Jesús ante las Periferias de la Meritocracia

Jesús ante las Periferias de la Meritocracia
Jesús ante las Periferias de la Meritocracia

Jesús cuestiona al meritorio hermano del hijo pródigo, que siempre “se ha portado bien”… también critica la falsa meritocracia del fariseo que se confiaba en sí mismo por considerarse justo y despreciaba al publicano desde su podio sacral…

Vivimos en un mundo cuyo motor es la vanidad, la envidia y la competencia, expresados incluso en los nuevos sistemas educativos, que son colonizados por esta visión mercantilista de logros insolidarios y que se los llama “por competencias”. La educación se reemplaza así por una complicada burocracia de entrenamiento para obtener logros, como lo hacen las grandes empresas actuales (de ellas viene esta “novedad mesiánica”). Pero en la vida no todo es “competir”, hay ámbitos de don y gratuidad de la vida humana como la Cultura y la Gracia.

La llamada meritocracia, a la cual se le atribuye tantos logros tras la caída del muro de Berlín, generó una arrogancia entre los ganadores e impuso un severo juicio a los que quedaron atrás, cuya frustración y resentimiento alimentó la ola global de protesta populista que sigue conquistando escaños internacionales.

El mérito evangélico, en cambio, es el que atesora para la vida eterna, el de los bienaventurados que lloran, que sufren, que son perseguidos, que buscan la justicia…y el de los que los ayudan con compasión, aun cuando no vean en ellos el rostro de Jesús de modo explícito (Juicio final, Mt.25,31)

Ese sistema donde cada uno es valorado, ninguno es descartado y que rescata ovejas perdidas, Jesús lo llama “Reino de Dios”. Es el mundo donde, no se actúa por interesadas recompensas y castigos meritorios. Es la civilización nueva que describía santa Teresa: “no nos mueve el cielo prometido ni el infierno tan temido sino Tu amor y en tal manera que aunque no hubiera cielo te quisiera y aunque no hubiera infierno te temiera”.

Si bien el mérito cumple una función humana irreemplazable (a todos nos gustaría que nos opere el mejor cirujano), en el Evangelio, Jesús va hacia los límites del mérito, que es cuando éste se establece como criterio absoluto y se convierte en “meritocracia”. Allí es cuando en vez de alentar una responsabilidad e iniciativas solidarias, produce un tendal de perjudicados “colaterales”. Esta visión ha generado amplias periferias existenciales habitadas por multitudes de “perdedores” … que han sido declarados “culpables” de serlo. Las periferias son el residuo del sistema “meritocrático”.

El verdadero Mérito no es vanagloriarse de los propios pequeños logros sino reconocer que siempre el punto de partida son los talentos recibidos y que provienen de Dios y de los demás, como el leproso curado que regresa para dar gracias a Jesús por la curación y ésta entonces se convierte en salvación de su persona entera. Sin agradecimiento no hay fe ni salvación ni mérito auténtico.

Jesús cuestiona al meritorio hermano del hijo pródigo, que siempre “se ha portado bien”. Él ha estado siempre gozando de su amistad y sus bienes, ¿hasta dónde ha de llegar su “premio” ?, ¿hasta la destrucción de su hermano que regresa arrepentido? Ya definía Santo Tomás de Aquino a la envidia, no sólo como querer tener los bienes del prójimo, sino la “tristeza por el bien ajeno”. La envidia corroe el alma del hermano que se quedó y echa por tierra toda su vida meritocrática, que no sirve de nada ante la vuelta a la vida de su hermano.

También es cuestionada la falsa meritocracia del fariseo que se confiaba en sí mismo por considerarse justo y despreciaba a los demás desde su podio sacral. Mientras se vanagloriaba en la oración, el pobre publicano ni si quiera levantaba los ojos en señal de arrepentimiento. Cuando la religión se convierte en instrumento de la vanidad, el mérito fácilmente sustituye a la Gracia y el juicio a los demás en hábito contumaz.

El mercado, un asignador genial de algunos recursos, pero incompleto

Vivimos en un mundo cuyo motor es la vanidad, la envidia y la competencia, expresados incluso en los nuevos sistemas educativos, que son colonizados por esta visión mercantilista de logros insolidarios y que se los llama “por competencias”. La educación se reemplaza así por una complicada burocracia de entrenamiento para obtener logros, como lo hacen las grandes empresas actuales (de ellas viene esta “novedad mesiánica”). Pero en la vida no todo es “competir”, hay ámbitos de don y gratuidad de la vida humana como la Cultura y la Gracia que son destruidos si se pretende reducirlos a ese mecanismo eficientista diseñado para el consumismo que asola el planeta y se lo está cargando.

