DE LA PLURICULTURALIDAD A LA INTERCULTURALIDAD
Los tiempos actuales están exigiendo cambios audaces en aras a la creación una sociedad más humana, crítica, dialogante, democrática y respetuosa con la diversidad. Estas elecciones apuntarán hacia dónde va España, si avanzamos en humanidad o retrocedemos.
| Fernando Bermúdez
Escribo estas líneas en plena campaña electoral. Me preocupa la situación que se está viviendo en España. En los sondeos y conversaciones de la calle se siente un auge de la ultraderecha, racista, xenófoba, opuesta a la diversidad cultural. Esto es un indicador de la degradación de valores éticos y morales en nuestro país.
No podemos negar que nuestra sociedad es cada vez más pluriétnica, pluricultural y plurirreligiosa. Esta realidad provoca dos reacciones contrapuestas. Una es la creación de conflictos sociales, que en Europa, y concretamente en España, se manifiestan esencialmente en la islamofobia, el odio al adversario y en un nacionalismo fundamentalista. Lo cierto es que con esta actitud lo único que se consigue es transmitir una idea de que los "otros", los diferentes a "nosotros", son nuestros enemigos, para justificar determinadas conductas sociales e institucionales discriminatorias y racistas.
Otra reacción es la asimilación y respeto de la diversidad cultural e interreligiosa, que yo llamaría interculturalidad por la que, sin renunciar a la propia identidad, se establece un diálogo respetuoso entre “personas iguales a nosotros”, lo cual ofrecería un valioso aporte a la convivencia y armonía social.
La simple pluriculturalidad indica una convivencia de culturas en el mismo espacio territorial, aunque sin una profunda interrelación equitativa. De ahí la necesidad de dar el salto a la interculturalidad, que implicaría el conocimiento del otro, la actitud de escucha y de diálogo, y en concreto el diálogo interreligioso.
La interculturalidad debería ser entendida como un proceso permanente de relación, comunicación y aprendizaje entre personas y grupos orientado a generar, construir y propiciar una aceptación mutua por encima de las diferencias culturales, sociales, políticas y religiosas. En sí, “la interculturalidad intenta romper con la idea de una cultura dominante y otras subordinadas, para construir en la vida cotidiana una convivencia de respeto y de legitimidad entre todos los grupos de la sociedad” (Walsh, 1998). En definitiva, la interculturalidad y el diálogo interreligioso son imprescindibles para la construcción de una sociedad democrática.
En las relaciones entre islam y cultura occidental, concretamente en las sociedades europeas, existen dos enfoques contrapuestos. Uno es el confrontativo, que sigue la teoría del choque de civilizaciones. Otro, el enfoque del diálogo y alianza de culturas, religiones y civilizaciones. Entre ambos enfoques el camino para un mundo nuevo es el segundo, pasando del anatema al diálogo y del cambio del paradigma anti y mono al paradigma inter y pluri (Tamayo). Esta es la propuesta del diálogo de civilizaciones de la que hablaba Roger Garaudy desde una concepción sinfónica de las culturas.
Así pues, nuestro principal objetivo es la promoción de encuentros entre las diferentes culturas y confesiones religiosas, en los que el principio de igualdad para el enriquecimiento mutuo es la nota dominante, lo cual no impide que cada persona o grupo conserve y promueva su propia cultura e identidad religiosa.
De ahí la necesidad de promover encuentros entre la población autóctona y las minorías étnicas y religiosas. En este proceso intercultural e interreligioso se requiere el reconocimiento y respeto a los rasgos constitutivos de cada una de las culturas y creencias religiosas, agnósticas o ateas. La dignidad de la persona debe de estar siempre por encima de la nacionalidad, la cultura, la ideología y la creencia o no creencia religiosa.
