Retratos históricos: El "Obispo de Roma".- II, por Pío Moa.

Retratar e historiar.

En el retrato Velázquez es, para mí, inigualable por su oficio y la visión de los rasgos a destacar para que el retrato trascienda de la figura.

El historiador, que quiere retratar episodios o personajes de la antigüedad o, inclusive, de tiempos más recientes, no puede recurrir a un oficio específico, ni siquiera a una ciencia cierta... (La Historia no lo es.) Dicho llanamente, el historiador lo tiene bastante más difícil. Aun supuesto el genio investigador y deductivo ha de examinar y valorar un conjunto de datos y conocimientos con los que apuntar una primera idea de estudio. Para lo que, sin someter su criterio ni oprimir su intuición, se habrá ayudado de la arqueología, de la numismática y la epigrafía; de lo que le dicen los monumentos, los testimonios relacionados, las tesis siempre aceptadas -pocas definitivas y algunas engañosas-; de la documentación y de la literatura hasta captar lo más posible de la realidad del pasado. Para, finalmente, pisando sobre la precariedad científica de todas esas disciplinas -que sólo son instrumentales-, concluir un retrato acertado.

El pintor, sin embargo, disfruta de mayor ventaja. Durante horas y días tiene delante al modelo, presente, vivo, que ofrece al artista, por el dominio del oficio, lo que ve y lo que adivina del personaje. Esta visión de lo no figurativo es lo que vuelve genio al pintor que sabe plasmarlo en el lienzo.

Digo esto en favor de la interpretación de la Historia que, desde que existe, ejemplo Herodoto, suele atorarse en los ojos del historiador cuando solamente ve lo que tiene delante y no investiga el sustrato de que procede. Y también lo saco para señalar la aparición de Pío Moa, quien enamorado de la verdad histórica, que descubriera contrariamente a lo esperado de las fuentes que disfrutó, supo concluir un certero retrato de la Segunda República española, aunque -of course- no políticamente correcto para el alzaimer de la nueva historiografía.

Y digo lo dicho a dos semanas de la visita de Francisco a Lund, Suecia, porque de las pinceladas que Pío Moa le dedica en las lineas que siguen no encuentro una sola ajena a los rasgos que el personaje gusta mostrar.

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BERGOGLIO CONMEMORA LA RUPTURA DEL CRISTIANISMO. ¿"DIÁLOGO" AUTODESTRUCTIVO?, por Pío Moa


Creado el 19 octubre, 2016, en su web Dichos, Actos y Hechos

Un aspecto muy importante del Concilio Vaticano II fue el “diálogo” con el marxismo. Sobre él y sus consecuencias en lo que se refiere a España, ya he hablado en Los mitos del franquismo. En pocas palabras, para llevar adelante ese “diálogo”, la Iglesia tuvo que rebajar notablemente la crítica al marxismo, la ideología más totalitaria y genocida del siglo XX, presentar a este como lo que no era, e imponer, en función de ello, una autocrítica implícita de la propia Iglesia, por haber mantenido una actitud poco “dialogante” hasta entonces. El diálogo se negó, en cambio al franquismo, que en España había salvado literal y físicamente a la Iglesia del exterminio, y que profesaba el catolicismo como su definición ideológica. Peor aún: sectores muy significativos del clero pasaron a apoyar a sus antiguos exterminadores, a comunistas, terroristas y separatistas, aumentando su fuerza. Los efectos de este increíble “error”, vamos a llamarle así, fueron el despoblamiento de seminarios e iglesias, la decadencia de las órdenes religiosas, el abandono de miles de clérigos, el avance de ideologías comunistoides como la “teología de la liberación”; y del protestantismo en Hispanoamérica (la gente se hartaba de la demagogia “dialogante” y marxistoide de tanto clérigo chiflado). Millones de católicos se acercaron al marxismo y miles de ellos se “convirtieron” a esa doctrina, mientras que la corriente inversa no existió.

Afortunadamente, Juan Pablo II y Ratzinger corrigieron en parte considerable aquel rumbo autodestructivo, contribuyendo de modo importante a la caída del Imperio soviético.

Ahora Bergoglio se ha lanzado a otro “diálogo” semejante con el protestantismo. El hombre ha dedicado encendidos elogios a Lutero, que “era inteligente y dio un paso adelante”, frente a una Iglesia que “no era un modelo a imitar”, sumida, al parecer, en la corrupción. Sus intenciones “no eran equivocadas”, aunque “tal vez” “algunos de sus métodos no eran justos”. Y ha impuesto su estatua en el Vaticano. Ha frivoleado sobre si eran mejores los católicos o los protestantes. Y va a conmemorar con los líderes luteranos el V Centenario de la llamada “reforma”, es decir, de la ruptura del cristianismo occidental.

Bergoglio es un producto del “diálogo” con el marxismo. Claro que, caída la URSS, no era posible seguir con aquella línea con la misma eficacia. La ha reemplazado entonces por un nuevo “diálogo”, esta vez con los que rompieron la Iglesia, generaron incontables violencias y guerras sangrientas en Europa, se aliaron con turcos y berberiscos y destruyeron o robaron un inmenso patrimonio histórico-artístico acumulado durante siglos de civilización cristiana. Estos son hechos históricos reales. Nadie pensará que a la Iglesia le convenga a estas alturas enconar las diferencias y mantener en carne viva la memoria de tales sucesos, pero de ahí a pintar las cosas como hace Bergoglio hay un enorme paso. Un paso hacia la autodemolición de la institución más característica y duradera de la civilización europea desde la caída de la Roma imperial.

Desde el punto de vista del historiador no creyente, la evidencia es estruendosa. Y es más que dudoso que de ahí pueda salir algo mejor que del anterior “diálogo”. De Bergoglio, por cierto, se pueden decir muchas cosas más, muy pocas buenas, empezando por sus calumnias a la labor de España en América o su tibieza en la defensa de los cristianos perseguidos en Oriente Próximo, su atribución del terrorismo a la “pobreza” o, en general, su estilo parlanchín y vacuo. Ha habido papas que han hecho enorme daño a la Iglesia, en fin.
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