El Sínodo y los cinco sexos. ®
La vida de fe es sencilla,
no se tiene miedo a Dios
y enseña a amarle en la bondad
y la belleza de sus obras.
. . . . . . . (Anónimo)
.
.
En un correo que hace algún tiempo recibí de un amigo se me acompañaba la fotografía de una muchacha mostrando dos turgentes y audaces pechos. Dado que no me gusta guardar estas fotos de feria ganadera, lo que ahora recuerdo es sólo el impacto de su vista, borrándoseme si era rubia o morena, de ojos azules, diplomada ATS o, ni tan siquiera, si se llamaría Lolita.
Para los tiempos que vivimos de indefinición de papeles y protagonismos, de niños con juguetes de niñas y de embarazadas mandando ejércitos de tierra, mar y aire, no será ocioso, digo, subrayar cuánto nos atrae a los hombres esa bella parte del cuerpo femenino… en tanto que, pero no solamente ni principalmente, mensaje subliminal de aptitudes para una sana crianza de herederos.
Lo mismo podemos decir de la mujer con respecto al hombre, del que ve con equilibrado cálculo no sólo la belleza varonil sino, principalmente, su carácter luchador para proteger, asistir y sustentar una familia. Algo que en su subconsciente la enamora tanto o más que el golpe de vista.
La sexualidad está justificada, más cierto decir objetivada, en la tarea de traer hijos que nos perpetúen y crear familia que nos abrigue las nieves que vendrán. Dios lo hizo así y dio a la raza humana la cualidad de rellenar, con el amor humano y la educación cristiana, el hueco dejado por los ángeles caídos... «Hay muchas moradas en la casa de mi Padre.» (San Juan 14, 2). Este objetivo de multiplicación con destino a la eternidad, Dios lo paga por adelantado con delicias físicas y espirituales imposibles de describir. Más grandes las primeras cuanto mayores son las segundas. A esto se suma la responsabilidad de formar familia, que descubre, aumenta y desarrolla aventuras y virtudes inesperadas; tan sorprendentes que, sin Dios, es mi experiencia, no podríamos ni imaginar asumirlas y sobrepasarlas.
.
¿Qué ideas tendrán de la belleza femenina – o de la masculina – los, y las, diletantes de los cinco sexos: los heterosexuales, los homosexuales, las lesbianas, los bisexuales y los transexuales? ¿Qué moral se enseñará en los ámbitos magisteriales de la Iglesia PostConciliar carcomidos por esta pentanominación? ¿Qué rango de intereses moverá a estos eruditos sexuales para mantenerse en donde saben que están de non? Hemos pasado del esperpento de rubricar la castidad de un santo porque, ya de bebé, «al mamar de su madre cerraba los ojos para no mirarle los pechos», a que algunos obispos y cardenales, algunos monseñores, algunos priores y/o prioras conventuales, algunos monjes y monjas, ayer de estricta observancia, sean hoy, «en porcentaje similar al de la sociedad laica», reos de pederastia o de inversión sexual.
Esta abominable degradación «del lugar santo» no viene de hoy; viene de la farisaica deformación de la naturaleza de las cosas, del aislarse engreidos en jaulas de oro y comodidad o, por el contrario, de imponerle a la virtud trampas de exageración ascética. Frutos podridos, ambos, del carecer de una fe fuertemente relacionada con las cosas buenas de esta vida; trampolín y puente para las cosas buenas (intrínsecamente) de la verdadera vida que esperamos, la eterna, para la que nos rescató Él, Jesús-Dios.
Probablemente, la clave de esta "desgracia eclesial" esté en la trivialización de la liturgia y en la gradual disminución de la fe en el Sacramento de la Eucaristía. Mediante la Nueva Misa, la Ordinaria, nos hemos distraido de la presencia de Cristo en el altar; nuestros sacerdotes quedaron desguarnecidos, como sarmientos desgajados de la vid. Y todos, ellos y nosotros, atrapados en un pedestre orgullo social y humanista con múltiples propuestas de simplificación consuntiva del resto de sacramentos. Cuánta verdad es que sin Él nada podemos hacer. (San Juan 15, 5)
Y con esto dejo a mi lector que discurra sobre las muy a menudo prevenciones seudo-beatíficas contra el sexo femenino, o viceversa. En especial las usadas, mal usadas, para evitar - supuestamente - el desvío de vocaciones al sacerdocio. Así, por ejemplo, consejos de este jaez:
. «Ya que no es posible casarse con la Virgen, o con San José, lo mejor es que no os caséis.»
