UNA EXPERIENCIA DE LA IGLESIA QUE QUEREMOS
En sintonía con las propuestas para el Sínodo
| Fernando Bermúdez
Introducción
Para muchos Chiapas es un mundo desconocido, una región exótica, situada al sur de México, junto a la frontera con Guatemala. Chiapas es un mundo de contrastes: altas montañas y selvas tropicales pobladas de multitud de etnias mayas, tzotziles, tzeltales, choles, tojolabales, zoques y mames.
El pueblo chiapaneco, secularmente marginado y excluido desde la época de la invasión española, es un universo lleno de misterios ancestrales, creencias, saberes y valores. Descendiente de los antiguos mayas que plasmaron su esplendor y sabiduría en las diversas pirámides.
Fray Bartolomé de Las Casas, en el siglo XVI, descubrió en estos pueblos un caudal de valores. No soportó la explotación a la que fue sometido el pueblo indígena por los colonizadores españoles. “Llegan al cielo los gemidos de tanta sangre humana derramada y de indios quemados vivos…”, decía. Y se rebeló enérgicamente, hasta sufrir el destierro. Chiapas aparenta ser un pueblo sumiso, pero en su sangre hierve la rebeldía. Reclama dignidad y libertad.
En 1960 don Samuel Ruiz fue nombrado obispo de San Cristóbal de Las Casas. Se situó en la línea de fray Bartolomé de Las Casas. Asumió la actitud de ver, escuchar y sentir las angustias y esperanzas del pueblo indígena. Y se identificó con él. Hizo propias sus aspiraciones de justicia y libertad, lo cual le ocasionó múltiples amenazas y persecución por parte de los terratenientes y ganaderos de la región y políticos del gobierno.
Un nuevo modelo de ser Iglesia
Mi mujer, Mari Carmen, y yo vivimos una experiencia sumamente gratificante y esperanzadora en la diócesis de San Cristóbal de las Casas. Su obispo, Samuel Ruiz, quien participó en el Concilio Vaticano II y en la Conferencia del Episcopado latinoamericano en Medellín, impulsó la renovación de la Iglesia diocesana. Posibilitó la creación de una Iglesia inserta en la cultura indígena. Una Iglesia participativa, toda ella ministerial y misionera, con una jerarquía de servicio. Una Iglesia libre frente al poder y a la riqueza. Una Iglesia liberadora y profética, que anuncia con la palabra y el testimonio de vida el mensaje de Jesús y denuncia todo aquello que se opone al plan de Dios. Una Iglesia defensora de la vida y de los derechos humanos. Una Iglesia solidaria con el sufrimiento, luchas y esperanzas de los pobres, de los indígenas, campesinos y refugiados guatemaltecos. Una Iglesia ecuménica, abierta al diálogo, dispuesta a caminar junto a aquellos, cristianos o no cristianos, que trabajan por otro mundo posible de justicia y fraternidad. Una Iglesia orante, abierta al Espíritu, que busca ser signo y anticipo del reino de Dios en la historia.
En su diócesis no se hace diferencia entre quién es laico o sacerdote, hombre o mujer. Don Samuel ordenó a más de 400 indígenas con el diaconado permanente, acompañados de sus mujeres. Admitió en su diócesis a pastores y pastoras luteranos y de otras iglesias cristianas de México y del extranjero, identificados con la línea diocesana. La experiencia de convivencia pastoral con los protestantes fue sumamente positiva y enriquecedora.
La diócesis no está organizada en parroquias sino en zonas pastorales. Y al frente de cada zona hay un equipo pastoral integrado indistintamente por religiosas, laicos célibes o casados y un presbítero. Nadie es más ni es menos. El laico y la laica tienen plena participación en el equipo pastoral, igual que la pueden tener las religiosas o el presbítero.
Evangelizar desde el equipo
Tuvimos la dicha de trabajar durante cuatro años, en la década de los ochenta, en la diócesis de San Cristóbal de Las Casas. Pertenecíamos al equipo de la zona pastoral de Chicomuselo-Comalapa, junto a la frontera con Guatemala, que abarca estos dos grandes municipios con 112 aldeas y caseríos. Éramos seis personas entre religiosas, laicos y un sacerdote. El Equipo Pastoral se constituyó como una comunidad de fe y de vida, con espacios de oración y de reflexión comunitaria. Había comunión de bienes con un fondo común. La evangelización se realiza desde la experiencia de fe vivida en comunidad. El trabajo pastoral se planifica y evalúa en equipo. Cada miembro tiene su tarea, esto es, su ministerio propio. Así por ejemplo, una hermana religiosa estaba encargada de la pastoral social, otra de la catequesis de niños… El presbítero se encargaba de las celebraciones de la Eucaristía y demás sacramentos en las distintas aldeas. Yo, como sacerdote casado, me encargaba de la formación de los delegados de la palabra de Dios y catequistas. Cuando el sacerdote no podía llegar por alguna razón a una comunidad, yo le sustituía celebrando la Eucaristía. Mi mujer era la responsable de la pastoral juvenil. Este movimiento llegó a aglutinar a más de 700 jóvenes organizados en 54 grupos. Cuando llegábamos a una comunidad, ésta nos recibía como equipo pastoral. En torno al equipo había un consejo pastoral conformado por laicos y laicas representantes de las distintas pastorales y regiones de la zona. Era una Iglesia viva, dinámica, pueblo de Dios en camino.
Nos sorprendió y estimuló el hambre de formación que animaba a los catequistas y a los jóvenes. Es así como se fueron organizando multitud de talleres de formación bíblica, historia de la Iglesia, análisis de la realidad socioeconómica y política, teatro popular, cursos de soja, medicina natural, proyectos de desarrollo comunitario…
Cuando llegó el momento de la despedida de Don Samuel como obispo de la diócesis, después de 40 años de servicio, reunió en la catedral a los catequistas, sacerdotes y religiosas en presencia de multitud de indígenas llegados de todos los rincones de Chiapas. Tanta era la gente que la mayoría permaneció en la plaza sin poder entrar en la catedral, habiéndose colocado una pantalla en la fachada. Después de una sentida oración y evaluación del trabajo, el obispo solemnemente pregunta a los agentes de pastoral laicos, laicas y presbíteros:
-¿Están dispuestos a continuar en la opción por los pobres?
-Sí, lo estamos –responden todos a coro con voces recias.
-¿Están dispuestos a soportar persecuciones y sufrimientos por esta opción?
-Sí, estamos dispuestos.
-Si es así, nunca les faltará la fuerza del Espíritu. Que la paz esté con ustedes.
Una explosión de aplausos estremeció la catedral.
Hoy estamos en la preparación del Sínodo, convocado por el Papa Francisco. Considero que la experiencia de muchas diócesis en América Latina tienen mucho que aportar. Las comunidades eclesiales de base, en las que nació la teología de la liberación, son una luz para la reforma que la Iglesia necesita, así como muchos obispos. Recordemos algunos de estos: Helder Câmara, Enrique Angelelli, Gerónimo Podestá, Leonidas Proaño, Pablo Evaristo Ans, Oscar Arnulfo Romero, Pedro Casaldáliga, Samuel Ruiz, Sergio Méndez Arceo, Bartolomé Carrasco, Arturo Lona, Juan Gerardi, Claudio Hummes, Álvaro Ramazzini… Creo que la Iglesia universal debe poner los ojos en la experiencia de América Latina, que es asimismo, una Iglesia martirial y de esperanza.