El diálogo intercultural e interreligioso es una exigencia de nuestra época. Es hora de abandonar para siempre las confrontaciones medievales y las descalificaciones mutuas. Es hora de superar las diferencias y apuntar hacia los elementos que nos unen, superando las calificaciones de “paganos” e “infieles” que con frecuencia se pronuncia en algunas confesiones religiosas. El Espíritu de Dios sopla en dirección de un mundo diferente. Es necesario que a los niños y niñas de todas las creencias se les oriente para que crezcan con un espíritu nuevo, con una sensibilidad de respeto y diálogo y con la conciencia de que todas las religiones tienen la misión de contribuir a la reconstrucción de la sociedad en base a la libertad, la justicia, la igualdad y la fraternidad. Y sea dicho de paso, no hay libertad auténtica si no hay justicia social y fraternidad abierta a todas las culturas y religiones.
Es por eso que en toda sociedad democrática debería impartirse en sus centros educativos el conocimiento de las distintas tradiciones religiosas. En el caso del estado español, que se define democrático y aconfesional, la asignatura de Religión católica tal como está establecida, no debería incluirse en el currículum académico. La escuela no es el lugar de evangelización sino la comunidad cristiana y la parroquia. Sin embargo, el Hecho Religioso, que yo llamaría Cultura de las religiones, que es la historia de la humanidad en busca de lo trascendente y el conocimiento de las distintas confesiones, debería incluirse como materia curricular evaluable, tan obligatoria como las matemáticas, las ciencias o la lengua, para todos los alumnos y alumnas sean creyentes o no creyentes, católicos o de cualquier otra confesión religiosa.
El Hecho Religioso es patrimonio de la humanidad y forma parte importante de su historia y cultura. Ha incidido en el pensamiento, en la filosofía, en el arte (pintura, escultura, arquitectura, literatura), en la economía y en la política con sus luces y sombras. Por lo cual, considero que todo alumno y alumna deberían conocer y estudiar este fenómeno, haciendo énfasis en la historia de las religiones, en su aporte a la cultura y, sobre todo, el conocimiento de la dimensión mística y ética de cada creencia. Asimismo, esta asignatura contribuiría al desarrollo de la educación en la tolerancia, del respeto a la diversidad religiosa, agnóstica o atea, en definitiva al diálogo intercultural e interreligioso. Ayudaría, asimismo, a la niñez y a la juventud para que desarrollen su pensamiento crítico y razonamiento ético, y de este modo se contrarrestaría las tendencias fundamentalistas que generan discriminación, exclusión y odio. El destacado filósofo y teólogo alemán Hang Küng decía, como cité al comienzo de esta obra, que “no habrá paz entre las naciones sin paz entre las religiones”.
Finalmente, apuesto para que los alumnos y alumnas conozcan las similitudes y diferencias entre los distintos credos. La gran sorpresa dentro del aula será el diálogo y comunión entre estudiantes cristianos, musulmanes, judíos, bahaís, credos de tradiciones orientales y agnósticos o ateos.
Hay padres de familia que viven con una gran ignorancia religiosa y esa desinformación se proyecta en los hijos. La asignatura Cultura de las religiones o Historia de las religiones, o como se le llame, ayudaría a que la niñez y juventud delibere conscientemente sobre su opción frente a las distintas creencias o no creencias. Para ello se requiere de un profesorado serio, bien capacitado, imparcial, crítico y sin afán de proselitismo o favoritismos.
En todos los centros educativos, sean públicos, privados o concertados, debería incluirse esta disciplina. Si los centros educativos concertados y privados, además de esta materia, optan por impartir también la Religión católica, considero que están en su derecho.
La educación, siguiendo el pensamiento de Arcadi Oliveres, es el instrumento por excelencia de socialización y de convivencia de las personas y sirve para transmitir valores y tener un conocimiento amplio del mundo, de las diferentes formas de vida y de sus creencias.
Los tiempos actuales están exigiendo cambios audaces en aras a la creación una sociedad más humana, crítica, dialogante, democrática y respetuosa con la diversidad. Estas elecciones apuntarán hacia dónde va España, si avanzamos en humanidad o retrocedemos.