"Detrás de un rigorista siempre hay un hipócrita" "Puras como ángeles y soberbias como demonios"
La salvación es Gracia, regalo, nadie puede apropiársela sino vivirla y compartirla. Se reconoce en “el amor que os tengáis” (Jn 13,35) Si en la iglesia no hay amor sino solo competir para ser el más ortodoxo, el más espiritual, el más oficial, el más moral, etc., no hay iglesia, sino una excusa para el ego.
Para ser Pueblo de Dios hace falta mucha humildad, vencer una y otra vez el amor propio, el narcisismo, la autorreferencialidad del grupo y servir
La Sinodalidad es la más novedosa reformulación del misterio de la comunión que nos ha traído Jesús. Es la oportunidad de mirarnos con humildad, de escucharnos, de aprobar con alegría la existencia del otro aun cuando viva otras experiencias y busque soluciones distintas. La Sinodalidad amplía y cualifica la sotereología vigente porque es una salvación en la cual participamos como “amigos y no como siervos” (Jn 15,15)
El” conflicto” con la carne de la vida y de la historia… y la aspiración a ser ángeles, los deja fuera de la salvación cristiana. Ángeles fueron también los demonios, de quienes dicen los teólogos que lo fueron por la soberbia de no aceptar la carne de Cristo
La Sinodalidad es la más novedosa reformulación del misterio de la comunión que nos ha traído Jesús. Es la oportunidad de mirarnos con humildad, de escucharnos, de aprobar con alegría la existencia del otro aun cuando viva otras experiencias y busque soluciones distintas. La Sinodalidad amplía y cualifica la sotereología vigente porque es una salvación en la cual participamos como “amigos y no como siervos” (Jn 15,15)
El” conflicto” con la carne de la vida y de la historia… y la aspiración a ser ángeles, los deja fuera de la salvación cristiana. Ángeles fueron también los demonios, de quienes dicen los teólogos que lo fueron por la soberbia de no aceptar la carne de Cristo
Esto se decía de las monjas de la Abadía de Port-Royal, en el siglo XVII. Era un monasterio femenino que se convirtió en un centro del jansenismo, un movimiento religioso de ascética rigorista que produjo mucha división en la sociedad de su tiempo. Tales monjas eran conocidas por su piedad y su erudición, pero también por su orgullo y resistencia a la autoridad.
Al principio los jansenistas cautivaron a muchos intelectuales y nobles de la época, un catolicismo "pijo". Pero se afirmaron por el camino de la soberbia y cuestionaron la autoridad del Papa y de los obispos.
Hemos conocido muchos movimientos rigoristas en la historia de la Iglesia. De ellos nacieron las principales herejías y la comprensión del Evangelio aumentó al confrontar con esas versiones maniqueas de la vida. Sin embargo, reaparecen una y otra vez como la receta magistral frente al ateísmo y los males del mundo. Reemplazan con voluntarismos absurdos la Misericordia de Jesús que transforma al pecador y nos hace Pueblo de Dios.
Esa actitud mesiánica y fundamentalista siempre reduce la salvación a unos pocos “elegidos” en vez de aquello de san Pablo, que muy bien podemos aplicar al pontificado de Francisco: “a los débiles me hice débil, para ganar a los débiles; a todos me he hecho todo, para que por todos los medios se salven, aunque sea algunos” (1 Cor 9:19).
Estos mesianismos siempre encuentran “chivos expiatorios” sobre los cuales achacar toda la “culpa” y “quedar limpios”. Es una constante transversal que se repite en todos los campos. Por mencionar solo algunos chivos expiatorios de la historia, para Hitler eran los judíos, para populismos actuales son los inmigrantes, para los “creyentes” rigoristas es el Papa Francisco que está abriendo las puertas de la iglesia a la Misericordia de Jesús, en vez de dejarla encerrarla entre latines e inquisiciones.
También Jesús fue el chivo expiatorio de los fariseos quienes conspiraron diciendo: “es necesario que uno muera para que no perezcamos” (Jn 11,50). Son los que condenan a Jesús cuando se acerca a los pecadores: "cuando los escribas y los fariseos lo vieron comer con cobradores de impuestos y con pecadores, les preguntaron a los discípulos: «¿Cómo? ¿Este come y bebe con cobradores de impuestos y con pecadores?» (Mc 2,15)
Pero la revolución cristiana es que “La piedra que desecharon los constructores que ha llegado a ser la piedra angular” (Sal 118). Echar la culpa a la víctima es la estrategia de los poderosos de este mundo: los pobres son pobres porque quieren, porque son vagos, los inmigrantes vienen a robar y violar, etc. Sin embargo Jesús los trata como "Bienaventurados".
