PAPA FRANCISCO, PASTOR Y PROFTA DE DIOS

Francisco ha encontrado mucha resistencia en la Curia romana y en algunos cardenales, obispos, sacerdotes,  laicos y laicas conservadores, aliados con el poder y la riqueza, que no aceptan ninguna reforma en la Iglesia. Estas personas contrarias a Francisco me evocan la actitud de los fariseos y  sumos sacerdotes  del tiempo de Jesús.  La Ley, el culto y los privilegios que ofrece el poder religioso los tenían cegados para no ver ni reconocer en él al  Dios compasivo y misericordioso. 

El 13 de marzo de 2013, tras la renuncia de Benedicto XVI, el jesuita argentino Jorge Mario Bergoglio es elegido Papa y asume el nombre de Francisco, en honor al santo de Asís.

Con el Papa Francisco llegaron nuevos aires a la Iglesia.  Es un hombre conocedor de la realidad de pobreza y sufrimiento de los pueblos del Sur global. Hasta entonces, la Iglesia había sido eurocéntrica. Con Francisco la Iglesia se hace más universal, más “católica”, que eso significa este término.

Abandonó el palacio pontificio y se fue a vivir a la residencia Santa Marta. Desde el primer momento dijo que quería una Iglesia pobre y al servicio de los pobres, al estilo de Jesús de Nazaret. Volvió a retomar el Concilio Vaticano II, que durante muchos años había estado marginado.

Concibe el Papado como un servicio de hermano mayor entre hermanos, acentuando su ministerio de unidad y servicio a la comunidad eclesial y a la humanidad.

Su reforma está orientada hacia:

*Una Iglesia centrada en Jesucristo y en su mensaje evangélico: la proclamación y vivencia del Reino de Dios.

*Una Iglesia-Comunidad, de relaciones interpersonales y fraternas, que refleje la práctica de las primeras comunidades cristianas de Jerusalén, donde todos poseían un solo corazón y una sola alma y  compartían como hermanos cuanto  tenían, privilegiando a los más pobres y necesitados (Hch 2, 42-47; 4,32-37).

*Una Iglesia que revaloriza el sacerdocio del pueblo de Dios, pues Cristo, único y eterno sacerdote, lo asoció a su vida y a su misión, haciéndolo partícipe de su sacerdocio (Lumen Gentium,34). Hay un solo sacerdocio, el de Cristo y el de su comunidad, pero diferentes ministerios que emanan  de este único sacerdocio. Esta existencia sacerdotal nos hace iguales a todos los bautizados.

*Una Iglesia toda ella ministerial, corresponsable, fiel a las distintas vocaciones y servicios, donde los laicos y laicas tengan un papel relevante, como lo fue en sus orígenes.

*Una “Iglesia, en donde su jerarquía y servicio de autoridad se constituya en organismo de instancia de encuentro, de diálogo, de reflexión y decisión comunitaria.

*Una Iglesia profética, libre de poderes y de riquezas, que desde su experiencia de Dios anuncie con alegría y pasión el Evangelio del Reino y denuncie con valentía todo aquello que se opone al proyecto de Dios  (Evangelii Gaudium). Una Iglesia que sea voz de Dios en medio del pueblo, que consuele y levante la esperanza de los oprimidos y afligidos.

*Una Iglesia orante, abierta al Espíritu, con una profunda espiritualidad encarnada en la historia, consciente de su vocación a la santidad, de manera que sea signo vivo del reino de Dios en el mundo (Gaudete et Exsultate).

*Una Iglesia agente de reconciliación, de diálogo y tolerancia, para promover la justicia, el respeto a los derechos humanos y la paz.

*Una Iglesia solidaria con los sufrimientos, luchas y esperanzas de los sectores oprimidos y excluidos de la sociedad: parados, desahuciados, indígenas y campesinos, migrantes, refugiados, niños de la calle... y con todas las causas justas de los pueblos.

*Una Iglesia testimonialmente pobre, fiel seguidora de Jesús, comprometida en la defensa y promoción de los derechos humanos, la dignidad de la persona, la justicia, la verdad y la paz. Una Iglesia comprometida en la liberación de toda clase de esclavitud; que coloque en el centro de su actuación la solidaridad con quienes son excluidos.

  • Una Iglesia que valore la sexualidad como una dimensión más del ser humano, liberada de complejos y tabúes. Una Iglesia respetuosa con los homosexuales y lesbianas.

*Una Iglesia que haga memoria viva de sus mártires y retome el testimonio de fidelidad y esperanza que ellos nos dejaron, como un compromiso de hacer presente en la historia la utopía del reino de Dios. Ellos son testigos fieles de Jesucristo. Nos convocan a la esperanza en el Dios de la Vida, el Dios trascendente y absoluto, que nunca defrauda a nadie. Los mártires nos interpelan para ser fieles a Jesús y a su causa hasta la muerte. Es por eso que reconoció públicamente la santidad de monseñor Óscar Romero, Enrique Angelelli y de varios sacerdotes y laicos que fueron asesinados por ser fieles al Evangelio en defensa de los pobres.

