«Rezad por la Iglesia, rezad por el Papa». ®

Acerca del padrenuestro que se reza al final de los rosarios "Por las intenciones del Sumo Pontífice".
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Desde hace mucho tiempo la Iglesia tenía por costumbre, al final del Rosario, añadir el rezo de un padrenuestro «por las intenciones del Sumo Pontífice». Hoy estas intenciones se han diluido en la rutina y los católicos que rezamos el Santo Rosario muy pocos sabemos, yo no lo sabía, en qué consisten ni qué objeto tienen. Del rezar el Santo Rosario puede que algunos sepan de las indulgencias y sus condiciones, de las alabanzas de todos los papas, de su historia dominicana... Pero de ese añadido por las intenciones del Sumo Pontífice, prácticamente nadie sabe en qué consisten ni por qué se insta a todos los fieles del mundo, en todos los idiomas, a que añadan ese padrenuestro por el Papa.

Si a una muestra de comunidades conventuales, clero activo y toda la variedad de obras laicas se les preguntara qué entienden sobre la necesidad de tal rezo y para qué intenciones, sospecho que una mayoría no sabría contestar. Dirían: "Por supuesto, para que los planes del Papa se realicen según sus deseos", sin saber de qué planes se trata.

Sin embargo, las intenciones del Papa no son deseos ni planes particulares y, por tanto, cambiantes. Muy al contrario, se trata de permanentes, específicos y determinados objetivos que en verdad legitiman su puesto y definen su invariable programa de gobierno. Ley escrita y prescrita que abonamos justo al recitar ese padrenuestro al final del Rosario por las intenciones del Sumo Pontífice. Intenciones de trabajo de las que pedimos a Dios no se aparte nunca el que en este mundo es su Vicario.

Las intenciones eran y siguen siendo estas cinco:

Primera.- La exaltación de la Iglesia Católica.
Segunda.- La extirpación de las herejías.
Tercera.- La propagación de la fe.
Cuarta.- La conversión de los pecadores.
Quinta.- La paz y la concordia entre los príncipes (estados) cristianos.

Ahora, bien, ya que sabemos de la existencia de esas intenciones examinemos su sentido.
Subrayemos que la vigencia de su aplicación es para toda ocasión histórica que atravesemos. Por eso me parece obligado participar a ustedes lo que se compromete en cada una de ellas.

La exaltación de la Iglesia Católica, evidentemente, no se paga con las homologaciones irenistas de Asís, puesto que su exaltación es un deber desprendido de su fundación por Jesús de Nazaret, Dios mismo que habitó entre nosotros. Que le igualemos a otras percepciones de la divinidad es una ofensa al Cristo crucificado y una deserción de su Iglesia en aquellos que se llaman sus servidores. Burla y traición execrables...

La extirpación de las herejías es una de las maneras de amar a Jesucristo. Porque la fe no consiste solo en decirle a ese Jesús cuánto creo en Ti, Señor, sino que exige y demanda, por honor al que creemos Dios, impedir el progreso de sus enemigos que, de acuerdo con nuestra fe, es el más grave empobrecimiento del género humano. Extirpar la herejía con decisión, argumentos y energía; de igual manera que para impedir su contagio en los fieles.

La propagación de la fe tiene el mismo vigor que las anteriores intenciones, pues que al Pontífice corresponde organizar los medios y las facultades con que la Iglesia toda pueda cumplir su mandato: «Id, pues, e instruid a todas las naciones bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.» (Mt 28, 19; Mc 16, 15-16) Una condición de ser cristiano, el apostolado, que ahora se ha debilitado hasta extremos infranaturales. Tal vez porque las intenciones del Sumo Pontífice se han "descafeinado" y malinterpretado.

La conversión de los pecadores es propia de los fieles, todos, incluido el Papa, porque somos los que pecamos. Cuando nos sabemos enfrentados a Dios; cuando le marginamos y nos preferimos a nosotros mismos. Es dogma de la Iglesia que no son pecadoras aquellas personas que no saben de la vida de Cristo, del Génesis ni de la autodestrucción del primer hombre. Los pecadores somos los que conociendo su Buena Nueva preferimos nuestros gustos. Así, la penitencia cristiana -«Por los pecadores haced penitencia» se manda también en Fátima- es la fórmula de la Iglesia para crecer en la conversión hacia Dios. Elevación individal que significa no más que eso, conversión de mente y corazón, de pensamiento y voluntad en el agrado de Dios. Si nuestra debilidad lo dificulta, bendita sea que nos vuelve humildes (Is 49, 15). Por tanto, esta intención del Sumo Pontífice debe ser, deduzco, para que él promueva y mejore los medios de formación, de predicación, de entusiasmo difusor, así como, en resumen, el incremento de buenos y santos sacerdotes que acojan nuestros arrepentimientos... hasta setenta veces siete.

La paz y la concordia entre los príncipes cristianos. Esta intención no tiene hoy el relieve de edades anteriores. Las casas reales no descuellan por su vida de fe ni por una moral cristiana. En verdad, más en su amor al dinero y al propio capricho en las páginas cuché. Generalizando, podría creerse que sus tradicionales deberes los hubieran hipotecado en el dinero que ya no se ganan en servir y defender a sus pueblos. Que ni siquiera arbitran, con las debidas independencia y autoridad, entre los tres poderes; y que más parecen preocuparse de las asignaciones del Ministro de Hacienda que de fomentar para sus súbditos el orden y la riqueza. Parece como si la hipoteca citada les hubiera secuestrado para solamente servir... a nadie conoce quiénes ni qué cosa. En esta intención, como es evidente, el Sumo Pontífice no tiene el predicamento de antaño. Quizás porque en el pasado lo adulteró al traicionar sus deberes con respecto a "los príncipes cristianos" enfrentándolos entre sí en favor de su personal política de intereses y no tanto en los de la Sede Apostólica. Pero eso no es materia de este post.
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