Como un niño en brazos de su madre, así te busco Señor (Sal 131) La religión de la confianza

abrazar la dignidad
abrazar la dignidad

“Con-fiar” es tener fe en conjunto. Supone gratuidad y riesgo. Es una relación esperanzadora con los otros que nos transforma en verdaderos humanos.

De todas las causas de desconfianza hacia la Iglesia, la mayor de nuestra época es la pederastia. Su impacto será comparable a la Reforma o el Cisma de Oriente. Precipitará cambios postergados durante siglos y ocupará un capítulo especial en la Historia de la Iglesia.

El clericalismo, causa última de esta calamidad, se vincula con la sacralización del clérigo mediante una disciplina tardía, el celibato obligatorio, que es en la práctica, más que el Sacramento del Orden. Por eso se excluye, degrada y aniquila eclesialmente a quienes lo pongan en duda al casarse formalmente con una mujer ya que ésta es el mayor "peligro" en el imaginario clerical católico.

Las instituciones son necesarias porque dan continuidad en el tiempo a los procesos humanos. Frente a tantos cambios acelerados, pueden aportar estabilidad inteligente mientras baja la espuma y el péndulo vuelva de los extremos. 

Necesitamos la Iglesia. Pero una que se convierte permanentemente para llegar a ser una escuela de confianza en el mundo, para ser un "nosotros". Una confianza sacramental que se aprenda por contacto con otros rostros y brazos confiables, que es como la gente confiaba en Jesús.

Confucio decía que se necesitan tres cosas para gobernar: armas, comida y confianza. Podrían faltar las armas e incluso la comida, pero nunca se debe perder la confianza.

Nuestras relaciones suelen pasar por altos y bajos; pero, es la falta de confianza en construir algo juntos lo que vacía el sentido de esas relaciones. La esperanza en que contamos con el otro, aunque no tengamos una certeza “matemática”, es lo que nos alienta. Y si se traiciona, cuesta levantarse y volver a confiar.

El viaje de tus sueños, con RD

Hoy se insiste mucho en que hay que confiar en uno mismo, como un mantra sagrado del paradigma individualista. Pero confiar en los demás es también imprescindible. Somos “polis”, vivimos en sociedades en la que todos dependemos de todos. La confianza social es decisiva, pertenecer a un nosotros que retroalimenta expectativas y ganas de vivir. Las leyes y las sanciones son indispensables, pero hace falta algo más: la confianza recíproca en los otros, ser conscientes que vivir humanamente implica nutrirnos de algo en común, que aportamos y vivimos de un “bien común”.

Todo” yo” requiere un tú exterior, ya sea de la familia, de las amistades, de la sociedad o de la misma Iglesia. No hay “yo” sin “tú”, no puede haber una afirmación del “yo” que no implique al mismo tiempo la co-afirmación del “tú”. (M. Buber). Por eso la confianza en uno mismo se aprende en comunidad, sino es narcisismo. No hay "mérito" que no dependa de talentos recibidos.

“Con-fiar” es tener fe en conjunto. Supone gratuidad y riesgo. Es una relación esperanzadora con los otros que nos transforma en verdaderos humanos. La encíclica "Fratelli Tutti" del papa Francisco, discípulo de Guardini y del personalismo, es un extraordinario alegato de fraternidad y confianza en nuestro tiempo.

Lamentablemente las estadísticas muestran que la sociedad actual no va en este sentido. La Edelman Trust Barometer revela que en España sólo 4 de cada 10 españoles confían en las instituciones, sólo las ONG están cerca (53%), pero sin alcanzar el nivel de confianza (a partir del 60%). Ninguna actividad ni la de los políticos, empresarios, periodistas o sacerdotes alcanzan. Solo enfermeros, médicos y científicos se acercan al 85 por ciento de consenso popular.

engaño y desconfianza
engaño y desconfianza gjk

Podríamos decir que vivimos en una cultura de la sospecha alentada por la pérdida de reputación de muchas instituciones y la crisis de la información confiable. Sentimos que suelen engañarnos. Sospechamos de los expertos y elites porque huelen a intereses egoístas disfrazados. El resultado es la pandemia de soledad destructiva que viven nuestras sociedades individualistas. De poco sirve crear burocráticos "ministerios de la soledad" (Reino Unido, Japón, etc.) si no cambia el paradigma social..

Análogamente a la energía, la confianza no se pierde, sino que se transforma... y a veces, mal. Lamentablemente una parte de ese caudal desilusionado por no poder confiar ni pertenecer a un sueño colectivo democrático, lleva al auge de los populismos de ultraderecha en boga, que a la vez que rescatan algunos valores éticos y populares menoscabados, montan proyectos políticos brutales e intolerantes.

Clericalismo, la iglesia en la cual no se puede confiar

La Iglesia, tampoco se salva de esta ola posmoderna caracterizada por el relativismo y desprecio de verdades absolutas, la fragmentación de la realidad, la pérdida de sentido de la historia, la emocionalización de la educación y la cultura, la desconfianza en las instituciones tradicionales (como la religión, la política y la educación), que se consideran obsoletas, etc.

Pero junto a estos condicionantes culturales, hay que agregar las causas propias de desconfianza del sistema eclesial:

Los abusos de Poder a lo largo de la historia, la Inquisición y métodos compulsivos de evangelización, expulsiones de etnias enteras en nombre de la religión, guerras porque "dios lo quiere", persecución de herejes y brujas, los escándalos sexuales, que llevan siglos. La incapacidad para generar unidad aún en el campo religioso, como es la Reforma Protestante. El conflicto poco inteligente con la Ciencia y Modernidad, el Colonialismo y la complicidad en procesos de expoliación coloniales y su papel en la justificación de la opresión en la actualidad. La falta de procesamiento mental de cambios sociales y de derechos humanos. Los escándalos económicos eclesiásticos. La complicidad en regímenes autoritarios, etc.