Para Jesús, que conoce lo que hay en el corazón de cada uno y no lo engañan las fake news, los pobres son los miembros privilegiados del Reino de Dios y los ricos según este mundo quedarán fuera si no ponen sus talentos a su servicio. (Lc 6,20). Éstos acumulan tesoros para sí, y no son ricos para con Dios (Lc 11,21), Epulones que miran con indiferencia a los lázaros de este mundo mientras viven en sus lujos y paraísos fiscales en nombre de la deidad de los mercados que manipulan y el derecho a su “sagrada” propiedad sin límites ni “hipoteca social” (Juan Pablo II).
Los rigorismos espiritualistas son los mejores aliados de los sistemas opresores. Por eso a los ricos les encanta estas espiritualidades que evaden el juicio moral social sobre el mundo en el que viven. Piden a la Iglesia que no se “meta” en política, así pueden ellos hacer la suya sin cuestionamientos de ningún tipo. Estos espiritualismos hacen la vista gorda a sus patrocinadores, a quienes conmueven con sus ayunos y tonterías de faquires narcisistas y nuevos místicos desencarnados. “Guías ciegos, que coláis el mosquito, y tragáis el camello! ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de robo y de injusticia. (Mt 23,24)
La vida cristiana no depende de rigorismos y métodos de auto–purificación, sino que descansa enteramente en el perdón. que concede «siempre otra oportunidad» desde su fuente inagotable, que es Jesús, nacido en Belén y que luego, «al hacerse grande, se dejó clavar en la cruz. No hay nada más débil que un hombre crucificado y, sin embargo, en esa debilidad se manifestó la omnipotencia de Dios. En el perdón obra siempre la omnipotencia de Dios», para volver a empezar de nuevo sin la pretensión de ser el hombre el salvador de los errores de otros hombres. Papa Francisco
En estas épocas de “nacionalismos enfermos”, también dentro de las pretendidas ortodoxias eclesiásticas, tenemos que ir al mismo planteo que es dilucidado en el Evangelio: ¿Quiénes son de los nuestros?, ¿Quiénes son la madre y los hermanos de Jesús?, Los cristianos fuimos llamados para transmitir la alegría que hemos recibido y así convertirnos en sal y levadura del mundo como personas y como comunidad creyente. El único liderazgo concebible es desde la humildad y el servicio de quien lava los pies a los demás (Jn 13), no como los gobernantes de este mundo que abusan y oprimen (Mc 10,42).
La salvación es Gracia, regalo, nadie puede apropiársela sino vivirla y compartirla y que se reconoce en “el amor que os tengáis reconocerán que sois mis discípulos” (Jn 13,35) Si en la iglesia no hay amor sino solo competir para ser el más ortodoxo, el más espiritual, el más oficial, el más moral, etc., no hay iglesia, sino una excusa para el ego.
Para Jesús, son “de los nuestros” los que hacen el bien, expandiendo el Amor de Dios: «No se lo prohíban, porque nadie puede hacer un milagro en mi nombre, y luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros, está a favor de nosotros. (Mc 9,39)
El ombliguismo autorreferencial
Estas visiones cerradas suelen retroalimentarse sin ser conscientes de lo que pasa en la totalidad de la Iglesia y el mundo. Carecen de una perspectiva universal para ver las cosas. Están pendientes de infantiles obsesiones pietistas, de apariciones con sensacionales revelaciones, repeticiones de oraciones y costumbres vividas como si fueran sagradas cuando en realidad son disciplinas organizadas en otras épocas para gente de otra época.
Creen que viven lo que otras experiencias pasadas de la Iglesia que fueron muy importantes, pero su significado derivaba de esa originalidad de la fe frente a los cambios históricos de su momento y no en mojones inamovibles para repetir mecánicamente hasta el fin de los tiempos. Imitar a los santos es mantener viva la llama del Espíritu Santo y no congelarlo en una época pasada.