. «A esa chica que te parece tan guapa imagínatela en la taza del váter».
Espontáneo es preguntarse: ¿A qué perfección evangélica puede accederse aprendiendo a odiar o repugnar al sexo contrario? ¿O haciendo menosprecio del matrimonio… en muestra de apoteósica soberbia? [«El matrimonio es para la clase de tropa». Camino, Escrivá].
Si, señores, muy viejas y muy de atrás son nuestras actuales desdichas.
Hace siglo y medio a los que dejaban el sacerdocio por el matrimonio, o por lo que fuera, se les daba la licencia y la suspensión a divinis; en contraste con los convictos de seducción homosexual y pederastia, a los que se quemaba en la hoguera, si sus perversiones lo exigían en justicia. Último caso se dio bajo el pontificado del beato Pío IX. Ahora, una parte de la jerarquía, que se arroga autoridad doctrinal sobre la Iglesia, nos inculca nuevas interpretaciones con ambiguos y melifluos argumentos de misericordia. Pero - terrible pero - ser "misericordioso" con la gangrena siempre resulta en muerte de todo el cuerpo.
* *
Terminaré este post con una gota de humor. Una anécdota que se produjo en la Universidad de Claremont, en California. En ella enseñó el vienés Peter F. Drucker, gran gurú de la Dirección de Empresas. Al cumplirse los 30 años de su cátedra se le erigió un monumento en el campus. La inauguración fue presidida por las autoridades académicas y otros personajes, acompañados por una multitud de actuales y antiguos alumnos. De entre estos se le acercó una joven, un poco excitada, que le dijo:
─ Profesor, estoy muy feliz de esta celebración tan merecida por usted. Sepa que he recorrido más de cincuenta millas para ver descubrir su busto.
A lo que el Profesor respondió:
─ Le estoy muy agradecido. Sepa usted que yo habría recorrido el doble de millas por ver descubrir el suyo.
no se tiene miedo a Dios
y enseña a amarle en la bondad
y la belleza de sus obras.
. . . . . . . (Anónimo)
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En un correo que hace algún tiempo recibí de un amigo se me acompañaba la fotografía de una muchacha mostrando dos turgentes y audaces pechos. Dado que no me gusta guardar estas fotos de feria ganadera, lo que ahora recuerdo es sólo el impacto de su vista, borrándoseme si era rubia o morena, de ojos azules, diplomada ATS o, ni tan siquiera, si se llamaría Lolita.
Para los tiempos que vivimos de indefinición de papeles y protagonismos, de niños con juguetes de niñas y de embarazadas mandando ejércitos de tierra, mar y aire, no será ocioso, digo, subrayar cuánto nos atrae a los hombres esa bella parte del cuerpo femenino… en tanto que, pero no solamente ni principalmente, mensaje subliminal de aptitudes para una sana crianza de herederos.
Lo mismo podemos decir de la mujer con respecto al hombre, del que ve con equilibrado cálculo no sólo la belleza varonil sino, principalmente, su carácter luchador para proteger, asistir y sustentar una familia. Algo que en su subconsciente la enamora tanto o más que el golpe de vista.
La sexualidad está justificada, más cierto decir objetivada, en la tarea de traer hijos que nos perpetúen y crear familia que nos abrigue las nieves que vendrán. Dios lo hizo así y dio a la raza humana la cualidad de rellenar, con el amor humano y la educación cristiana, el hueco dejado por los ángeles caídos... «Hay muchas moradas en la casa de mi Padre.» (San Juan 14, 2). Este objetivo de multiplicación con destino a la eternidad, Dios lo paga por adelantado con delicias físicas y espirituales imposibles de describir. Más grandes las primeras cuanto mayores son las segundas. A esto se suma la responsabilidad de formar familia, que descubre, aumenta y desarrolla aventuras y virtudes inesperadas; tan sorprendentes que, sin Dios, es mi experiencia, no podríamos ni imaginar asumirlas y sobrepasarlas.
