"El amor humano no resta en nada al amor, servicio y consagración a Dios" Un cura casado se confiesa: "Espero que el Sínodo abra la puerta al celibato opcional"
"En el año 1986 contraje matrimonio con Mari Carmen García en la diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas. Ahí trabajamos los dos como misioneros y miembros del equipo pastoral de Chicomuselo y Frontera Comalapa, con el apoyo y bendición del obispo Samuel Ruiz"
"Trabajamos en la pastoral de áreas marginales en los suburbios de la Capital de Guatemala en colaboración con el obispo Juan Gerardi, quien me dijo: 'Usted ha renunciado al ministerio sacerdotal, pero no al ministerio pastoral y profético'"
"Después del martirio de Gerardi, fuimos recibidos por el obispo de San Marcos, Álvaro Ramazzini, hoy cardenal, como misioneros de su diócesis"
"Hoy, después de 35 años de nuestro matrimonio, mantengo la esperanza de que el Sínodo convocado por el Papa Francisco abra una puerta al celibato opcional para ejercer el ministerio sacerdotal"
"No se puede afirmar que por el hecho de ser célibe se es más libre para servir y entregarse a los demás que siendo casado. El espíritu de servicio y la entrega al pueblo considero que no dependen tanto del estado de vida cuanto de la generosidad y disponibilidad personal"
"Después del martirio de Gerardi, fuimos recibidos por el obispo de San Marcos, Álvaro Ramazzini, hoy cardenal, como misioneros de su diócesis"
"Hoy, después de 35 años de nuestro matrimonio, mantengo la esperanza de que el Sínodo convocado por el Papa Francisco abra una puerta al celibato opcional para ejercer el ministerio sacerdotal"
"No se puede afirmar que por el hecho de ser célibe se es más libre para servir y entregarse a los demás que siendo casado. El espíritu de servicio y la entrega al pueblo considero que no dependen tanto del estado de vida cuanto de la generosidad y disponibilidad personal"
"No se puede afirmar que por el hecho de ser célibe se es más libre para servir y entregarse a los demás que siendo casado. El espíritu de servicio y la entrega al pueblo considero que no dependen tanto del estado de vida cuanto de la generosidad y disponibilidad personal"
En el año 1986 contraje matrimonio con Mari Carmen García en la diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas. Ahí trabajamos los dos como misioneros y miembros del equipo pastoral de Chicomuselo y Frontera Comalapa, con el apoyo y bendición del obispo Samuel Ruiz, un gran profeta de la inculturación del evangelio en el mundo indígena. La celebración de nuestro matrimonio se realizó con la presencia del sacerdote, las Hermanas religiosas y laicos misioneros del equipo pastoral.
Después, en Guatemala, al arzobispo Próspero Penados del Barrio nos acogió como misioneros de la Arquidiócesis. Trabajamos en la pastoral de áreas marginales en los suburbios de la Capital en colaboración con el obispo Juan Gerardi, quien me dijo: “Usted ha renunciado al ministerio sacerdotal, pero no al ministerio pastoral y profético”. Y me nombró miembro del Consejo Pastoral de la Arquidiócesis, representando a las áreas marginales. Por este tiempo conformamos en Guatemala el grupo HANUMI (Hacia una Nueva Ministerialidad) con varios sacerdotes y religiosos casados y sus esposas. Informado el arzobispo, me entregó una lista de sacerdotes casados para que les aconsejemos que no abandonen el trabajo pastoral en las parroquias donde viven.
Tras el martirio de Gerardi, (quien fue asesinado por los militares dos días después del Informe que presentó de la Recuperación de la Memoria Histórica), fuimos recibidos por el obispo de San Marcos, Álvaro Ramazzini, hoy cardenal, como misioneros de su diócesis. Mari Carmen trabajó en la pastoral diocesana de la Salud y yo como coordinador del Programa de Derechos Humanos del Obispado.
Hoy, después de 35 años de nuestro matrimonio, mantengo la esperanza de que el Sínodo convocado por el Papa Francisco abra una puerta al celibato opcional para ejercer el ministerio sacerdotal.
Comparto la Carta que entonces envié a los amigos, comunicando nuestra opción de vida:
Siempre que he hecho una opción importante en mi vida he querido dar razón de ella, manifestando las motivaciones más profundas que me movieron a dar ese paso, siguiendo aquel consejo de la primera carta de Pedro: “Estad dispuesto a dar respuesta a cualquiera que os pida razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3,15).
Esto es lo que pretendo con este comunicado, que no es más que el resultado de una reflexión que me hago a mí mismo, después de un mes de silencio y oración en el monasterio benedictino de Weston Priory (Estados Unidos). Después de varios años de discernimiento y de análisis de la trayectoria de mi vida, he llegado a tomar la determinación de renunciar al celibato y asumir la vida matrimonial.