*Una Iglesia acogedora y comprensiva, con un mensaje basado en el amor misericordioso de Dios a sus hijos e hijas en la fraternidad universal.

*Una Iglesia comprometida con el ecumenismo y el macroecumenismo, abierta al diálogo con los hermanos de otras confesiones cristianas y no cristianas, dispuesta a trabajar codo a codo con personas, iglesias y grupos sociales que también buscan un mundo más justo y humano.

*Una Iglesia pluricultural, promotora de valores éticos y culturales, defensora de los derechos de los pueblos originarios africanos, asiáticos y americanos.

*Una Iglesia orientada a crear comunidades cristianas que sean agentes de transformación y humanización del mundo, siendo “fermento en la masa”, como dice Jesús en su Evangelio.

*Una Iglesia defensora del medio ambiente, nuestra Casa Común. Propone reconcer la naturaleza como un espléndido libro en el cual Dios nos habla y nos refleja su hermosura y su bondad (Laudato Si).

Francisco quiere hacer incluso una reforma del papado. Dice: “Dado que estoy llamado a vivir lo que pido a los demás, también debo pensar en una conversión  del papado… Me corresponde estar abierto a las sugerencias que se orienten  a un ejercicio de mi ministerio que lo vuelva más fiel al sentido que Jesucristo quiso darle  y a las necesidades actuales de la evangelización… También el papado y las estructuras centrales de la Iglesia universal necesitan escuchar la llamada a una conversión pastoral” (Evangelii Gaudium, 32).

Quiere una Iglesia de puertas abiertas, que no se encierra en los templos sino que sale a la calle, al encuentro de la gente. “Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades… Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cesar: Dadles vosotros de comer” (Mc 6,37).

Centra la misión evangelizadora de la Iglesia en la proclamación de la justicia y la misericordia, porque el amor es la esencia del Evangelio de Jesús. Por eso dice que si un párroco en sus predicaciones a lo largo del año litúrgico habla solo sobre la templanza y no habla sobre la justicia, la fraternidad y la solidaridad, se abandona aquellas virtudes que deberían estar más presentes en la predicación y en la catequesis (E.G.37).

Francisco  no se pierde en casuísticas tediosas y sin corazón. Para él lo esencial es ser como Jesús, reflejo de su compasión por la humanidad sufriente. Nos dice que la cualidad principal de Dios es la misericordia. A menudo repite: “Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso” (Lc 6,26). Insiste en que misericordia y justicia están intrínsecamente unidas. “Jesús reaparece en el Papa Francisco con su luz esplendorosa de cercanía, novedad, amor y liberación”, en palabras de Benjamín Forcano.

Como señalé anteriormente, son sugerentes y desafiantes sus exhotaciones y encíclicas Evangelii Gaudium (La alegría del Evangelio), Laudato si (sobre el cuidado de la casa común), Amoris et laetitia (sobre el amor y la familia), Gaudete et exultate (sobre el llamado a la santidad en el mundo actual…), Fratelli tutti  (sobre la fraternidad humana)  y multitud de discursos y homilías llenas de vitalidad y de profunda espiritualidad.

Francisco ha encontrado mucha resistencia en la Curia romana y en algunos cardenales, obispos, sacerdotes y laicos y laicas conservadores, aliados con el poder y la riqueza, que no aceptan ninguna reforma en la Iglesia. Con mucho respeto a estas personas contrarias a Francisco, me evocan la actitud de los fariseos y  sumos sacerdotes   del tiempo de Jesús.  La Ley, el culto y los privilegios que ofrece el poder religioso los tenían cegados para no ver ni reconocer en él  a Dios. Por eso pide humildemente a los cristianos que recen por él.

El Papa Francisco, líder moral de la humanidad

Hoy, muchas personalidades relevantes del mundo, académicos, intelectuales, premios Nóbel de la Paz, líderes políticos y religiosos de las distintas confesiones reconocen en Francisco un líder de la humanidad. Su estilo de vida sencillo y coherente así lo atestigua. Proclama lo que vive y vive lo que proclama, por eso su palabra adquiere credibilidad.

El Papa Francisco insiste en que evangelizar es humanizar este mundo. El reino de Dios que Jesús proclamó consiste en ser hombres y mujeres nuevos y en conformar una nueva humanidad  basada en la práctica de la justicia, la misericordia, el amor y la fe sincera en el Dios Padre de todos los seres humanos. (Mt 23,23).

Es un hombre profundamente sensible al sufrimiento de la gente, de los pobres, enfermos, migrantes, refugiados, niños de la calle, desempleados, jóvenes desorientados y sin futuro… Por eso dice que todo evangelizador debe “tocar la carne sufriente de Cristo en el pueblo” (Evangelii Gaudium, 24).