Pero ninguno ha sido tan hiriente como los casos de pederastia, ocultados sistémicamente, pero destapados por la prensa, que sigue presionando para su reconocimiento, reparación e ir a las causas profundas relacionadas con el sistema de vida clerical que los produce reiteradamente en todas partes del mundo...y que lo seguirá haciendo si no hay cambios profundos, por más que siga con sus teatralizaciones de pedido de perdón y castigue algún que otro "descuidado".

Paradójicamente la prensa, aún tantas veces con saña e inquina, siendo externa a las murallas eclesiales, está realizando una tarea de purificación y abrir los ojos ante este que es el mayor signo de los tiempos de nuestra época, comparable a la Reforma o el Cisma de Oriente. 

La pederastia será un capítulo importante en la Historia de la Iglesia que precipitará tarde o temprano muchos cambios postergados durante siglos. Los que especulan con que esto se olvidará, se equivocan. La institución no será nunca más confiable hasta que realice estos cambios en profundidad. El sistema eclesiástico tendrá "que nacer de nuevo" (Jn 3,3)

las cuentas de la iglesia
las cuentas de la iglesia

Todos hechos inhumanos tienen una matriz: el clericalismo. Un pecado estructural consentido y sobre la cual no se hace nada, por más que ahora todo predicador lo mencione, al igual que se menciona a los pobres: "de pasada" y sin profundizar ni hacer nada.

Implica una sacralización del clérigo, una superioridad atribuida a una disciplina tardía llamado celibato obligatorio, que opera en la práctica como más importante que el Sacramento del Orden Sagrado. Tal es así que se separa, abandona, degrada y castiga a quienes lo pongan en duda al casarse formalmente con una mujer, ya que ésta es el mayor "peligro" en el imaginario clerical católico romano.

El clericalismo se siente cómodo con el boato preconciliar y pasa de lo que afirma el Vaticano II (LG), cuando reza, predica y actúa:

la identidad de los presbíteros depende de su relación con y en el interior del Pueblo de Dios. Es un bautizado que, en virtud del sacramento del orden, es puesto al servicio de la actualización del sacerdocio del Pueblo de Dios. Él es un fiel, como el resto de los bautizados, pero no superior a ellos, sino, en cierto sentido, inferior. Los laicos y laicas no son sus subordinados, sino que está a su servicio (Lc 22, 27).

Está demostrado que cuanto mayor es el poder, mayor es el abuso en cualquier sociedad. Y no hay mayor poder que arrogarse la representación, sucesión o incluso impostación de Dios sin límites, distanciándose hieráticamente del común de la gente para someter sus conciencias. 

Jesús, lejos de ser un piadoso predicador de círculos eclesiásticos aburguesados, denunció abundantemente este mal fundamental: "me honran con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos. Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres” (Mc 7) y también "les gusta caminar para hacerse notar, ser saludados y reverenciados, y tener lugares de honor...mientras ‘devoran la hacienda de las viudas so capa de largas oraciones’ (Mc 12,40).

La religión de la confianza

Jesús confió en nosotros cuando éramos pecadores. Su confianza nos precede. Él sabe qué hay en el corazón del hombre, no es ingenuo y pone confianza donde no la hay para cambiar las cosas. Él confió en la adúltera a punto de ser apedreada, confió en Pedro que lo negó, en Zaqueo, el corrupto. Él es un “confiador” incansable, pero pasa de largo cuando hay soberbia individual o institucional, sesgo invencible de la libertad desperdiciada.

Cuando uno lee el Evangelio, aspira a que la Iglesia sea el lugar de los vulnerables que hemos sido tocados por su confianza. La confianza es el amor hecho carne y cotidianidad, nos hace amigos, por eso Él dice a sus seguidores: “ya no los llamo siervos sino amigos”.

Confiar en la Misericordia
Confiar en la Misericordia GJK

Las instituciones son necesarias porque dan continuidad en el tiempo a los procesos humanos. Frente a tantos cambios acelerados, pueden aportar estabilidad inteligente mientras baja la espuma y el péndulo vuelva de los extremos. Las instituciones sirven de refugio en medio de la tormenta y la incertidumbre. La familia, el Estado o la Iglesia, por nombrar algunas de las importantes, siguen teniendo un papel imprescindible. Necesitan adecuar mejor su misión, pero no destruirse.

Necesitamos la Iglesia. Pero una que sea una escuela de confianza en el mundo. Un sacramento eficaz y tangible por contacto con otros rostros y brazos confiables transformados por el Amor y la humildad. El camino es la misericordia y no el sacrificio. La confianza es el triunfo de la Resurrección.

La Iglesia tiene algo muy grande para vivir y comunicar, pero ha de ser confiable. La necesitamos no desde una superioridad sacralizada que descarta arbitrariamente mujeres, sacerdotes casados y otras personas que cree "peligrosas" porque en vez de amarlas e incluirlas, les tiene miedo. 

Su credibilidad está en relación a su vulnerabilidad  “como en vasos de barro”, llevando el misterio de Gracia. Una Iglesia confiable en el camino hacia el Reino de Dios, del cual es servidora y no dueña. Que, anuncie humildemente las maravillas de Dios y repare sin cesar el mal que ha causado en la historia pasada y reciente, bienaventure pobres que sufren, denuncie epulones insensibles y construya la paz con todos los hombres de buena voluntad, mientras grita "Ven Señor Jesús" (Ap 20,22).

poliedroyperiferia@gmail.com

Volver arriba