El Papa Francisco nos recuerda en su Documento sobre la santidad (Gaudete et exultate, 37 ss) que “a lo largo de la historia de la Iglesia quedó muy claro que lo que mide la perfección de las personas es su grado de caridad…” algo contrario a quienes creyéndose perfectos “Conciben una mente sin encarnación, incapaz de tocar la carne sufriente de Cristo en los otros, encorsetada en una enciclopedia de abstracciones. Al descarnar el misterio finalmente prefieren «un Dios sin Cristo, un Cristo sin Iglesia, una Iglesia sin pueblo» ...lo cual “es una superficialidad vanidosa: mucho movimiento en la superficie de la mente, pero no se mueve ni se conmueve la profundidad del pensamiento”.
El” conflicto” con la carne de la vida y de la historia… y la aspiración a ser ángeles, los deja fuera de la salvación cristiana. Ángeles fueron también los demonios, de quienes dicen los teólogos que lo fueron por la soberbia de no aceptar la carne de Cristo. Necesitamos vivir un nuevo compromiso con la carne de Cristo. Basta de angelismos y disciplinas que los promueven.
La salvación por el rigorismo
Una constante de estas visiones maniqueas es la fascinación por el sufrimiento como señal religiosa en vez del amor, en contraste con el himno paulino a la caridad: “puedo dar mi cuerpo a las llamas, pero si no tengo amor no me sirve para nada” (1 Cor 13). Jesús dejó claro que no le encantaba sufrir, que no era un masoquista, que el mandamiento mayor es el del Amor y no el de la “hazaña” de flagelarse para impresionar a los demás como hacían los fariseos de ayer y de siempre. Sin embargo, el Señor esquivaba siempre que podía que lo matasen, pero estuvo dispuesto dar la vida para que otros vivan cuando llegó su hora. Pelagianos, cátaros, jansenistas, etc. suman en cada época el desafío de la carne, y de la carne herida, que es el único lugar por donde entra la Gracia. (Ch.Peguy).
Muchos en nuestra juventud creímos que la perfección cristiana era un camino voluntarista, incentivada por esa prédica del invierno eclesial, en que el derecho canónico clerical reemplazaba al Evangelio, que nuevos movimientos de la iglesia asumían un papel mesiánico y reemplazaban siglos de compromiso de la vida consagrada o incluso a los obispos, que el pensamiento teológico era reemplazado por la repetición obsecuente de un magisterio paralizado, etc.
Luego comprobamos que los frutos de tanto rigorismo terminaron en grandes y extendidos abusos y pederastias de grandes “fundadores” y el escepticismo generalizado de la gente. Francisco asume esa pesada carga de la “iglesia vaciada” por los continuos escándalos protagonizados por los falsos guardianes de la “ortodoxia”, los que -como estas monjas- nos iban a "salvar"..
La Sinodalidad que renueva la esperanza de ser Pueblo de Dios
Francisco tiene una comprensión del cristianismo que no viene solo de libros y misticismos elitistas, su intensa trayectoria pastoral en un abanico que va de la universidad a la villa miseria, le ha ayudado a perfilar una actitud muy humana y realista ante la condición humana. Las personas e instituciones, porque son humanas, son también limitadas. Como lo es él, que muchas veces mete la pata. Una Iglesia pura para los puros es sólo la repetición de herejías maniqueas.
La permanente humildad de sabernos frágiles, aun cuando hayamos recibido el tesoro de la Gracia en nuestras pobres humanidades de barro. Jesús, que era de condición divina, no hizo alarde de esta categoría, sino que se humilló hasta la cruz, pasando por una de tantas víctimas de este mundo.
Para ser Pueblo de Dios hace falta mucha humildad, vencer una y otra vez el amor propio, el narcisismo, la autoreferencialidad del grupo y servir como “Dios, que da el fruto y la luz, sirve cada día y tiene puesto sus ojos en nuestras manos y nos pregunta cada día ¿serviste hoy? (G. Mistral)
La Sinodalidad es la más novedosa reformulación del misterio de la comunión que nos ha traído Jesús. Es la oportunidad de mirarnos con humildad, de escucharnos, de aprobar con alegría la existencia del otro tan herido como nosotros, aun cuando viva otras experiencias y busque soluciones distintas. La Sinodalidad amplía y cualifica la sotereología vigente porque es una salvación en la cual participamos como “amigos y no como siervos” (Jn 15,15)
poliedroyperiferia@gmail.com