La reflexión que me llevó a tomar esta determinación ha sido acompañada de un permanente diálogo con Dios y de una consulta con algunas personas, entre las cuales hay varios sacerdotes diocesanos y religiosos. A la luz de la oración he venido madurando esta decisión. Mi actitud ha sido y continúa siendo la búsqueda de la voluntad de Dios. El gran maestro espiritual san Ignacio de Loyola dice que Dios manifiesta su voluntad infundiendo paz, alegría, fuerza y generosidad en el servicio a los demás. En mi libro “El desafío de ser cristiano” (CUPSA, México), escribí: “Para ser cristiano es preciso vivir con toda profundidad y riqueza nuestra propia humanidad, lo que quiere decir, ser hombres y mujeres realizados en todas las facetas de nuestra existencia. Seremos hombres y mujeres realizados cuando vivamos en plenitud nuestra capacidad de amar… Si compartir la vida con otra persona en el matrimonio u optar por vivir célibe nos llena de paz, alegría, felicidad y fuerza para comprometernos por el reino de Dios, ese será el camino que Dios nos señala para que seamos personas realizadas” (p. 29-30). Es en esta propia experiencia de muchos años donde me baso para renunciar al celibato y optar por la vida matrimonial.
Cuando el celibato trae consigo situaciones de permanente soledad, que se manifiestan en un estado de tensión y angustia, decididamente se ha de rechazar por ser un obstáculo en el crecimiento de nuestro ser persona al servicio de los demás. Y esto es lo que me ha estado sucediendo. “No es bueno que el hombre esté solo”, dice Dios. Si ésta es su voluntad, parece inconcebible que obligue a los que llama al ministerio sacerdotal a que renuncien al amor en el matrimonio, si libremente desean compaginar los dos sacramentos
Estoy profundamente convencido que lo único que cuenta en la vida es ser libre para amar, entendiendo por amor el servicio al pueblo y el compromiso con su causa libertaria. Todo lo demás es secundario. Dios juzga al ser humano no por su estado de casado o célibe sino por su amor al prójimo (Mt 25, 31-46). Lo que importa es amar, amar siempre en libertad y con alegría, pasar por el mundo haciendo el bien y contribuir al proceso histórico de liberación de los pueblos. En la lógica de Dios esto es lo que importa. Tanto el matrimonio como el celibato deben estar en función de esta vocación existencial e histórica.
No se puede afirmar que por el hecho de ser célibe se es más libre para servir y entregarse a los demás que siendo casado. El espíritu de servicio y la entrega al pueblo considero que no dependen tanto del estado de vida cuanto de la generosidad y disponibilidad personal.
En el retiro que hice poco antes de mi ordenación escribí: “He optado por el ministerio sacerdotal. Siento vocación para ello. Sin embargo, no veo con claridad la vocación al celibato; hoy por hoy no me supone problema. Por eso, con el riesgo que lleva consigo, acepto libremente el celibato por el Reino asumiéndolo hoy como un proyecto de vida. No obstante, no me cierro a la posibilidad de que un día, si Dios así lo dispone, deje el celibato para compartir mi vida con una mujer que le anime la misma causa del Reino. Lo que importa es que uno se sienta libre y centrado en su vida para un total servicio al pueblo”. Esta reflexión la retomé en el libro “El credo que da sentido a mi vida” (Edicol, México, 1985, p.128).
Nunca he aceptado que un carisma se convierta en ley. Esto lo he comentado en más de una ocasión con el obispo que me ordenó, Alberto Iniesta. Valoro profundamente el carisma del celibato por el “reino de los cielos”, que no es mejor ni peor que el carisma matrimonial, sólo que diferente, como diferente es el carisma del ministerio sacerdotal. La iglesia institucional ha asociado el carisma del ministerio sacerdotal con el del celibato. Esta imposición celibataria proviene de una extensión indebida de la espiritualidad de los religiosos a la situación de los sacerdotes seculares, como señala José Mª Castillo (El sacerdocio ministerial, Madrid 1971).
En el año 1139, en el segundo concilia de Letrán, se impuso como ley el celibato obligatorio para los sacerdotes de rito latino. Considero que esta imposición celibataria es un error, porque en un principio no fue así. La Sagrada Escritura no los asocia (1 Tim 3,2; Tito 1,5-6). El celibato eclesiástico no es un dogma. Es una ley de la Iglesia. Y cuando el celibato se impone como ley deja de ser carisma para convertirse en carga. Un carisma nunca puede ser una carga sino fuerza liberadora. La imposición forzosa del celibato es causa de que multitud de sacerdotes que públicamente se manifiestan como célibes, en su vida privada vivan reprimidos, con serios problemas afectivos y sexuales, e incluso – como observo en multitud de sacerdotes en América Latina-, mantengan relaciones con una o con varias mujeres.
Confieso que en más de una ocasión he sentido la tentación de optar por una tercera vía. Aparentemente, sería más cómodo, pues me evitaría una serie de incomprensiones y, sobre todo, me evitaría perder la seguridad que ofrece la misma estructura clerical. Sin embargo, a la luz del Evangelio, la tercera vía resulta una infidelidad incompatible con la radicalidad que exige el Reino tanto en el celibato como en el matrimonio. Esta tercera vía es, asimismo, incompatible con el llamado del Evangelio a ser hombres libres, libres del temor y libres de toda clase de seguridad (Mt 6, 25-34). Esta libertad frente a todo género de seguridad nos sitúa realmente en un estado de auténtica pobreza evangélica. Y creo que sólo desde una situación de pobreza evangélica se puede ser testigo del reino de Dios.
