La estulticia madre de la malicia. Dos horas con Gonzalez Ruano. ©
Con la embajada de un camarero enseguida pude acercarme a su mesa donde cuartillas, folios y periódicos le tapaban la taza y casi el cenicero. Me presenté... Me rogó que me sentara.
-¿Qué quiere tomar? - La cosa no empezaba mal, el 'Mariano de Cavia' me trataba de usted, a mí, un joven en el inicio de su veintena.
Pedí un café y expuse mi necesidad de consejo. En aquellos días ya ganaba lo suficiente para vivir, pero quería titularme en alguna de las nuevas escuelas, por ejemplo, cine o periodismo. González-Ruano me escuchaba entre las filigranas de humo que ascendían de sus dedos. Era como un modigliani sacado de su lienzo. En la mesa se distinguía un ABC, doblado por las páginas de tipografía.
Terminé lo que había pensado decirle y esperé a ver qué pasaba. Por el momento se mostraba cortésmente interesado. Sorbió un vaso de agua y se quedó callado mirando al mármol del velador. Su mirada esbozó una sonrisa:
-Francamente, no sé si defender el periodismo... No creo que sirva para su situación. Usted no dispone de tiempo y en el periodismo se necesitan años de aprendizaje mal pagados.
Me preguntó:
-¿Conoce a algún periodista?
-Sí - contesté.
Por mi afición al cine conocía a José Maria Pérez Lozano y a Félix Martialay, fundadores de la revista FILM IDEAL.
González-Ruano, serio, cordial aunque algo distante, podía pensar en una respuesta lapidaria o, tal vez, en mandarme a freír espárragos. Echó mano al periódico y me propuso:
-Lea esto y después lo comentamos. A ver qué le parece.
No pensé si sería un examen o si querría terminar su trabajo para mejor atenderme después. El artículo a leer era de Francisco de Cossio, otro 'Mariano de Cavia' y, además, Académico de la Lengua. Se titulaba: "Teoría sobre los tontos" (ABC, 21 de marzo de 1962)
Acabada la lectura González-Ruano me apremia para que comente:
-¿Y bien...?»
Improvisé entonces que la maldad en mucho parece ser el producto genuino del tonto, quise decir del tonto esencial y no del dañado por nacimiento. Y aclaré que así me parecía porque, a mi juicio, la malicia disimula mucho la inferioridad. Como el mal hablado que en los tacos y las blasfemias cree dar a sus palabras una contundencia que no tienen sus argumentos. Que si el tonto es malo casi siempre lo es partiendo de la ilusión de verse listo; de ignorar los errores que comete, muchas veces por la avaricia con la que se defiende de su miedo a la vida.
-¡Vaya, buena filosofía! - me aprobó. - Lo que usted dice es que la avaricia sólo es un síntoma de la falta de entendimiento de la vida.
-Eso es. - Y aprovechando el pie subrayé: - Que yo creo que el tonto de que hablo no tiene una pauta trascendente como clave para vivir y por eso se esfuerza en una sola cosa, en tener dinero.
Coincidiendo en que el artículo de Cossío daba para mucho se generó una agradable sintonía para la espontaneidad de las deducciones que se eslabonaban.
González Ruano enciende su enésimo cigarrillo:
-Por eso es frecuente el supuesto rico, y a la vez tonto, que vive en la miseria, a lo que él llama un "saberse administrar..." Lo que le hace más tonto, ya que la vida, cuya duración no se puede controlar, la arruina con la obsesión de guardar "todo para el día de mañana". Un mañana que no puede asegurarse pero deja sin felicidad el hoy, que se va sin vuelta.
Y entonces cerré su argumento con este "as de oros":
- Desde luego, que se va sin vuelta. Porque ¿qué seguridad para un futuro incógnito puede compensarnos del vivir en la miseria muchos presentes?
- ¡Claro! El exceso de previsión es propio del que no confía en sí mismo y abriga sus temores amontonando dinero. -Y aquí don César me dijo algo que me ha valido para toda mi vida.- De modo que en sus mejores años, que son los de juventud, el tonto es infeliz porque no se atreve a arriesgarse en nada.