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¿Qué ideas tendrán de la belleza femenina – o de la masculina – los, y las, diletantes de los cinco sexos: los heterosexuales, los homosexuales, las lesbianas, los bisexuales y los transexuales? ¿Qué moral se enseñará en los ámbitos magisteriales de la Iglesia PostConciliar carcomidos por esta pentanominación? ¿Qué rango de intereses moverá a estos eruditos sexuales para mantenerse en donde saben que están de non? Hemos pasado del esperpento de rubricar la castidad de un santo porque, ya de bebé, «al mamar de su madre cerraba los ojos para no mirarle los pechos», a que algunos obispos y cardenales, algunos monseñores, algunos priores y/o prioras conventuales, algunos monjes y monjas, ayer de estricta observancia, sean hoy, «en porcentaje similar al de la sociedad laica», reos de pederastia o de inversión sexual.
Esta abominable degradación «del lugar santo» no viene de hoy; viene de la farisaica deformación de la naturaleza de las cosas, del aislarse engreidos en jaulas de oro y comodidad o, por el contrario, de imponerle a la virtud trampas de exageración ascética. Frutos podridos, ambos, del carecer de una fe fuertemente relacionada con las cosas buenas de esta vida; trampolín y puente para las cosas buenas (intrínsecamente) de la verdadera vida que esperamos, la eterna, para la que nos rescató Él, Jesús-Dios.
Probablemente, la clave de esta "desgracia eclesial" esté en la trivialización de la liturgia y en la gradual disminución de la fe en el Sacramento de la Eucaristía. Mediante la Nueva Misa, la Ordinaria, nos hemos distraido de la presencia de Cristo en el altar; nuestros sacerdotes quedaron desguarnecidos, como sarmientos desgajados de la vid. Y todos, ellos y nosotros, atrapados en un pedestre orgullo social y humanista con múltiples propuestas de simplificación consuntiva del resto de sacramentos. Cuánta verdad es que sin Él nada podemos hacer. (San Juan 15, 5)
Y con esto dejo a mi lector que discurra sobre las muy a menudo prevenciones seudo-beatíficas contra el sexo femenino, o viceversa. En especial las usadas, mal usadas, para evitar - supuestamente - el desvío de vocaciones al sacerdocio. Así, por ejemplo, consejos de este jaez:
. «Ya que no es posible casarse con la Virgen, o con San José, lo mejor es que no os caséis.»
. «A esa chica que te parece tan guapa imagínatela en la taza del váter».
Espontáneo es preguntarse: ¿A qué perfección evangélica puede accederse aprendiendo a odiar o repugnar al sexo contrario? ¿O haciendo menosprecio del matrimonio… en muestra de apoteósica soberbia? [«El matrimonio es para la clase de tropa». Camino, Escrivá].
Si, señores, muy viejas y muy de atrás son nuestras actuales desdichas.
Hace siglo y medio a los que dejaban el sacerdocio por el matrimonio, o por lo que fuera, se les daba la licencia y la suspensión a divinis; en contraste con los convictos de seducción homosexual y pederastia, a los que se quemaba en la hoguera, si sus perversiones lo exigían en justicia. Último caso se dio bajo el pontificado del beato Pío IX. Ahora, una parte de la jerarquía, que se arroga autoridad doctrinal sobre la Iglesia, nos inculca nuevas interpretaciones con ambiguos y melifluos argumentos de misericordia. Pero - terrible pero - ser "misericordioso" con la gangrena siempre resulta en muerte de todo el cuerpo.
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Terminaré este post con una gota de humor. Una anécdota que se produjo en la Universidad de Claremont, en California. En ella enseñó el vienés Peter F. Drucker, gran gurú de la Dirección de Empresas. Al cumplirse los 30 años de su cátedra se le erigió un monumento en el campus. La inauguración fue presidida por las autoridades académicas y otros personajes, acompañados por una multitud de actuales y antiguos alumnos. De entre estos se le acercó una joven, un poco excitada, que le dijo:
─ Profesor, estoy muy feliz de esta celebración tan merecida por usted. Sepa que he recorrido más de cincuenta millas para ver descubrir su busto.
A lo que el Profesor respondió:
─ Le estoy muy agradecido. Sepa usted que yo habría recorrido el doble de millas por ver descubrir el suyo.