Si la competencia es la norma…entonces no hay normas, es la selva donde siempre se justifica astutamente el egoísmo de los ganadores. Tampoco hay Bien Común, principio supremo de la Doctrina Social de la Iglesia. “Ni hay sociedad, sólo individuos” (Margareth Tatcher)

Vale la pena leer al profesor Michael Sandel, quien acusa a la cultura del mérito que llevó a un legítimo resentimiento en las clases trabajadoras, de desastrosas consecuencias y desigualdad. En su libro “La tiranía del mérito” (Debate), el premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales de 2018, defiende que las crecientes desigualdades y el atasco de la movilidad social convirtieron en una trampa el falso axioma de que “todo el mundo puede triunfar si lo intenta”. La cultura de la meritocracia generó una arrogancia entre los ganadores e impuso un severo juicio a los que quedaron atrás, cuya frustración y resentimiento alimentó la ola global de protesta populista que sigue conquistando escaños internacionales.

Los exitosos deben preguntarse si es verdad que su éxito es atribuible enteramente a ellos, o si eso olvida hasta qué punto están en deuda con su comunidad, sus profesores, su país, las circunstancias de su vida, con Dios y, en suma, la suerte que los ha ayudado en su camino. Tener como punto de partida en la vida haber nacido en tal o cual lugar o de tal o cual clase social, hace que el mérito sea otra cosa y condicione la movilidad social por más esfuerzo que se haga. El concepto de mérito se transforma así en la mentira que legitima a los que comenzaron con ventajas.

La tiranía del mérito: ¿Qué ha sido del bien común? (Ensayo y Pensamiento)  : Sandel, Michael J., Santos Mosquera, Albino: Amazon.es: Libros

La Misericordia que nos cura de la meritolatría

El evangelio siempre tendrá una semillita “contracultural”, por más que se esfuerce una y otra vez en “hacerse cultura”. Siempre romperá los límites, porque “el bien tiende de suyo a expandirse”, es la lógica de Dios cuyo amor siempre es mayor. Es una lógica enamorada de los hijos lisiados y perdedores de todos los sistemas humanos: “venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré” (Mt 11,28)

 Otro tanto hay que decir de los trabajadores que son convocados a diversas horas para trabajar en la viña y todos reciben, al atardecer, el mismo salario. La generosidad del Señor, va siempre más allá de nuestros méritos, éstos quedan minúsculos en comparación con tantos dones divinos. “Todo es Gracia”, decía san Pablo y el salmo cantaba “si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles”.

La única barrera para su amor son los falsos“méritos” de los fariseos, que exaltan sus obras de piedad, de beneficencia y religiosidad, para que los demás los vean. Tales “méritos” sólo sirven para separarse de sus hermanos con sus largas filacterias “en nombre de Dios”. Si como dice Francisco en Laudato Si, el sistema fundado en el paradigma tecnocrático, “mata”, también tenemos que reconocer que los sistemas religiosos basados en el clericalismo farisaico, matan la vida espiritual de la gente.

El mérito evangélico, en cambio, es el que atesora para la vida eterna, el de los bienaventurados que lloran, que sufren, que son perseguidos, que buscan la justicia…y el de los que los ayudan con compasión, aun cuando no vean en ellos el rostro de Jesús de modo explícito (Juicio final, Mt.25,31)

¿Cómo se puede encontrar solución para los pobres en un sistema fundado -por definición (Adam Smith)- en el egoísmo humano?, ¿en el premio a los ególatras que no reconocen haber recibido tanto de Dios y de la sociedad para poder “triunfar” ?, ¿en una competencia a muerte que no ve otro objetivo que el beneficio y la acumulación?

Dios nos da los talentos para hacerlos producir, no para guardarlos o acumularlos de manera egoísta y perezosa en numerosísimos paraísos fiscales. Si producimos, es a partir de algo recibido, para vivir humanamente y enriquecer la sociedad toda. Como el buen Samaritano, que usa sus recursos para auxiliar al inesperado herido del camino. Hoy existen recursos económicos, tecnológicos, educativos y sociales para acabar con la miseria y la pobreza del planeta y sin embargo…

Jesús cuestiona los pequeños méritos de la multitud que condena a la mujer adúltera, porque ellos ocultan con sus rígidos moralismos, sus vidas de pecado. Jesús no admite los “daños colaterales”, los “perjudicados accidentales” del sistema. Él deja a las 99 para buscar la oveja perdida. Ese nuevo sistema donde cada uno es valorado, ninguno es descartado y que rescata ovejas perdidas, él lo llama “Reino de Dios”. Es el mundo donde, no se actúa vanidosamente por recompensas y castigos meritocráticos y como dice Teresa de Jesús: “no nos mueve el cielo prometido ni el infierno tan temido... sino Tu amor y en tal manera que, aunque no hubiera cielo te quisiera y aunque no hubiera infierno te temiera”.

Guillermo Jesús Kowalski

poliedroyperiferia@gmail.com

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