Tomo esta decisión con un profundo respeto al pueblo. Porque la esencia misma del respeto está en la sinceridad. Considero que el fariseísmo, la hipocresía, es un auténtico deprecio al pueblo.
Por mi parte no renuncio al sacerdocio. Teológicamente no hay incompatibilidad entre el sacramento del orden y el sacramento del matrimonio. Hoy por hoy, dejo el ministerio cultual público, pero no el ministerio pastoral y profético.
En el retiro previo a mi ordenación escribí: “No me ordeno para el culto en los templos (Jesús desplaza el centro de gravedad del culto al hombre: Jn 4,21-24; Mt 9,13), sino para el anuncio y proclamación del Reino, para la animación de comunidades y la celebración de la Eucaristía… No considero el sacerdocio como una dignidad o estado de privilegio dentro de la estructura eclesiástica, ni como una profesión u oficio. El sacerdocio es sencillamente un carisma de servicio a la comunidad cristiana…”. Continúa en pie la concepción del sacerdocio y la motivación que me movió a ordenarme, y creo sinceramente que es la que responde a la tradición apostólica (Rm 12,4-8; 1 Co 12, 4-11 y 28-30). José Mª señala que “Jesús instituyó la Eucaristía, pero no el celibato”.
Finalmente, tomo esta opción superando prejuicios y tabúes. Nuestra más grande vocación es la libertad. “A la libertad habéis sido llamados”, escribe san Pablo a los gálatas (5,13). La vocación a la libertad es un desafío a los tabúes y prejuicios que las mismas instituciones eclesiásticas han creado infundadamente en torno al amor humano y a la sexualidad. Nada hay más bello, más humano, más cristiano y más divino que el amor. No en vano un libro de la Biblia, el Cantar de los Cantares, está dedicado íntegramente al canto del amor.
El amor humano no resta en nada al amor, servicio y consagración a Dios. La auténtica consagración nos viene dada por el bautismo. Todos los cristianos somos hombres y mujeres consagrados a Dios mediante la muerte y resurrección de Jesucristo (Ef 1,4-5). No hay consagración mayor que ésta. El amor humano no sólo no resta en nada al servicio, amor y consagración a Dios, sino que puede potenciarlos, porque la experiencia del amor entre hombre y mujer adquiere un sentido profundamente religioso. Es un destello del amor, de la ternura, de la entrega y de la unión de Dios con el hombre y de Cristo con su Iglesia. Gran misterio es éste, dice san Pablo (Ef 5,23). Es un don que procede de la misma fuente del amor: el Espíritu Santo de Dios.
Es preciso rescatar el amor entre hombre y mujer, por una parte de la subestima de ciertos ambientes eclesiásticos y religiosos, y por otra de la manipulación “burguesa” del mundo capitalista, para darle el valor que Dios quiso que tuviera. El amor humano puede ser mediación para la mística más elevada.
Optar por la vida matrimonial no supone tampoco, como alguien pudiera afirmar, una división en nuestros corazones, porque el amor a Dios y al prójimo son inseparables. La idea de que al compartir el amor se divide el corazón responde a la concepción dualista que venimos arrastrando en la Iglesia como lastre y herencia del platonismo, que nada tiene de cristiana.
El amor humano auténtico no entra en contradicción con el amor a Dios y al pueblo. Las figuras de José y María de Nazaret son un claro testimonio de ello. Sólo el egoísmo entra en contradicción con el amor a Dios. El amor humano vivido en toda su dimensión potencia el compromiso de servicio y de fidelidad a Dios y al pueblo.
Dios ha querido que nos encontremos en el camino de la vida Mari Carmen y yo. Nos une no sólo el amor sino también –y diría fundamentalmente- la radicalidad por el reino de Dios y la causa de los pobres y marginados que es, en definitiva, una consecuencia de esa opción por el Reino.
Durante tres años trabajamos juntos en pastoral de base en Tehuantepec (México). Nos sentimos muy identificados y complementados tanto en los planteamientos teológicos como en la línea y métodos pastorales. Esta experiencia de trabajo misionero nos ayudó a conocernos, y a mí personalmente, me ha ayudado a clarificarme posteriormente en cuanto a una toma de posición.
Es por ello que esta opción en mi vida –en nuestras vidas- no es un cambio de dirección, sino un paso más en el camino hacia el reino de Dios. Al mismo tiempo que os comunico esta determinación, queremos hacerles partícipes de nuestra alegría y les pedimos su comprensión, su apoyo y su oración.
Unidos en la causa de Jesús y de los pobres.
Fernando Bermúdez
Chicomuselo-Frontera Comalapa, Chiapas, 19 de octubre 1986
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