la inercia de un Estado que creía en el respeto al Concordato, poco a poco se adueñaba de instituciones y estructuras -prensa, emisoras, residencias, institutos...- para comunistizarlo todo, empezando, ante los confiados fieles, por la protestantización de la Misa y el vaciado de los sacramentos.
Así, poco a poco, incapaces de entender lo que se producía ante nuestros ojos, fuimos descubriendo que no todo paladín progresista que militara en la Iglesia lo era por vocación religiosa, es decir, por amor a Dios, ni tan siquiera por la redención del proletariado.
Lo que primaba, en la mayoría de esos nuevos curas de los setenta, que hoy tienen edad de obispos y cardenales, lo que movía a muchos -sí, muchos- de esos que, hoy, por pura invención promocional se enorgullecen de cárcel; las vocaciones de conveniencia de los acomodados en la Iglesia para difundir un nuevo catecismo "social" y revanchista. Adoctrinando con el evangelio de Barrabás la reivindicación personal contra todo.
La realidad es que, excepto la ventaja de no tener que descargar camiones o segar campos, muy magro beneficio alcanzaron cuando llegaron al cargo que les aseguraba un modo de vida. Mientras, los fieles y los ciudadanos todos, en este caso verdaderamente ovejas trasquiladas por sus pastores, que nos dejaron más huérfanos de Dios que nunca antes los que no se disfrazaban.
Esa mentirosa vocación social tan cacareada por los curas de los años 70 no es una novedad. Como no lo es en los políticos, que muy poco pueden engañar al pueblo que se pregunta y piensa respuestas. El delito de los primeros es que respaldan su política con Dios mismo de telonero.
No me resisto a traerles una letrilla de El Bateo (año 1901), zarzuela de Chueca, costumbrista como todas las suyas, que incluye una ingeniosa caricatura válida para nuestro presente. Un socialista llamado Wamba protesta contra el gobierno prometiendo superarlo con el programa de su partido:
El día que yo gobierne,
si es que llego a gobernar,
lo menos diez mil cabezas
por el suelo rodarán.
Haremos de carne humana
la estatua de Robespierre,
para que sirva de ejemplo
el mártir aquél.
Y haremos doscientas partes
del oro de la nación;
la una para vosotros,
y el resto… para un servidor.