Denuncia el desarrollo económico que no tiene en cuenta el desarrollo humano. Señala que necesitamos cambiar el modelo de desarrollo global… Ha llegado la hora -dice- de aceptar cierto decrecimiento en los países ricos, aportando recursos para que puedan crecer sanamente los países subdesarrollados (Laudato Si, 193).

Y sigue diciendo: “Mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de las mayorías se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz. Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera. De ahí que nieguen el derecho de los Estados encargados de velar por el bien común. “Hoy, algunos sectores económicos ejercen más poder que los mismos Estados” (L.S,196).

“Se instaura una nueva tiranía invisible que impone, de forma unilateral e implacable, sus leyes y sus reglas… Se ha divinizado el mercado y convertido en regla absoluta” (EG.56). “No podemos confiar en las fuerzas ciegas y en la mano invisible del mercado” (E.G.204).

“La situación actual del mundo provoca una sensación de inestabilidad e inseguridad que a su vez favorece formas de egoísmo colectivo… Mientras más vacío  está el corazón de la persona, más necesita objetos para comprar, poseer y consumir” (L.S, 204).

Y llama a un cambio de la conciencia y a un estilo de vida sobrio, sencillo y contemplativo, capaz de gozar profundamente sin obsesionarse por el consumo. Asimismo, llama a un cambio de las estructuras socio-económicas y exhorta ”a la solidaridad desinteresada y a una vuelta de la economía y las finanzas a una ética a favor de todos seres humanos, particularmente de los más desfavorecidos” (Laudato si 222,  Evangelii gaudium y Fratelli tutti).

A Francisco le duele la falta de solidaridad con la humanidad sufriente. Uno de sus primeros viajes fue a la isla de Lampedusa para encontrarse con los inmigrantes y refugiados que llegaban a este lugar, muchos de ellos sobrevivientes de naufragios. Allí gritó que es una vergüenza lo que está ocurriendo en Europa y en el mundo. Hace una llamada a la cooperación para resolver las causas estructurales de las migraciones y de la pobreza y para promover el desarrollo integral de los pueblos del Sur.

Insiste en que los bienes de la tierra tienen un destino universal y que el bien común está por encima de la propiedad privada, como ya lo habían dicho los anteriores Papas. Por eso dice que la solidaridad es devolverle al pobre lo que le corresponde (E.G.189). “Nos escandaliza el hecho de saber que existe alimento suficiente para todos y que el hambre se debe a la mala distribución de los bienes de la tierra”.

Y retomando a Pablo VI dice que “los más ricos deben renunciar  a algunos de sus derechos para poner con mayor liberalidad sus bienes al servicio de los demás” (E.G.190).

Denuncia la falta de ética en la sociedad, en la economía y en la política. Dice: ”Molesta que se hable de ética, molesta que se hable de solidaridad mundial, molesta que se hable de distribución de los bienes, molesta que se hable de un Dios que exige un compromiso por la justicia” (E.G.203). Y hace una imperiosa llamada a reconstruir los valores éticos en la sociedad. Porque la crisis de valores éticos es la mayor crisis del mundo de hoy.

El desafío es ser hombres y mujeres libres para amar y servir. No hay mayor esclavitud que el individualismo y el egoísmo. “Deseo que aquellos que están esclavizados por una mentalidad individualista, indiferente y egoísta, puedan liberarse de esas cadenas indignas y alcancen un estilo de vida y de pensamiento más humano, más noble, más fecundo, que dignifique su paso por esta tierra” (E.G.208).

Francisco tiene una visión global del mundo, pero al mismo tiempo llama a concretizar todo eso que deseamos para toda la humanidad que lo llevemos a la práctica en la realidad local. “En necesario prestar atención a lo global para no caer en una mezquindad cotidiana, pero al mismo tiempo no hay que perder de vista lo local, que nos hace caminar con los pies sobre la tierra” (E.G. 234).

Este Papa, al igual que lo fue Juan XXIII,  es un hombre de diálogo y de paz. Busca un diálogo al interior de la Iglesia y con todas la confesiones religiosas en orden a contribuir al desarrollo de la Paz que nace de la justicia. Denuncia el uso de la violencia como medio de resolución de conflictos. Se opone radicalmente a la guerra y a la carrera armamentista.

Y sobre todo, es un hombre de esperanza porque “en medio de la oscuridad siempre comienza a brotar algo nuevo”, dice.

A Francisco le preocupa la degradación del medio ambiente, la casa de todos los seres vivos. La paz del mundo tiene mucho que ver con el cuidado de la ecología y con el bien común. Porque el clamor de los pobres está unido al clamor de la tierra (L.S. 225).

Para hacer frente a los graves problemas que sufre la humanidad, tanto humanos como ambientales, proclama la urgencia de la conformación de una verdadera Autoridad política mundial (Laudato si 175). De ahí la necesidad de una refundación de Naciones Unidas, que se instaure un orden social global  justo que acabe con el hambre en el mundo y vele para que nunca más se acuda a la guerra como medio de resolución de conflictos.

Con Francisco se ha abierto un proceso humano y eclesial de esperanza, profundamente evangélico.

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