La barra del bar se ha poblado de gente y sus voces protegen nuestra conversación.
-¿Sabe? - me subraya pensativo. - Me gusta eso de que se es malo como efecto de que se es tonto. De modo que ser tonto es pecado, ¿no?
-Quizás pecado venial... - maticé acobardado por mi poca caridad con los tontos.
González-Ruano amplió:
-Digamos que parecido al tibio de la Sagrada Escritura, al que Dios vomita.
Me asustaba tan atrevida plática con el laureado interlocutor.
-Tal vez esto explique - pensé en voz alta - por qué el tonto es el que más alardea de listo y que el inteligente sea el mejor capacitado para hacer tonterías.
-Sí- dijo él -, creo que el tonto es justamente el que no hace tonterías porque nunca se atrevería a esos riesgos.
Hace seña al camarero y me pregunta:
-¿Otro café...? El tabaco y el café son mi combustible de trabajo.
-Prefiero un vaso de agua, gracias.
González-Ruano recoge sus folios y el ABC.
-Me parece muy verdad eso de que el listo es una excrecencia del tonto.
Nos sirve el camarero. Las mesas del Gijón empiezan a ocuparse. Mi improvisado maestro, que todavía no ha dicho palabra acerca de mis dudas de carrera, corona su argumento:
-No dudo de que el listo, entre comillas, se escurre de todo error achacándolo a los amigos traidores, a los envidiosos, los murmuradores... Como en el fondo se sabe tonto se esfuerza en esconder en ellos sus errores.
- Sí, pero - apunté - suele ser muy capaz para preparar y ganar unas oposiciones... Aunque, tal vez, sólo por gimnasia de la memoria.
-¡Hum, sí! Que en los tontos – me corrobora - suele ser prodigiosa. En realidad, "el listo" es una parodia del inteligente. Es decir, le falta la nobleza del don recibido. - Piensa calculador y remata: -La mayor parte de los listos triunfadores se alimenta de los despojos de los inteligentes que no buscaron el triunfo por sí sino como renta natural de una manera de entender la vida.
Atisbé a duras penas lo que de esto se podía desprender y aposté una teoría:
-Probablemente porque en muchos casos llaman triunfo a subordinar la independencia a grupos, a logias o iglesias con tráfico de empleos y servicios que no sabrían ganar por sí mismos.
Asombroso me sigue pareciendo que César González-Ruano señalara entonces cómo “esas marionetas” de la sociedad, cuyos hilos manejan logias, mentores y “obras pías” (sic), eran justamente quienes luego alardeaban de librepensadores, al precio de las treinta monedas del avío o la simonía.
Se acerca el gerente del Café.
-Don César, le llaman por teléfono.
A los diez minutos González-Ruano vuelve a la mesa. Me anuncia que espera una visita e inicia su respuesta a mi consulta. No tiene desperdicio, ni aun hoy a más de medio siglo de distancia. De sus palabras, así como de la conversación arriba descrita, tomé unas notas en mi casa aquella misma noche. Notas finalmente diluidas en un río de mudanzas.
Me impresionó su opinión de que la vida del periodista es una difícil carrera de trampas “entre el mundo, tu sociedad, el medio y los propietarios del medio.” Que el periodista se mimetiza con el sentir y el ser de quien le paga. Decía que en otras profesiones -el ingeniero, el abogado, el artista- apenas existe esta dependencia pero que en un periódico es su naturaleza.
A renglón seguido González-Ruano me confió no tener fe en la Escuela (entonces) de Periodismo. Y me dejó la profecía de que "pronto será un foco de adoctrinamiento de izquierdas, pues que es muy probable que los medios serán monopolizados por el gran capital, los judíos, los gobiernos... Por los inventores de la subversión. Me dijo también que si el título de Periodismo se volvía carta de empleo, la colonización ideológica se haría inevitable.
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PS.- No puedo sustraerme a la sospecha de que en su artículo dedicado a Cossío, “Sobre los tontos”, incluyó alguna de las ideas surgidas en nuestra charla.
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